(EN LA GRÁFICA PODEMOS VER, A LA IZQUIERDA A EVER DELGADO, LUEGO A YASMIL LEÓN, DESPUÉS A MARÍA PULITI CON SANT ROZ, SOSTENIENDO CADA UNO, OBRAS DE GIANDOMENICO PULITI)
María Puliti y Sant Roz |
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Puedo decir que Ever Delgado, ha pasado más años de su vida en las oscuras catacumbas del Centro Cultural Tulio Febres Cordero que en su casa o en cualquier otro lugar de este mundo. Ever amanecía trabajando (y todavía lo hace), en este lugar, transcribiendo y corrigiendo largos y enrevesados textos, diagramando libros y periódicos. Estragada su vista por el quemante relumbrón de los fulanos monitores. Nunca dice que no a un compromiso, ante una responsabilidad. Es el profeta y el mago de las artes gráficas, también especie de ánima en gracia divina deambulando por imprentas y tipografías con manojos de galeras, montajes y representaciones. Allí en esas catacumbas ha resistido a todos los embates criminales de la derecha, y empezó a batallar sin descanso desde que Giandomenico Puliti asumiera la dirección de Cultura del Estado Mérida. Ever está a punto de quedar ciego, y tiene graves problemas en la córnea de sus ojos, pero no ha tenido tiempo ni dinero para ir a Maracaibo para operarse como se lo han recomendado tantos oftalmólogos. Yo creo que a Ever le da vergüenza que se gaste dinero en sus ojos. Ever nunca se cortará la coleta (como sí lo hizo aquel ambivalente español de nombre Pablo Iglesias). Ever es moreno, un auténtico timotocuica, profundamente paciente, leal, amable y humilde.
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El acto para recordar los veinte años del asesinato de Puliti, lo organiza y modera Ever Delgado. Nadie más amante de la poesía, la literatura, de la pintura y la música que Ever Delgado. Ever nació para vivir entre locos (me considero sin pretensión alguna, uno de ellos), cantantes, ebrios y malditos poetas y artesanos, tal cual como le tocó vivir mientras fue director de cultura a Giandomencio. Cuando Giandomenico fue director de Cultura del Estado, puso de moda el poder de la locura de los artistas realengos y sin escuela. Todas las rampas, todos los espacios del Centro Cultural Tulio Febres Cordero se llenaron de luminosos tarumbas, lúcidos desdentados, elocuentes desharrapados salidos de todos los sublimes tugurios y cuchitriles, cuevas o antros de Mérida. Nunca en nuestra historia se había visto tantos locos reunidos en asambleas, debates, conferencias, juntas y cónclaves, tomando por fin el cielo por asalto, tomando el poder de la imaginación, del amor, de la alegría. "-Este Centro Cultural se llenó de locos –me dijo Giandomenico- y serán ellos quienes a los chavistas nos hagan entrar en razón en este mundo".
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A las 10 en punto (8 de mayo), voy llegando al Centro Cultural Tulio Febres Cordero, en un día pleno de jubilosas claridades y de escabrosos recuerdos, en medio del incesante choque y síntesis, de lo nuevo con lo viejo, en un punto donde fue quemado, adrede, hace 37 años el fabuloso Mercado Principal de Mérida. Por doquier aparecen tantos fantasmas de otros tiempos, sobre todo aquellos catedráticos de levitas tornasoladas (por el uso y la vejez) como dijera el genial Mariano Picón Salas. Aquellos campesinos que llegaban con carretas tiradas por bueyes, cargadas de flores, frutas, legumbres, hortalizas, levitando entre la dulzura de la niebla, envueltos entre aquellos crudos olores de las fritangas, las flores recién cortadas, entre el bullir de las ofertas de aliados, polvorosas, chichas y melcochas. El alboroto de las gallinas, el enjambre de recovecos atestados con mantas, sombreros, ruanas, gorras y colchas. Yo conocí muy bien ese sabroso mercado, hoy aplastado por un burdo palacio de concreto.
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Me encuentro de sopetón con dos sorprendentes revelaciones este día, 8 de mayo de 2024, a 20 años del asesinato de mi amigo Giandomenico Puliti. Aquí nos encontramos para recordarlo. Una fecha que todavía escuece en el alma. Cuántos niños, cuánta gente que aún no había nacido para aquella fecha seguirá sin enterarse de aquel crimen que jamás se resolvió. Que hoy nada saben del vuelco poderoso que representó para Venezuela la llegada al poder del Comandante Chávez.
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Qué grave resulta el desconocimiento, entre tantos jóvenes de hoy, de los crímenes que aquí se cometían durante la IV República. Ejecutados por los intocables oligarcas. Crímenes que no se detuvieron con la llegada de Chávez al poder. En cuanto el chavismo llega al poder, el viejo estado (conformado por la cúpula eclesiástica, la fuerza empresarial y los partidos del Puntofijismo) atiza el odio, infiltra la policía y los cuarteles, propicia el terrorismo, se inicia una etapa de tormentosos suplicios: de insufribles paros, huelgas, manifestaciones, amenazas de golpes y guarimbas. Coño, cuánto hemos sufrido estos 25 años, y ahí seguimos como tercos carajitos…
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Me encuentro a María Puliti, hija de Giandomenico, aquella niña que cuando mataron a su padre sólo le dijeron que él tenía un fuerte dolor de cabeza. Yo tenía casi diez años sin verla. Y por otro azar de la vida, me entero de la muerte del escritor, músico, poeta, licenciado en Letras, Jorge Mármol. Cuando Jorge murió no llegaba a treinta años, vivió y se nos fue como un Rimbaud.
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Pareciera que de sopetón me interno en la dimensión del pasado, y me siguen golpeando más fantasmas, viejos dolores y recuerdos. "- ¿Se acuerda usted de Jorge Mármol?". Carajo, cómo no me voy a acordar. Claro que sí- respondo- ¿y él dónde está?, y la respuesta fulminante ha sido: "-Él murió hace 15 años". Jorge Mármol en los noventa y principios del XXI, todos los fines de semana y hasta la media noche, se la pasaba en el apartamento que yo entonces ocupaba en Residencias "Cardenal Quintero" recitando, cantando, componiendo canciones y poemas. Escribió una novela que debe conservar entre otra multitud de papeles, quien fuera su novia Ana Isabel Rojas Rodríguez (hija de la doctora Ana María Rodríguez, profesora de la Facultad de Ciencias de la ULA). Ana Isabel estaba comprometida para casarse con Jorge, y cuando ya estaba a punto de hacerlo, su querido consorte falleció de un infarto. De todo esto vengo a enterarme este 8 de mayo.
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Así, pues, estoy aquí en el centro de Mérida, hoy, 8 de mayo de 2024. Anoche llovió con ventisca, y ahora, por lo general, por esta región de los andes, la gente no disfruta como antes de esas horas de lluvia tumbado en una cama, sino que prepara un kit de emergencia por si acaso se presenta una vaguada. El mundo se nos ha jodido. Por aquí hay derrumbes por doquier y ríos que se salen de madre.
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Como digo, hay un acto para recordar los veinte años del asesinato de Giandomenico Puliti. Está pautado para empezar a las diez de la mañana, pero salgo temprano para comprar un filtro para el lavaplatos y una palanca del tanque de la poceta que se nos ha averiado en casa. Llevo las muestras para no confundirme. Tomo la buseta del Sector F, y salgo escotero, dejo sombrero y el palo (espanta perros). Llevo dos ejemplares de ediciones distintas de "Obispos y demonios", libro que escribimos Giandoménico y yo en 2002.
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Me encuentro con viejos amigos de hace 25 años: Ever Delgado, Héctor López, Leo Delgado, Yasmil León, Enrique Plata, Néstor Tarazona, todos también viejos y queridos amigos de Giandomenico.
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En pleno acto, meto el ojo y no veo por ningún lado al escritor de fina pluma, Amable Fernández, él, tan asiduo a este lugar. El acto se realiza en una explanada a la entrada del Centro Cultural Tulio Febres Cordero. Apenas llego, veo las sillas dispuestas en filas y forradas con blancos forros, en un rincón, un equipo de sonido y en la mesa micrófonos. Una mesa en la que se ubicarán los ponentes.
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Concluido el acto, anoto varios teléfonos de viejos conocidos. Nos tomamos y nos tomaron varias fotos, en las que debimos haber quedado más simpáticos de lo que realmente somos, bien monos (porque no las he visto), eso sí, sin podernos quitar lo desleído, lo tornasolado de nuestros rostros, el inclemente atropello de los tiempos.