Jesucristo, cuál es el sentido de Tu lamento: "¿Señor, por qué nos has abandonado?"…

  1. En mis largos recorridos por Mérida me topo con hombres y mujeres, que me hacen entender lo sublime y sagrado de esta vida. Se trata de encuentros con Cristo, el infalible, de los que sufren, callan y resisten llevando sus pesadas cargas. Pero no se quejan. Y con Él me reconforto, comprendiendo el sentido oculto de tantas luchas, empecinamientos inútiles y derrotas. En esos encuentros van tantas enseñanzas, y se colocan ante mí. Un Jesús que de repente se pone a mi lado, que saca un mango o cambur de su zurrón y lo come tan tranquilo, y en mordiendo siente que tiene un hermano y va y te ofrece uno porque para él lo natural es poder compartir lo poco que tiene. Yo una vez lo vi en el mercado Soto Rosa, casualmente Él estaba haciendo unas compras cuando se le acercó un hombre poderoso quien le pidió sus datos porque quería ayudarlo: "-Por favor, Jesús, deme su cédula, lléneme este pequeño formulario, porque voy a gestionarle una casita a través de la Gran Misión Vivienda, e inclusive puedo conseguirle un taxi para que se gane por ahí la vida haciendo carreritas…". Entonces Nuestro Señor Jesucristo se hizo el loco, siguió como si nada, con su costal al hombro, sonriente y sereno, como si no fuera con Él. Eso no podía ser con él, porque entonces iba a dejar de ser Jesús el de la Cruz.

  2. En cada esquina veo a Dios, en cada buseta que abordó, allí va el Señor con un costal de yuca o de plátanos, con sus membrudos brazos, con su andrajosa camisa o sus zapatos hechos trizas. A veces, el Señor aparece vendiendo chucherías que va repartiendo a los pasajeros y luego pasa retirándolas en aquellos que no pueden comprarlas. Cuando nadie le compra también discursea y se va feliz, sin antes darle unos chuches al chofer. O lo veo en la señora que muestra la foto de una niña con cáncer porque necesita ayuda o porque le urge comprar unas medicinas. Por eso, para qué ir a misa o a los templos, si Dios está vivo en las calles, en las plazas, en los campos...

  3. Rezan tantos hipócritas, tantos falsos y miserables, que además acaparan lo que a otros les hace falta. Muchos de ellos van a misa, y tienen altares en sus casas. Y rezarán hasta en sus últimos suspiros pensando que se salvarán. Son los que suplican a Dios les salve porque precisamente han perdido la fe. Porque siempre han confundido a Dios con las apariencias, con el bienestar material, con todo aquello que sólo les atañe a ellos: sus familias, sus intereses personales, y para nada les interesa el pobre. Buscan a Dios, insisto, para que los "salve" y así persistir en la perdición y en el mal. Son estos, los que nunca encontrarán al Cristo Pobre. El único y verdadero. En Cristo clavado en un palo de chaparro torcido, cuyos brazos se sostienen sobre ramas ásperas y secas. El Cristo (de Matthias Grünewald) de las manos engarrotadas, con llagas abiertas, serosas y grises. El Cristo con alfileres en los ojos, moteando sangre por los párpados. El Cristo de los Pobres con las rodillas unidas, y con sus rótulas peladas; el pecho seco, la cabeza destrozada por las espinas, la faz hundida entre lágrimas y esponjosos coágulos.

  4. Ese Cristo de Matthias Grünewald, el cual digo, veo tanto en la calle, sollozando por dentro pero que a la vez sonríe. El Cristo de los tétanos que jamás un rico podrá conocer; por supuesto que no me refiero al cristo refaccionado y pulido que adorna las Iglesias y es iluminado con finos candelabros, el predilecto de los fariseos. No me refiero a ese cristo vulgar, de ojos entornados con una alcancía a sus pies. No, hablo del Cristo de los condenados, de los que viven en la orfandad y en la indigencia, en el callado dolor y en la pena infinita de estar pagando por los demás. El Cristo del pueblo, que el Pueblo es el único y verdadero Cristo. El que fue azotado, despreciado y escupido. El de las agonías eternas. El que llora pidiendo por todos nosotros. El Cristo de la calle que lleva en el alma cada buhonero, cada hambriento, cada madre, cada preso, cada loco o desesperado. El Cristo vejado y traicionado, vendido, impotente, que pregunta con su rostro enmarañado de soledad y pena: "Señor, por qué me has abandonado."



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José Sant Roz

Director de Ensartaos.com.ve. Profesor de matemáticas en la Universidad de Los Andes (ULA). autor de más de veinte libros sobre política e historia.

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