No menos de 15 prestigiosos periodistas de todo el país -de los que sirven en los medios antagónicos al socialismo venezolano- me llamaron la semana pasada, para inquirirme sobre la declaración del Presidente Chávez, en la cual se instaba a los militares contrarios al humanismo científico que abandonaran las filas de la FA. Al momento de escribir esta nota, no se cual será la reacción frente al hecho que colocó a un importante número de cadetes de los institutos militares entre la multitud que asistió al acto político del 13A, en la Avenida Urdaneta. El evento con el cual se conmemoró el V aniversario de la explosión popular que restituyó al frente del Estado a los poderes públicos desplazados por la violencia conspirativa de una cúpula militar, sin tropas, asociada con la burguesía nacional e internacional. Seguramente, no faltará quien asegure que estos jóvenes fueron llevados allí como borregos. Quienes así lo hagan, desconocen los rasgos sociológicos de nuestra organización militar.
Es cierto que las elites del poder han sido capaces de cooptar, como lo hicieron en esa oportunidad, a generales y coroneles para ponerlos a su servicio como custodios de sus intereses. Pero también es verificable que la base de la estructura militar, reinstitucionalizada por el Gral. Cipriano Castro a principios del siglo XX, ha sido permanentemente contestataria a la dominación de esa elite dependiente de poderes foráneos dentro del esquema neocolonial. Incluso, se puede asegurar que el régimen de Pérez Jiménez, considerado por esa elite como reaccionario, se apegó más al Plan de Barranquilla, como política antiimperialista a favor de los sectores pobres, que sus propios autores –los socialdemócratas criollos- cuando controlaron el poder nacional. La razón fundamental de esa conducta es el origen social de la mayoría de los integrantes del aparato de defensa. Vienen de esos segmentos pobres de la población, y con ellos comparten sus penurias.
Pero en contraste con esa actitud inquisitiva de los fablistanes, ninguno de los medios de comunicación social que sirven a los intereses de la elite, se han pronunciado cuando el Presidente o Vicepresidente de los EEUU, en abiertas actitudes proselitistas, han realizado verdaderas concentraciones políticas dentro de instalaciones o bases militares para estimularlos en su acción genocida contra pueblos indefensos. Y en nuestro caso específico, les sería imposible demostrar que la actuación de los militares venezolanos, colocados bajo el mando de oficiales de connotada filiación partidista, desde 1959 hasta 1999, no respondió a los intereses de esas organizaciones, y a sus aliados de la “sociedad civil”, que dominaron en ese lapso la realidad política nacional. O, ¿es qué acaso se puede considerar, por ejemplo, que el envío de tropas a combatir en Centro América, respaldando la política democratacristiana del fallecido Dr. Aristides Calvani, fue un comportamiento apolítico? ¿Honestamente se podría afirmar que esa decisión tuvo un carácter humanitario?
Desde la época del Faraón Menis, constructor en el tercer milenario antes de J.C. del Imperio de Menfis en Egipto, hasta el día de hoy, todas las fuerzas militares que se han conformado dentro de las sociedades organizadas tienen un fin político: la preservación, o imposición de un orden social. Entonces, ¿no sería un eufemismo engañoso, demagógico, hablar de apoliticismo militar? Desde luego que lo es. Y hacerlo no tiene sino un propósito: alienar la mente del soldado. Despojarlo de su conciencia de ciudadano, para convertirlo en un perro guardián de los intereses de quien controla el poder. Con militares concientes de sí –es decir ciudadanos- es difícil que se instale el despotismo, mediante el cual una minoría encadena a la mayoría, entre ellos a los propios soldados, a quienes les niegan sus derechos, manteniéndolos recluidos como virtuales prisioneros detrás de los muros y cercas de los cuarteles y fuertes militares. Quien le restablece los derechos ciudadanos a los militares no tiene vocación de tirano, pues sabe que ellos se rebelarían, como lo han hecho sin tenerlos, ante la arbitrariedad de un poder ejercido al margen de la voluntad general.
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