8-M: La mujer, de la igualdad a la identidad

Es inaceptable que en nuestro mundo occidental el femicidio -o si quieren llamarlo feminicidio- sea una marca distintiva que arrastramos como lacra social, pese a tantas luchas mundiales que han librado las mujeres, desde sus derechos básicos más elementales, pasando por su reconocimiento en todos los ámbitos de la vida económico social, hasta llegar a grandes movimientos de masa mundial, como el feminismo y la igualdad de condiciones frente al sujeto masculino.

Es intolerable bajo todo punto de vista, que, por ejemplo en Venezuela muera asesinada, en promedio, una mujer cada 2 días, dando como resultado una cifra entre 170 y 200 mujeres reportadas en el 2024. Y las cifras del 2025 son aún más escandalosas, aunque en este escueto escrito no nos detengamos en las groseras cifras de mujeres violentadas y apresadas por el Estado y sus instituciones.

Igual asco y dolor por nuestra degradación social colectiva, causan las cifras en nuestros vecinos de América Latina y del Caribe, cuyas números son aún mayores, ante la mirada impávida de nuestros gobernantes, legisladores y, sobre todo, de todos los padres y madres de familia, quienes debemos, imperativamente, educar desde el hogar en una nueva cultura, respeto y subordinación, ante el sujeto femenino.

Atrás no se quedan ciertos grupos humanos de Europa, Asia, África y Oceanía, atenidos a culturas de la muerte y opresión, en unos casos y, como consecuencia de taras y frustraciones del sujeto masculino y sus imposibilidades ante la majestad y superioridad del sujeto femenino en algunas competencias y alcances que les son propios a la mujer, como imperativo categórico de su feminidad, amén de su inteligencia emocional, muy superior y real a lo que muchos -erráticamente- dan en llamar Inteligencia Artificial (IA).

Las rémoras de los siglos XVIII, XIX y XX y todo lo peor de las prácticas contra la mujer de nuestras sociedades siguen anclados en nuestro siglo XXI.

Por ejemplo: imperan los chistes machistas y del mal gusto en el habla cotidiana (que dan cuenta de la noción del hombre acerca del sujeto femenino); las cifras (reportadas y documentadas), de violencia verbal y física contra las mujeres superan el triple a las cifras de femicidio de cada año, desde los años 60 del siglo XX, hasta este 2025; la mayoría de las mujeres en cargos de relevancia, sigue devengando menores salarios y beneficios que los hombres; la discriminación de la mujer por su apariencia física o externa sigue siendo la marca distintiva, entre otros méritos para alcanzar cualquier tipo de beneficio o trabajo en nuestras sociedades, en dónde ser menos bonita que los estándares mediáticos o no medir y pesar según dichos patrones estéticos, es motivo para que una mujer sea descalificada; hay una falsa reinterpretación del sujeto femenino, como subordinado, pecaminoso e inferior respecto del masculino, en las principales religiones monoteístas, cuando la verdad es que en la Biblia, el Corán y la Torá, éstas han representados un papel fundamental y equitativo respecto de los personajes masculinos y en los planes de salvación de la humanidad; en las perspectivas escépticas, atrás, agnósticas e indiferentes de toda creencia o postulado religioso, se ha incurrido en una especie de igualitarismo falso que degrada a la mujer y la fuerza a una constante lucha utópica, por ser quien es frente a la histórica y cómoda posición patriarcal y falocentrista; etcétera, etcétera.

Atrás ha quedado el mensaje comedido y de admiración por la tríada arquetípica de Deméter, Kore y Hécate. No se trata de igualdad de la mujer frente al hombre. No se trata de definirla, ni de caracterizarla. Ni siquiera, de comprenderla. Los sujetos masculinos no somos, ni pequeños, ni grandes dioses. Tampoco existe un nihilismo consumado que sentencia a la mujer a estar subordinada al súper hombre u Üebermensch.

Se trata, entonces, de aceptarla y valorarla tal cual es, desde su identidad, desde la mismidad de la mujer. Ningún igualitarismo del varón frente a la hembra está bien. La mujer es como es y eso lo debemos contemplar, vivir y coexistir de la manera más gratificante y placentera posibles. Gracias a la mujer, como esencia de la vida, de lo sublime y de lo bello.

Dr. Luis Pino

@l2pino2



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Luis Alexander Pino Araque


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