¿Deporte nacional?

¿De dónde salió la idea según la cual el coleo es el deporte nacional? De entrada, ¿se puede considerar deporte una actividad, que si bien requiere entrenamiento físico y ajustarse a ciertas normas, obliga a un animal a correr despavorido ante el acoso de un atajo de jinetes, que no teniendo nada más constructivo que hacer, les da por agarrar a un toro por la cola hasta hacerlo caer contra el suelo? En los deportes reconocidos como tales, los que se practican en casi todas partes del mundo, se enfrentan equipos o individuos que como mínimo pertenecen a la misma especie, son seres humanos, preparados para la competencia entre iguales, y donde el resultado final depende de la mejor preparación y habilidad de uno de los contendores, y del buen juicio de quien ejerza de árbitro. Hay excepciones como la equitación, un deporte elitista, donde jinete y montura conforman una unidad para confrontar los obstáculos y se exige mucho a los animales, pero sin maltrato aparente. En cambio, en el negocio de las carreras de caballos “pura sangre”, éstos son consentidos en las caballerizas pero golpeados frenéticamente durante las competencias.

En el ámbito deportivo en general y para evitar ventajas que atropellan la ética, se han establecido categorías, porque las cayapas desvirtúan el concepto de deporte. Pero por otra parte, ¿puede ser popular un “deporte” que requiere disponer de caballos caros, bien alimentados y atendidos, que normalmente sólo poseen los terratenientes? ¿Y de toros fuertes capaces de tolerar el sacrificio en la manga? Hasta donde sabemos, en los cerros y otras zonas marginales de las ciudades del país, donde habita una alta proporción de la población venezolana gracias al éxito de la Cuarta República, los muchachos juegan pelota en las calles, patean balones, improvisan canchas de basket, corren, y tienen amplios conocimientos sobre béisbol, fútbol y baloncesto, pero no existen mangas de coleo ni la gente muestra interés en esa actividad.

En los toros coleados, al igual que en las corridas donde un grupo de personajes con trajes vistosos se ensaña contra un animal elegido para la tortura, se da rienda suelta al instinto sádico, destructivo y burlón, de una galería que consume bebidas alcohólicas. Sin duda, esos “deportes”, al igual que los derrapes playeros de Carnaval y Semana Santa, son grandes negocios para las empresas fabricantes de cervezas y licores, así como para las que elaboran cigarrillos y otros productos, normalmente reñidos con la naturaleza de cualquier deporte.

La Venezuela que pretende humanizarse, la que ha dado muestras fehacientes de ello al privilegiar la inversión social con el apoyo a la salud y la educación, tendría que romper con tantas rémoras coloniales, que con la excusa de una supuesta tradición, nos mantiene anclados en el pasado mientras el planeta avanza. Ya basta de peleas de gallos, de combates de perros “de raza” seleccionados por su fiereza, de toros coleados y de corridas taurinas. Si queremos construir un país próspero, moderno, dueño y estratega de su destino, debemos estimular la creatividad y romper definitivamente con hábitos destructivos que promueven más bien antivalores, aunque dejan ganancias económicas para los vivos de siempre. En cierta ocasión Fidel Castro afirmó que las tradiciones sólo deben mantenerse en la medida que representen bienestar y que aporten a la felicidad de los seres humanos. El sacrificio de toros, perros o gallos poco deja al respecto.

charifo1@yahoo.es


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Douglas Marín


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