El diseño y construcción de un gigantesco estadio de fútbol para la capital monaguense con motivo de la realización en Venezuela de la Copa América 2007, ha generado duras críticas en las que los extremos se tocan.
Sectores de ambos bandos, argumentando la existencia de una débil tradición futbolística en esta provincia del país, coinciden en pronosticar poca asistencia y asoman serias dudas sobre las posibilidades de empleo eficiente de tan magnas instalaciones en el futuro posterior al evento.
Estamos acostumbrados a la disociación de pensamiento y acción que encarna nuestra oposición, producto de consecutivos reveses que le ha propinado el proceso histórico bolivariano y que evidentemente no ha sido capaz de digerir, al menos en forma constructiva. Pero hemos notado con preocupación que personalidades humanistas de alta talla intelectual, que para nada pueden ser consideradas reaccionarias, han manifestado críticas similares obligándonos a reflexionar un poco sobre el tema.
Es cierto que Táchira, Zulia, Mérida e incluso la capital, exhiben suficiente tradición futbolística como para alojar un recinto de tales características; justo por ello cuentan con estadios construidos anteriormente. Pero si coincidimos en la necesidad de desarrollar una infraestructura deportiva de carácter nacional con miras a lograr altos niveles de desempeño en la práctica del fútbol, hubiera sido un contrasentido entonces construir nuevos estadios en vez de remodelar los existentes. Máxime si la decisión hubiese implicado no dotar con instalaciones a provincias carentes de ellas, condenándoles a continuar en el abandono.
En cuanto al carácter Mega del estadio de Maturín, pensamos que responde a un correcto aprovechamiento de oportunidades. Los diseñadores tenemos la obligación, por muy lógicas razones, de explotar al máximo las capacidades de desarrollo en proyectos nuevos; tienen la ventaja de encontrarse libres de complejas determinantes que implica la remodelación, por ejemplo, de un patrimonio de la humanidad como es el Olímpico Universitario del maestro Carlos Raúl Villanueva.
A imagen y semejanza del de Maturín o mejores aún, deben ser los estadios por construir en Venezuela, pero al no ser posible retroceder en el tiempo, creemos acertada la elección de remodelar los existentes e implantar el mejor estadio donde no hubiere ninguno, precisamente para promover y balancear el progreso. De otra forma, ¿Cómo esperar el desarrollo de la nación si continuamos dotando de infraestructura al eje Este Oeste Costero del modelo de extracción colonial, en perjuicio de aquellos tradicionalmente relegados al último plano? ¿No es un deber de la revolución romper de una vez por todas con esta perniciosa asimetría?
Otra cosa es la enorme responsabilidad que adquieren las autoridades locales en la eficiente explotación y mantenimiento de las nuevas instalaciones, que deberán emplearse a fondo en la elevación del potencial deportivo regional.
Si no cumplen, queda la opción de sustituirles por quienes sean capaces de hacerlo.
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