Vivir es como caminar en una cuerda floja que, para colmo, es sinuosa. A veces nos encontramos enfrentados a nuestras convicciones,con que somos buenos hasta que tenemos que ser malos, que somos justos hasta que dejamos de serlo, que somos valientes hasta que nos morimos de miedo.
Hace un tiempo leí de un amigo unas palabras que no puedo olvidar: ‘’Lo malo de los malvados es que nos hacer ser malvados.’’ Y es muy cierto, yo lo llamo el síndrome del nuevo. Cuando entramos a la universidad nos rayaron la cara y la ropa, a mi me escribieron con saña y tinta indeleble la palabra ‘’NUEVA’’ en la frente. Mi propio primo me esperaba con un montón de ex nuevos para rayarme, empujarme y aplastarme una torta en la cara, lo bueno es que la torta estaba sabrosa, lo malo es que también me querían cortar el pelo. Lo que era una broma tonta de iniciación terminó convirtiéndose en una empujadera con insultos, manotazos y una tijera ciega surcando el aire muy cerca de mi cara.
Repartí trompadas cual pugilista peso welter y gané la pelea y varios enemigos. Mi primo, asombrado, me llevó al cafetín y me compró un refresco. Me contó como había esperado todo el año por este día y cómo yo se lo había arruinado. El se sintió tan espantado cuando una horda de estudiantes le trasquilaron el pelo en su primer día de clases el año anterior, que para cerrar ese episodio pensó que debía hacer lo mismo con los ‘’nuevos’’ nuevos.
Hoy veo con asombro como algunos de mis compatriotas revolucionarios pretenden que nos comportemos como lo hacen los disociados y sus titiriteros. Si sus periodistas son sesgados , los nuestros deben serlo, si ellos son intolerantes, nosotros también, si ellos son excluyentes, pues nosotros debemos excluirlos.
Para estos superrevolucionarios quien no actúa como ellos suponen que debe hacerse, es un traidor o cuando menos un blandengue. Van por el mundo con su dedo despiadado y sabihondo apuntando a propios y extraños. El asunto, al parecer, es señalar, encontrar defectos donde no los hay, distrayendo la atención de lo que es realmente importante. Son contralores absurdos que marean y difuminan la realidad favoreciendo con sus criticas huecas justamente a quienes deben combatir.
Es fácil caer en ese juego si no se sabe por qué se lucha. La revolución no es una moda, es un modo de vida. Si no tenemos convicciones claras y sólidas por cualquier cosa nos tambaleamos.
Luego hay otra clase de compatriotas que están en el mismo bando pero sufren de intolerancia a la crítica constructiva. Este es otro tipo de paranoia revolucionaria. Son como las madres ciegas cuyos hijos son perfectos y achacan todos sus males a la malas juntas de sus retoñitos. El no fumaba hasta que Carlos le invito un cigarro, el no bebe, son sus amigos que lo incitan, el era estudioso hasta que se enamoró de esa bichita. Recuerdo a una mujer que le reclamaba sollozante a su nuera la calvicie de su hijo. ‘’El tenia pelos cuando te conoció y míralo ahora, pelón como un mamón chupao’’ Claro habían pasado catorce años, todos en su familia eran calvos y de paso barrigones. En todo caso quien podía reclamar era la enamorada engañada, ella se empató con un papachongo y este acabó pareciéndose a Lusinchi.
Y están los que ven, viven y se equivocan y rectifican, los que tratan de mantener el equilibrio de acuerdo a sus ideas, los que no quieren que los malos les contagien su maldad, los que son simplemente humanos. Los que caminan por esa sinuosa cuerda floja procurando no caer en el vacío del concurso del ‘’Revolucionario de Oro’’.
No estamos en un concurso, si algo nos estamos jugando es el futuro y, a la hora de la chiquita, nos estaremos jugando la vida. No quisiera que llegara el momento de jugárnosla en serio, espero con optimismo ingenuo vivir una ‘’revolución bonita’’. Pero si llegara ese día ya veremos a donde apuntarán los dedos o quizá veremos incluso donde se los van a meter.
Mientras tanto sigo en mi cuerda floja y sinuosa y, como Hamlet, voy preguntándome cada día: ¿Ser o no ser? y opto por no ser como ellos, por no dejarme contagiar con la locura, la intolerancia, la ceguera, y y sigo siendo como he sido: camino despacio y con los ojos abiertos y trato de mantener la cabezota despejada, si me equivoco, corrijo mis pasos, porque, si me caigo, se que abajo no hay redes protectoras. Antes pensaba que la trinchera tenía dos lados, ahora miro nerviosa como de mi lado también nos están apuntando... con los dedos.
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