En un programa radial reciente, la cámara que agrupa a los propietarios de esos medios manifestó su temor por las supuestas modificaciones de la Constitución, que pretenden establecer “un modelo que atenta contra la idiosincrasia venezolana”. Como se trata de un programa editorial, plantea la posición del gremio ante el gobierno del presidente Chávez, y su propuesta de cambios en la Carta Magna, aún no concluida y por tanto no remitida a la AN. Los radiodifusores, al igual que los jefes de la Iglesia Católica, ahora defienden la Constitución que negaron en abril de 2002.
El DRAE en su edición del 2001, define el término “idiosincrasia”, como rasgos, temperamento, carácter, etc., distintivos y propios de un individuo y de una colectividad. Cabe preguntarse entonces, a cuáles hábitos nativos se refiere el temor expresado en el editorial en cuestión.
Los venezolanos somos indisciplinados y “vivos” en forma extrema. Cuando conducimos un automóvil no acatamos las señales de tránsito; nos “comemos” las luces de los semáforos y las flechas; nos paramos sobre el rayado del paso peatonal; manejamos atendiendo llamadas telefónicas, leyendo, consumiendo bebidas alcohólicas; con la música a máximo volumen obligando a todo el mundo a escuchar lo que nos gusta; estacionamos los carros sobre las aceras y, en general, nos molestamos si alguien osa indicarnos la infracción cometida. Si quien nos reclama es un vigilante de tránsito siempre existe el recurso del soborno, propuesto por cualquiera de las partes, porque el nuestro es el único país donde no se penalizan las infracciones con multas pagaderas a posteriori, sino con remolque o pagos instantáneos en especies. Para eso estamos en Venezuela, dicen muchos.
Otro rasgo es que somos muy imprecisos en el uso del lenguaje. Por ejemplo, si vamos de pasajeros en un transporte colectivo, solicitamos al conductor que nos deje “donde pueda”, y el chofer, aunque podría dejarnos en cualquiera de las paradas siguientes, nos permite bajar en la próxima. También pedimos que nos dejen en la esquina o “aquí mismito”, aunque no haya parada permitida en esos sitios, y de la misma manera, esperamos a las camionetas fuera de las paradas, en plena esquina o en cualquier parte. Los metrobuses son una notable excepción, como lo es también un mayor apego a las leyes de tránsito en Chacao, donde el trabajo iniciado en tiempos de Irene Sáez ha podido mantenerse, hasta el punto que quienes no respetan un semáforo en Libertador, allá se comportan civilizadamente.
La puntualidad tampoco es una cualidad venezolana. Contrariamente, muchos se jactan de la irresponsabilidad colectiva en la materia, y hasta se aclara si la hora acordada para un encuentro es la correcta o “la venezolana”. Por la misma razón, dejamos para el último día cualquier compromiso ciudadano como el pago de impuestos o la inscripción de los muchachos en las escuelas, con las consecuentes aglomeraciones de retardados.
En todas partes del mundo, las filas según el orden de llegada, son un mecanismo muchas veces incómodo pero democrático para atender a quienes demandan o cancelan cualquier servicio público o privado. Si se respeta el orden, obviamente se atiende primero a quien llegó antes. Para nosotros las colas son otra oportunidad de demostrar que somos un país libre: todo el que puede se “colea”, o busca algún padrino o madrina que le permita resolver el asunto “sin perder tiempo en la cola”. El coleo es tan nuestro que la Real Academia Española reconoce como verbo pronominal para Venezuela, la acepción de colear como “adelantarse a alguien quitándole el puesto en una fila”. Debemos sentirnos orgullosos por tal aporte a la lengua española. Cuando las colas son de carros, con frecuencia se nota el abuso de quienes avanzan en el mismo sentido pero por el canal opuesto, y de quienes poseen vehículos de doble tracción, que fácilmente pueden desplazarse sobre las aceras, hombrillos o incluso las zonas verdes que separan las vías en una autopista. Generalmente todo ello ocurre ante la mirada complaciente de las “autoridades” de tránsito.
En todo el país, pero especialmente en Caracas, es notorio cuando se desplaza algún “servidor público de alto rango”, porque tales funcionarios son más importantes que todos los otros ciudadanos, así que son eximidos de hacer cola. Para ello, el Estado paga los salarios de grupos de escoltas armadas, que normalmente se desplazan en enormes camionetas de colores oscuros con las puertas entreabiertas (tipo PTJ). El método consiste en atravesar con violencia los referidos mastodontes entre las filas de carros, al tiempo que los sujetos malencarados de lentes negros, golpean a los otros vehículos para que se detengan y permitan el avance del “chivo” o “la chiva”. Otra modalidad del mismo caso emplea motorizados civiles y sin identificación pero armados, que cierran vías y canales para permitir el desplazamiento del funcionario de alta jerarquía. Tal privilegio del poder no parece muy socialista que digamos.
Desde hace algunas décadas y en la medida en que los avances electrónicos de la tecnología del primer mundo arriban al país, nos hemos vuelto cada vez más individualistas. En consecuencia, un rasgo simpático y típico de los venezolanos, como era la facilidad de comunicación, la capacidad para entablar conversación con cualquier persona en la calle, se ha vuelto tan extraña que ahora la gente ni se saluda, porque cada quien porta un diminuto aparato en los oídos, que le permite aislarse de quien camine a su lado.
Entonces, si hacemos un balance, habría que reconocer que la idiosincrasia de los venezolanos incluye muchos hábitos que más bien requieren ser superados, si de verdad queremos que este país avance, y dé el salto cualitativo que supone pasar de un modelo capitalista, basado en el egoísmo, a uno socialista centrado en el humanismo y el respeto a la naturaleza. El socialismo que construimos tiene que interpretarse como un proceso permanente de educación colectiva, donde la responsabilidad, la honestidad, la justicia, el trabajo, el respeto a las personas y a las normas democráticamente establecidas, sean valores indispensables. Ojalá que los cambios de la Constitución y el correcto ejercicio de la autoridad, ayuden a superarnos en esos aspectos.
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