Mozart con pelo chicharrón

Ah! La cultura, ese ‘’no se que’’ maravilloso e inalcanzable. Ese laberinto de sonatas, sinfonías, tocattas, fugas, allegros andantes, tenores, sopranos, trecento, quattrocento, cinquecento, manierismo, impresionismo, abstracionismo, odas, epopeyas, tragedias, elegías, acto primero, telón, arpa cuatro y maraca, golpe, polo y galerón.

Si, y Homero y Aquiles, pero Nazoa, y el viejito de la plaza que dice cosas bonitas en, voz baja, mientras alimenta a las palomas. La Gioconda en El Louvre, Las Meninas en El Prado y las flores y los peces que pintó mi gorda en mi pared y sin permiso.

Tonterías mías, esos arroces con mango que hacemos quienes no lo sabemos todo, los que escribimos por oído y bailamos a cualquier son.

Yo bailo mucho, hasta a Mozart bailo, para horror de los entendidos que no entienden que la música se siente, y que quienes sentimos mucho las cosas no podemos reprimirnos, y bailamos, aplaudimos a destiempo, lloramos a moco tendido, nos reímos…

Los entendidos no quieren que entendamos que la cultura es de todos, que todos hacemos cultura. Se inventaron una especie de Olimpo de cartón piedra al que solo pueden acceder ellos que saben y quienes paguen mucho para para aparentar sabiduría. Les aterra un Teresa Carreño con funciones populares de La Traviatta. ¡Dios mío! Hasta eso nos están quitando, Verdi se debe estar revolcando en su tumba, o no… No se si Verdi, pero seguro que Mozart si se revuelca, pero de risa.

No entienden los entendidos que las grandes obras maestras surgen de la irreverencia y del poco apego a las rígidas normas que ellos pretenden imponer. No entienden nada estos conocedores de todo, que inventan reglas para para estrangular los sentidos, y pretenden ser nuestros lazarillos ante una pintura, que lo que vemos no es lo que importa, sino lo que nos dicen que deberíamos ver, y por mucho que uno trata, no logra verlo porque no está allí...

Será que soy bruta, que Cezanne no pintó para mi, que no se dice que bonito, que se dice magistral, armonioso, profundo, nunca bonito, mujer ordinaria, nunca. Que no brinques en la silla al son de Bach, que ladees la cabeza, arquees una ceja y esboces media sonrisa enigmática sin mostrar los dientes torcidos. Que no puedes ir al concierto con franela y zapatos de goma, que desafina el cello y estornuda el primer violín.

Que no traigas a los niños que se van a fastidiar, que nos van a fastidiar, que esto es un templo, el templo de la cultura, y nosotros los sacerdotes que la preservamos de los embates de la ordinariez popular, que Otello es un blanco con la cara pintada de negro, como los bailarines de tap de las pelis de Shirley Temple, porque ¿Quién dijo que los negros saben de Opera?

Para los negros hay salsa, merengue y esas cosas que ellos oyen. El joropo que se quede en el llano, y esas flauticas andinas para los indios que viven allá y para los turistas bobos que se las llevan de souvenir.

Estos sabelotodos han creado murallas entre la gente y el arte. Entrar a una galería es exponerse a que lo miren a uno de arriba a abajo como buscando algún indicio del tamaño de tu chequera. Yo, generalmente, recibo del galerista una nariz arrugada de huele fó y una boca fruncida como si acabara de engullir un níspero pintón, pero entro y fastidio mirando, contaminando el ambiente exclusivo con mi plebeyez, y doy vueltas y miro y miro y muchas veces imito la expresión de quien no esconde la grima que le inspiro. Fastidio y me fastidio mirando esculturas de gordas en imposibles equilibrios, que un buen artista inventó hace mucho y otros malos copiones repiten hasta el hastío.

Entra una cliente potencial, estampada en logotipos, estirada, remendada con un delicado zurcido invisible, inflados los labios gastados, un párpado mas caído que el otro, un pestañear forzado de una piel que ya no da más. ¿Este es un Fulano de tal? -Pregunta emocionada y sin esperar respuesta narra como se compró tres de sus obras en París. El amabilísimo vendedor trata de no contradecirla, pero no es un fulano de tal, es un Perencejo Pérez, que hace lo mismo, pero fíjese en el estilo, en esa sutileza, ese pié diminuto sosteniendo semejante volumen, note usted la irreverencia y el magistral desafío a las leyes de la física, es todo un ‘’statement’’… La señora Rococó se llevó una de estas, la mas grande, la mas rotunda. ¿Fefé Rococó tiene una? Pues me llevo esta y esta y esta otra también.

Yo tuve la suerte de tener una pequeñísima galería de arte en Caracas. Fue un espacio que inventamos para vender las esculturas de mi esposo, que es un artista que casi nadie toma en cuenta porque se ríe de su propio trabajo, pero es que en verdad lo que hace da mucha risa, cosa que no les gusta a los galeristas, que no se ríen mucho para parecer personas serias.

Tuvimos la dicha de tener mucho éxito, cosa que tampoco les causó risa a estos enfurruñados conocedores. A mi galería llegaron otros artistas felices y desenfadados que no tenían que dar largas y confusas explicaciones sobre su trabajo para justificar, como suelen hacer algunos artistas verdaderos, que tres hojas de gamelote secas dentro de una inmensa caja de madera es una obra de arte conceptual que se llama ‘’Sequía’’.

Para drenar su frustración, los galeristas serios se dedicaron a explicarme muchas cosas sobre el arte, empeñados en hacerme ver que mi esposo me había engañado, que no era un artista y mucho menos talentoso, que su obra era muy fácil de descifrar, que no había que pensar y pensar durante horas buscando un significado oculto que, al parecer, solo conocen el creador y, por supuesto, el dueño de la galería: un ser superior que, gracias a sus relaciones sociales y a su capacidad de armar frases rimbombantes y sin sentido, es capaz de vender tres hojas de gamelote seco por un precio exorbitante.

Un día entró un despistado conocedor a mi galería, maravillado con tanta originalidad y desfachatez me preguntó: ¿De dónde es el artista? Venezolano. -Respondí. Ahhh, un artesano venezolano. -Me dijo arqueando una ceja. Esta muy bonito. -Dijo bonito, cuando él sabe mejor que nadie que no se dice bonito, que se dice, interesante propuesta, irónica, irreverente, cualquier cosa que suene rebuscada, pedante, superior.

El artesano y yo nos fuimos a ver el mundo y al cabo de diez años regresamos. Bastó que dijera mi gordo que había vivido en mayami y en Europa para que fuera promovido, de manera instantánea, de artesano del montón a artista genial. Si señora Rococó, estas obras, cargadas de humor e ironía, se venden en Mayami, Chicago, Boston, y en Europa. Es increíble que su autor sea tan poco conocido aquí en su tierra, que ironía ¿no?.

Y les pasaba a muchos artistas a quienes les sobra el talento y les faltan padrinos, un look cosmopolita, y la disposición de lamer zapatos caros a cambio de un espacio para exhibir su obra.

Les pasaba digo, porque algo está cambiando. Estamos rescatando ese espacio que había sido secuestrado por un puñado de personas, que se sintieron con derecho de quitarnos los que es de todos. Estamos abriendo puertas y tirando las llaves bien lejos, para que se queden abiertas, para que todos podamos entrar.

En estos días tiembla el mundo de la cultura en Venezuela, se atrincheran los conocedores en sus ateneos subvencionados por el estado, ponen el grito en el cielo porque se abren los espacios para esos pata en el suelo, que se dicen artistas y no los conoce nadie. Las cosas que tienen que soportar tan refinadas personas: el pueblo en el teatro donde, hasta no hace mucho, entraban solo ellos pagando pequeñas fortunas para ver a Luis Miguel. El pueblo escuchando a Mozart, aplaudiendo con manos callosas y percudidas, aprendiendo, disfrutando. El pueblo sobre el escenario cantando en lenguas nativas, inventando fusiones inimaginables, movimientos maravillosos, enseñándonos a conocernos, a encontrarnos, a querernos a nosotros mismos. Rescatamos nuestra autoestima y eso no les conviene a los guardianes de lo inalcanzable. Rescatamos nuestros espacios, alcanzamos, rebasamos, y eso les aterra. ¿Quien va a lamerles los pies ahora? ¿A quien le ven a restregar su superioridad en la cara?

Los entendidos están de luto porque Gustavo Dudamel, su Dudamel, dirigió a la orquesta que tocó el Himno Nacional el día que salió al aire TVes, la Televisora Venezolana Social, que reemplazó, por cierto, a un canal de descomposición social que, dirigido por los exquisitos, escupía basura al pueblo.

Si me permiten un consejo estimados señores superiores, desde mi mas profunda ignorancia y ordinariez, me atrevo a sugerirles que, si nos les gusta, desempolven sus abrigos, metan su soberbia en una maleta, y huyan a al Met de Nueva York, porque en Venezuela, Mozart ya no es un símbolo de status.


carolachavez.blogspot.com


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Carola Chávez

Periodista y escritora. Autora del libro "Qué pena con ese señor" y co-editora del suplemento comico-politico "El Especulador Precóz". carolachavez.wordpress.com

 tongorocho@gmail.com      @tongorocho

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