Conozca quién fue el gran General Emilio Arévalo Cedeño

El Presidente Chávez nos invita a conocer y a revisar nuestra historia. Hace poco mencionó con grandes elogios al General Emilio Arévalo Cedeño, llanero guariqueño, quien realmente merece que no olvidemos cuanto hizo por nuestra patria. Don Emilio fue el militar que más resistencia hizo a Gómez, y quien fusiló al famoso asesino Funes, jefe en tiempos de Gómez del Territorio Federal Amazonas.

Unos lo llamaron “jacobino pequeñoburgués”, otros de simple ladrón de caballos y de ganado. Los marxistas Gustavo Machado, Carlos Augusto León, y Rómulo Betancourt lo catalogaron de reaccionario, de anticomunista y de oportunista. Se regó la especie de que en una ocasión Gómez tuvo la oportunidad de capturarlo, pero que ordenó se le dejara en paz porque era conveniente mantenerlo en circulación para así el dictador justificar sus desmanes. Con Arévalo Cedeño permanentemente acosándole en los llanos, Gómez le decía al pueblo que sin él a Venezuela le sobrevendría una horrible tragedia.

Refiere Harrison Sabin Howard[1]: A pesar de todas las limitaciones del enfoque  de Arévalo Cedeño, pocos venezolanos le igualaron en la persistencia de su oposición. Y hubo momentos oscuros para la oposición a Gómez en el que inspiraba un gran respeto y constituía una esperanza para los que, como él, le resistían. En 1927, Nicolás Hernández escribió a José Rafael Pocaterra que los demás caudillos “tienen que convencerse que la única esperanza hoy es Arévalo y que si esa chispa revolucionaria se extingue tendremos que olvidarnos de Venezuela hasta que el cáncer o una disentería acaben con Gómez…”  Para Hernández, Arévalo era “un hombre desinteresado” que  “no ha militado en la política de nuestro país; ha sido militar y nada más, y esta candidez política esta puesta de manifiesto en su directorio, nombrado para no aparecer un ambicioso vulgar si se proclamaba por sí Jefe de la Revolución”. Delgado Chalbaud rechazaba la impulsividad de Arévalo, pero admiraba “la tenacidad y las energías… Tengo por él una viva simpatía, pues es un hombre de méritos…” Y muchos años después de los desastrosos de invasión de Chalbaud en 1929, Pocaterra sostenía “que el único de los hombres de la oposición de quien creo tiene la voluntad de servir con si persona para encabezar un movimiento revolucionario eficaz si tiene elementos es Emilio Arévalo Cedeño”.

 

Emilio Arévalo Cedeño nació en Valle de la Pascua el 2 de diciembre de 1882. Su padre había sido otro general, soldado de la Federación, que combatió al gobierno de Guzmán Blanco, don Pedro Arévalo Oropeza.

Estudió Emilio, en el Liceo Roscio de Altagracia de Orituco. Pronto abandonó el colegio (porque fue cerrado por orden del Ministerio de Educación) y se dedicó a recorrer los llanos. Fue comerciante ambulante, socio de una pequeña imprenta en Altagracia de Orituco, y fundó un periodiquillo llamado “Titán”, que sólo tuvo ocho números. Luego puso una bodega que se incendió totalmente. Volvió al comercio de frutos y animales, hasta que se dedicó a dominar plenamente el oficio de telegrafista que ya había practicado en su labor periodística.

En San José de Río Chico fundó otro periódico llamado “Helios”, también de poca duración. En 1905, siendo orador de orden en una fiesta social, lanzó severos ataques contra la tiranía de Cipriano Castro y Juan Vicente Gómez. En 1908 lo encontramos en Caracas, durante la caída de Castro, tomando parte activa en los asuntos políticos. Fue testigo de la poblada contra el diario “El Constitucional”, fuertemente reprimida por el gobernador del Distrito Federal Pedro María Cárdenas. Cuando la comedia de Gómez se inició el 19 de diciembre de 1908, y casi nadie reaccionó, don Emilio quedó de una pieza contemplando como: “ ¡¡Los venezolanos renunciaron a su sexo para convertirse en mujeres!! Los venezolanos sintieron placer y orgullo en ser esclavos de Gómez y de su tribu...”

En realidad Arévalo Cedeño entra en la guerra contra Gómez como Michael Kolhas, por el robo de unos caballos que le hicieron los genízaros de Gómez: “Negarme a entregar los caballos era ir a la cárcel, y como o sé protestar contra las tiranías con un fusil en la mano, y no he nacido para esclavo sino para ser hombre libre, resolví aceptar el brillante negocio que me proponía el general Moros, pero desde ese momento juré en silencio y por la memoria de mi padre, que abandonaría hogar, esposa y todo para irme a la guerra, esperando tan sólo el momento para justificar bien ante la Nación mi aptitud de patriota, la reelección de Gómez por siete años más... El hombre de trabajo se transformaría en guerrero, jurando no claudicar jamás de su condición de ciudadano digno, estar siempre de pie con el fusil en la mano ante la afrentosa tiranía y no permanecer ante ella de rodillas ni boca abajo como los esclavos vencidos, como lo estuvieron ante el monstruo de “La Mulera”, la mayoría de mis compatriotas, durante los veintisiete años que cubrieron de duelo el hogar venezolano”.  

La acción más extraordinaria de este guerrero fue la derrota y captura del monstruo Tomás Funes, quien fungía de jefe del Territorio Federal Amazonas, y junto con Vicencio Pérez Soto y Eustoquio Gómez eran los tres más formidables pilares militares de Juan Vicente Gómez. El fusilamiento de Funes por parte de Cedeño puede considerarse una de las acciones más épicas realizada este siglo, si se toma en cuenta la poderosa fuerza que tenía este hombre para proteger sus multimillonarios intereses en batalá. Funes es tétricamente retratado en la novela La Vorágine por José Eustasio Rivera, y parece un prodigio de maldición abortado por lo más abyecto de la selva.

En un país aterrado por la represión más sanguinaria de todos los tiempos, el desafío de Arévalo Cedeño fue un acontecimiento único: derrotó en varias oportunidades a las fuerzas gomecistas en contiendas como la de Santa María de Ipire donde acabó una fuerza diez veces superior a la suya, comandada por el General Manuel Sarmiento, presidente del Estado Guárico y quien a la sazón se encontraba en Valle de La Pascua. Luego habría también de triunfar en Gafualito (y a 190 kilómetros de Maracay, donde don Bisonte estaba bastante preocupado). A las fuerzas de Gómez las había vencido en Río Negro, Cenizas, Guasdualito, Campo Alegre, Bruzual, Cuchivero, Lezama, Turén, Acarigua y Araure. Como era telegrafista, desde algunos puestos que tomaba en sus andanzas le echaba vainas a Gómez enviándole mensajes que lo sacaban de sus casillas. En una oportunidad habiendo provocado don Emilio una desbandada en el ejército gomecista del general Manuel Padilla, éste no obstante envió un mensaje telegráfico a Gómez diciéndole que había derrotado al faccioso Arévalo Cedeño. Enterado don Emilio del mensaje, al día siguiente toma el pueblo de Santa Ana y conocedor de la línea sur-este manipula el aparato, llama con la señal “treintiuno” (distintivo de los telegramas para Gómez) y le escribe: “... De acuerdo con mi telegrama de ayer, tengo la satisfacción de participar a Ud. Que he capturado al faccioso y ladrón Arévalo Cedeño, suplicando a Ud. respetuosamente se sirva decirme que hago con él...”

En otra oportunidad, cuando el gobierno de EE UU solicitó a Gómez diera libertad a los presos y convocara al país a elecciones libres, don Emilio tomó la oficina telegráfica de Orituco y trasmitió el siguiente mensaje: “General Juan Vicente Gómez – Maracay. Han llegado noticias a mi campamento de que el gobierno americano obliga a Ud. a abandonar el poder, libertar a todos nuestros compatriotas encarcelados, abrir las puertas de la Patria a todos los desterrados y convocar al país a elecciones. Patriota como soy, convengo en que Ud. haga lo que se le impone, porque es lo humanitario, lo civilizado y lo republicano; pero debo protestar por la intervención de un poder extranjero en los asuntos internos de nuestro país. Es decir que combatí contra Ud. y seguiré combatiendo contra los americanos del Norte, porque la herencia de Bolívar es única, indivisible y no permite intervención. Su compatriota que jamás ha sido su amigo – E. Arévalo Cedeño.”

En todas sus proclamas no dejaba don Emilio de recordar frases del Libertador. Simón Bolívar era su gran inspirador.

Arévalo Cedeño pone de manifiesto en su trabajo, la persistente cobardía del pueblo venezolano, con frecuencia habla de esclavos, no de venezolanos: casi nadie le quiso acompañar en su lucha, fue varias veces traicionado. En sus viajes a Trinidad, Nueva York, Barranquilla, el Arauca y Cartagena, pudo comprobar que los venezolanos allí asilados eran unos charlatanes que le tenían pavor a Gómez, aunque contra él perorasen toda clase de insultos. Fue un hombre muy solo, y solo lucha contra Gómez casi treinta años. Yo recuerdo que mi padre una vez le refirió a mi hermano Adolfo, que él estando en una laguna cerca de Santa María de Ipire, vio cuando llegó un grupo de hombres a caballo: estaba allí dirigiendo a aquella gente Arévalo Cedeño. No recuerdo más nada de este hecho.

Poco después de la caída de Pérez Jiménez, estando yo en San Juan de Los Morros, le escuché decir a mi hermano Adolfo que había visto a don Emilio en la Plaza de Los Samanes, quizás esperando un carrito para ir a Valle de La Pascua, donde vivía.

Ya en 1923, encontrándose don Emilio en Nueva York, siempre conspirando contra Gómez, decía: “El petróleo fue una maldición para Venezuela, porque aquella riqueza, así como pasaba a las arcas del tirano, de su familia y de sus favoritos, así también dio fuerzas a la tiranía con el apoyo de los gobiernos de Norte América, Inglaterra, Holanda y Francia y otros más, para que Gómez hiciera la desgracia de nuestra Patria.” Don Emilio hizo más de siete invasiones contra Venezuela y jamás fue capturado. Convencido estaba de que los revolucionarios asilados en Nueva York nada harían por la libertad de su país: “El 12 de abril de 1923 tomaba un barco para llegar a Panamá... dejaba a mis compatriotas atrofiados por aquel ruido ensordecedor de que nos hablara el magno poeta de Nicaragua, quienes como atrofiados nada harían nunca por la libertad de Venezuela.”

En la invasión a Venezuela de 1924, Arévalo Cedeño tomo San Fernando de Atabapo y organizó un gobierno revolucionario en el Territorio Federal Amazonas. En realidad el general Arévalo tenía que hacer frente al gobierno colombiano que también le perseguía. Entonces dirigió comunicaciones a los compatriotas en el exterior para que acudieran donde él estaba haciendo aquella tenaz oposición a Gómez, pero nadie se movió. El tendría que confesar desesperado que aquellos haraganes que se daban a la tarea de criticar cuanto él hacía, era los responsables de crímenes de Gómez. Y añade en sus memorias: “Pero esos hombres vendrían después satisfechos al país a recibir los cargos de la República, a coger los dineros de nuestros pueblos, porque Venezuela es una nacionalidad en donde la sanción no existe, que sabe olvidar muy pronto, en donde es lo mismo ser bueno que malo, ser honrado que ladrón...”

Agobiados por el acoso colombiano y las fuerzas de Gómez, luego de un combate de 36 horas en la boca del Casiquiare, con seis cartuchos y sin comida, emprendieron retirada por el alto Orinoco para alcanzar la frontera con Brasil. Un día cazaron un pequeño mono que tuvo que servir de alimento para veintiocho hombres. En enero de 1925 en una impresionante travesía, llegaron a Santa Rosa de Amanadona para pasar luego al Brasil. Confiesa a sus camaradas, desalentado, que deben solicitar el derecho de asilo a la República del Brasil, para luego emprender la lucha con nuevos bríos.

Vuelve en marzo de 1925 a Nueva York en busca de ayuda e invadir otra vez a Venezuela. Se encuentra de nuevo con todas aquellas momias egipcias, como él llama a los exiliados venezolanos en esta ciudad. Viendo que esta gente se la pasaba bien, y a la vez echando pestes contra el gobierno de Gómez, un día Inocencio Spinetti le dijo: “Tú estás equivocado, y esos hombres tienen razón, porque ellos no necesitan hacer nada contra Gómez, porque regresarán a la Patria a recibir puestos que los esperan; tú te sacrificas por un deseo de Patria libre, pero ello se ríen de ti, porque su posición está asegurada sin tener las penalidades que tus sufres.”

El general Arévalo continuó su calvario de buscar dinero por Francia, Inglaterra y la Habana. Don Emilio fue un hombre culto e hizo amistad con escritores eminentes como José Vasconcelos, autor de La Raza Cósmica, y José Rafael Pocaterra. Luego de recorrer varias islas en las Antillas pasó a Méjico. En mayo de 1927 partió hacia París para entrevistarse con el general Román Delgado Chalbaud. Nada en claro quedó de estos encuentros, hasta que don Emilio ingresó otra a vez a Venezuela por el Arauca, con los bolsillos prácticamente vacíos.

Juan Vicente Gómez no perdía tiempo contra sus enemigos y tenía a los estudiantes presos trabajando en las carreteras. Entonces, como un verdadero vengador de injusticias, don Emilio se aprestó para un ataque singular. Voló a Palenque. Los espías de Gómez se enteraron de la operación y levantaron poderosos campamentos militares, retirando a los presos a lugares lejanos. Hubo el general Arévalo de retirarse a Anzoátegui. Comprobaba en su marcha que nadie quería unírsele; según él nadie quería a Gómez pero todo el mundo le sacaba el cuerpo. Entonces inició un largo periplo por sabanas y selvas, siempre seguidos cerca por las fuerzas del gobierno. Fuerzas combinadas de cinco estados (Guárico, Apure, Bolívar, Anzoátegui y Monagas), le perseguían disputándose el honor de capturarle. Repasaron el Orinoco varias veces procurando confundir a sus enemigos. Fueron seguidos por camiones y cargados de soldados, quizás por primera vez en el país se realizaban estas acciones militares. Cuanto seguidor de la causa de don Emilio caía en manos del gobierno era liquidado en el acto. Así sería la ferocidad con que era perseguido este guerrillero que dos oficiales se habían suicidado por no pasar por la vergüenza de presentarse ante Gómez habiendo sido burlados por la acción de este guariqueño. Estos fueron, el general José Miguel Guevara y el coronel Alfredo Rodríguez López.

Los acosos eran cada vez más fieros. Por alcanzar nuevamente tierras colombianas por el Arauca, padecieron fiebres, mordeduras de las llamadas veinticuatros y tambochas, bajo acometidas de fieras, llegaron a pasar cuatro días sin comer, cruzando ríos como el Guárico, el Pao, Portuguesa, Guanare, Masparro, Uribante, Sarare, vomitando bilis y sin poder echarse a descansar. En 1930 pudo Arévalo llegar a Santa Marta y de aquí ir a Trinidad a bordo del vapor Coronado, pero el gobernador de esta isla le prohibió su desembarco. La recompensa por su captura llegó a tasarse en un millón de bolívares (que viene a ser como millardo hoy en día.) Lo devolvieron a Venezuela, a Carúpano, donde lo esperaban los esbirros, pero gracias a un amigo pudo coger un vapor francés que lo llevó a la República Dominicana. Allí volvió a encontrarse con José Rafael Pocaterra; ya habían matado a Román Delgado Chalbaud y tanto la invasión del general Rafael Simón Urbina como la sublevación del general José Rafael Gabaldón en Portuguesa habían terminado en fracasos. Cundía el más grande desaliento. Todos parecían admitir que era imposible derrocar a Gómez.

De la República Dominicana pasó Arévalo a Panamá. Cruzó nuevamente Colombia, para volver a internarse con sesenta compañeros por el Vichada y aparecer otra vez por la frontera. Entonces se les persiguió con aviones, que metían más bulla que miedo. Según Arévalo eran aeroplanos muy fáciles de echar a tierra, totalmente inofensivos. El día 5 de marzo de 1931 emprendió Arévalo su séptima invasión desde la línea de El Cubarro.

Produjeron fuertes pérdidas al gobierno, por ejemplo, en Mata de Agua, en el bajo Meta, en Lezama y en Bolívar y en un hato llamada Las Mercedes. Se retiraron luego por el río Caparo durante veintinueve días de navegación. Cruzaron el Alto Apure, cayeron en el Arauca y pasaron el invierno en Santa Rosa. El 5 de agosto estaban en El Caribe. Totalmente rodeados resistieron a las tropas del coronel Meléndez de Apure y del coronel Sánchez del Estado Bolívar. Le mataron el caballo a Arévalo y lo salvó milagrosamente uno de sus oficiales, un coriano, saturnino García. Varios de sus compañeros cayeron en aquella acción, entre ellos su querido amigo Carlos Julio Ponte.

Destrozadas sus fuerzas hubo de huir a Barranquilla, de allí otra vez a Panamá, para pasar luego a Costa Rica. Después pasó a Perú, con la ayuda económica que le brindaron José Rafael Pocaterra y el doctor José Rafael Wendehake. Llegó a Lima el 18 de diciembre de 1931. Fue recibido por el presidente del Perú, Coronel Don Luis Miguel Sánchez Cerro. Fue extraordinariamente bien recibido por parlamentarios y ministros e invitado a almorzar a palacio varias veces. Se le hizo un banquete en el Hotel Biltmore, y el homenaje lo presidió el doctor Víctor Andrés Belaunde, líder del grupo independiente en el Congreso.

Llama sobremanera la atención en todas estas memorias de don Emilio, que en una sola ocasión mencione al escritor y más tenaz enemigo de Juan Vicente Gómez, don Rufino Blanco Fombona.

Arévalo hace duras críticas a los intelectuales de la época, serviles a Gómez; dice de Manuel Díaz Rodríguez, senador de la República al servicio del régimen que en una fiesta que daban a las concubinas de Gómez tuvo esta frase para la homenajeada: “Bendito sea tu vientre, oh Dionisia, que ha dado aguiluchos y palomas a la sociedad.”

Es en Perú donde don Emilio comprende la falacia del comunismo que practican los latinoamericanos. No hay que olvidar que don Emilio fue del grupo de los que en 1926 fundó junto con Carlos León, Gustavo Machado y Salvador de la Plaza, en Méjico el PRV (Partido Revolucionario Venezolano). A mediados de 1931, Lima era un hervideros de comunistas furibundos. Dice el general Arévalo: “He juzgado siempre el comunismo como una gran mentira y como un medio de que se valen los desvergonzados y haraganes para llevar a cabo los criminales propósitos de vivir a costa de los engañados...” Condena también al aprismo por considerarlos serviles de Rusia. El 6 de marzo de 1932 estaba en Lima cuando el presidente sufre un grave atentado que lo mantuvo veintiséis días postrado.

Cuando salió de Lima, el gobierno puso a su disposición un avión que lo llevó al puerto de Talara en el norte de Perú. Siguió a Guayaquil donde fue bien recibido. Luego marchó a Ipiales, pasó por Berruecos y más tarde a Santa Marta donde consideró que todos los niños de nuestras escuelas deben ir en peregrinación cada año para que conozcan de las penas y tormentos que sufrió nuestro Libertador.

En mayo confiesa que no hace sino leer obras exclusivamente revolucionarias y que ha terminado por castrar todas las otras vocaciones que bullían en él, entre ellas la novelística. Que vive imbuido en los trabajos de Lenin, “La revolución democrática y el proletariado”, “El Manifiesto” con notas de Riazanof, “La Historia de la Comuna” de Lissagaray, “La Historia de la Revolución Rusa” de Trostky. Sobre “El Capital” dice que lleva notas diarias para preparar lecciones para los obreros. Piensa en una expedición contra Gómez, y plantea que si en ella se cuela algún caudillo como Arévalo Cedeño, aunque se embarcaran todos los exiliados, él no iría. Que cuando se formé la revolución triunfante en Caracas él se meterá en ella empeñado en una labor ilegal.

A fines de junio de 1932, merodeando por dónde entrarle a Venezuela, se encontraba en Kingston. Pocaterra le enviaba cuanto podía para mantenerlo políticamente activo, y gracias al dinero que le envió pudo ir a visitarle a Halifax, Canadá. De aquí pasó a Jamaica, luego a la República Dominicana donde fue detenido. Primera vez en su vida que era detenido. Esto provocó un escándalo internacional que movilizó a la diplomacia cubana, sobre todo al general Don Enríque Loynaz del Castillo, quien fue Jefe del Estado Mayor de Máximo Gómez y también del presidente de Perú Sánchez Cerro. De otro modo Trujillo, el dictador e íntimo amigo de Gómez, lo habría asesinado.

Marchó entonces otra vez a Jamaica para volver de nuevo a Perú, pero el 1 de marzo de 1933 conoció del terrible atentado contra Sánchez Cerro por parte de un comunista, que le cegó la vida. Destrozado por la pérdida de este aliado que le había ofrecido recursos para luchar contra el tirano de Venezuela, don Emilio regresa a Jamaica. Pasa a Martinica, luego a Guadalupe, Santa Lucía, Puerto Rico. Asediado por la vil diplomacia de Gómez que le acosa y amenaza y con la ayuda de Pocaterra decide trasladarse a Nueva York, donde llega el 1 de setiembre de 1935. El 18 de diciembre de 1935, recibe una llamada telefónica de su amigo el doctor Rafael Ernesto López quien le dice: “Arévalo, se murió Gómez”.

El entonces presidente constitucional Eleazar López Contreras le da seguridades para que vuelva al país y lo hace, ya no por la selva, escondido tras falsos nombres y bajo el acoso de las fieras de Gómez, destrozado y hambriento. Llega el 15 de enero de 1936 a La Guaira donde abraza a su hijo, a quien no conocía, y llevaba quince años sin verlo, y a su esposa. Veinte y tres años de lucha. Luego para que se vea lo vulgar que era Rómulo Betancourt, llegó a llamar al general Emilio Arévalo Cedeño, Centauro de Caricatura.

Don Emilio fue posteriormente senador por Estado Guárico y más tarde gobernador del mismo Estado. Murió loco en 1965 en Valle de La Pascua, a la edad de 83 años.

 

Otras invasiones

La sublevación en abril de 1929 del general José Rafael Gabaldón, apenas si puede catalogarse de tal: Fue un saludo a la bandera. Ocurrió cuando estaba ya en marcha la invasión de Román Delgado Chalbaud junto con José Rafael Pocaterra. En política lo importante era participar en una acción violenta para dar el salto a la cúspide. Betancourt ve en la expedición del Falke la oportunidad de su vida. Hace un amago de contacto con estos revolucionarios, y le dice a unos amigos que se va a embarcar en el “La Gisela”, para luego unirse a la gente del “El Falke”. “La Gisela” sufre una avería, casi zozobra y los pichones de revolucionarios, Leoni y Betancourt se rinden pronto: Llevaban tres revólveres solamente y quedan varados en la playa de Barahona. Deciden entonces irse a Santo Domingo. Luego se trasladan a Trinidad donde esperan noticias del desembarco y de las acciones de Román Delgado Chalbaud.

 

Igualmente tuvo conocimiento Rómulo, sin poder hacer nada, de la toma de Curazao por parte de Rafael Simón Urbina y Gustavo Machado. En ninguna de estas acciones estuvo presente. Durante su temporada en Curazao, junto con un hermano de Chapita, se dedicó a la importación de bananas, al tiempo que fue tenedor de libros. Hacer de tenedor de libros de contabilidad le encantaba.

Este personaje Rafael Simón Urbina es terrible; en una foto de 1934, aparece con un aspecto de un roedor descomunal, un brillo de fiera en los ojos; nada simpático y muy prepotente. Era alto, atlético y vestía con elegancia. Será Urbina quien luego acusará a Betancourt de pederasta en su libro “Sangre, Dolor y Tragedia[2]”.

Dirá Urbina en este libro que en la casa de los estudiantes de Curazao, en busca de los amores imposibles como aquellos de las horas de relajación que presencié entre Otero Silva y Rómulo Betancourt... Yo cambié de hospedaje porque si allí vivían hombres dignos, en cambio Otero Silva y Rómulo Betancourt solían marchar por las rutas sombrías de Sodoma y Gomorra...

Cuenta también, que en una fiesta en Curazao (1929), se anunció un matrimonio entre Rómulo y Miguel Otero Silva, vestidos ambos de novio. Tal vez una broma de chiquillos “finos” y muy bien mantenidos, porque se hizo entre puros hombres, pero Urbina difundió la foto del “enlace nupcial”.

Esto provocó que Betancourt intentase una demanda judicial contra Urbina por injurias y calumnias. Y dice Urbina al respecto: “Acudió al tribunal, asistido por su defensor el doctor Víctor José Cedillo y se limitó a pedir que, para comprobar o desmentir sus acusaciones, se practicase un examen médico-legal en la persona de Rómulo Betancourt... Ese peritaje diría si Betancourt era o no adicto a las perversiones que hicieron de Sodoma una ciudad maldita, condenada a la postre al asolamiento por la ira divina. Pero a la instancia del General Urbina, que de cumplirse hubiera mostrado bien a las claras la debilidad de las defensas de retaguardia de Rómulo – que de romano sólo tiene los vicios- movió a este usurpador a retirar inmediatamente su demanda. Así se cortó de súbito un proceso que ya se perfilaba como uno de los más escandalosos de la historia de Venezuela, y en el cual habían comenzado a intervenir los médicos doctores Izquierdo y Quesada, y el letrado doctor Alamo Ibarra a favor de Urbina.”

 

En diciembre de 1929 Betancourt se traslada a Costa Rica. Para esta fecha, ya existía en Costa Rica conformada una sección del APRA, pues Raúl Haya de la Torre había llegado con este fin a este país en setiembre de 1928. El programa doctrinario del APRA internacional contemplaba acciones conjuntas de los pueblos latinoamericanos contra el imperialismo yanqui, trabajo mancomunado de estos pueblos por la unidad política y económica, nacionalización de las riquezas nacionales, lucha contra la opresión e internacionalización del Canal de Panamá. Esta sección del APRA la presidía entonces Joaquín García Monge. Cuando Betancourt llega a Costa Rica lo hace como aprista, fervoroso seguidor de la obras de Federico Engels y del marxista peruano José Mariátegui.

El grupo aprista también cuenta con colaboradores costarricenses importantes como la escritora Carmen Lyra, Manuel Mora, Luisa González, Víctor Quesada, Antonio Zamora y Carmen Valverde. 

Betancourt había hecho correr la historia de que andaba en gestiones para comprar armas por orden de los exiliados en Trinidad. De que había procurado alistarse con quienes tomaron Curazao, y no pudo participar en la acción del Falke porque como ya se ha dicho, el barco “Gisela” del que partiría de Santo Domingo estuvo a punto de zozobrar. De modo que tuvo que virar hacia puerto Barahona, en República Dominicana. Había perdido todo contacto con revolucionarios como el general Emilio Arévalo Cedeño, Rafael Simón Urbina y Gustavo Machado. Esta historia de Betancourt se parece a la de aquellos generales granadinos de José María Obando y José Hilario López, que durante la guerra de independencia, cada vez que se les ofrecía una oportunidad para que dieran muestras de sus grandes dotes de luchadores y revolucionarios, se enfermaban.

 

Ha recibido Rómulo, algún dinerito de su padre y ha aprovechado unas recomendaciones que lleva al director y propietario de la revista “Repertorio Americano”, don Joaquín García Monge. Le gusta el ambiente, la bondad de las personas y lo barato de la vida, comparado con las islas del Caribe. Su interés era empaparse del asunto del sindicalismo y seguir indagando sobre el tema petrolero. Es cuando conoce a quien será su primera esposa, Carmen Valverde, una maestra de escuela.

Se le dio cabida en “Repertorio Americano” para que expresara críticas al gobierno de Gómez, y los errores que provocaron el fracaso de la invasión de Román Chalbaud. Ya sobre Betancourt recaía el epíteto de pequeño burgués por parte de algunos asistentes a la Primera Conferencia Comunista Latinoamericana celebrada en Buenos Aires. Ansiaba entonces encontrar una tribuna, un estrado, un balcón, una curul, una columna periodística desde la cual hacer conocer al mundo cuanto bullía en su cabeza. Habló en Costa Rica a algunos hijos de campesinos que acudían a un escuelita en un caserío de este país. Todavía no caía en la cuenta de lo desagradablemente chillona que resultaba su voz. Usaba términos rebuscados que se aprendía de memoria. Pero iba enterándose de que a él lo que le interesaba era la gente inculta, y de que si podía llamar la atención de éstos, todos los demás, algún día tendrían que inclinársele. De modo que muy pronto Betancourt dejó de tener vergüenza por su vocabulario, y optó ese estilo barroco, recargado de expresiones raras que harían extrañamente famosos sus discursos.

 

En mayo de 1930 va nuevamente a Barranquilla; allí se encuentra con Raúl Leoni, Ricardo Montilla, Juan José Palacios, entre otros. Con emotividad revolucionaria todos ellos fundan la Alianza Unionista de la Gran Colombia. Se dedicó a trabajar, con cierto interés en el quincenario “Extracto Notarial y de Juzgados”.

La palabra “Unionista” fue idea de Betancourt. Al fin en Barranquilla encontró un balcón (el del Hotel Regina), para dirigirse a un nutrido público. Celebraron el centenario de la muerte del Libertador, pero no hay nada digno de recordarse que haya dicho nuestro personaje sobre este extraordinario hombre. Satisfecha su necesidad de hablar, pues daría como una veintena de discursos (en teatros, escuelas y asambleas con sindicalistas), partió junto con Gonzalo Carnevalli a Perú.

Estaba en el poder Luis Sánchez Cerro, gran amigo de don Emilio Arévalo Cedeño, y a quién le hizo distinguidos honores y le prestó toda la ayuda posible para regresara a Venezuela y continuara su lucha contra Gómez. Betancourt le tenía una arrechera inexplicable al general Arévalo Cedeño. Quizás porque al igual que Francisco de Paula Santander, se identificaba más con los hombres de pluma que con los de fusil. Se mantenía leyendo y consultando con furor cuanto planteaba José Carlos Mariátegui. Andaba un poco indigesto por lo desordenado de las lecturas. Tan pronto como supo que don Emilio Arévalo Cedeño era amigo del presidente Sánchez Cerro, consideró que éste no era más que un vulgar asaltante del poder y hombre sin “credenciales”. ¿Sin credenciales para qué? Luego veremos con que nombre le bautizaremos cuando ocurra lo del 45.

Volvería Betancourt a Barranquilla, abúlico y cansado, sus maletas llenas de recortes de periódicos, cartillas sindicalistas y panfletos llenos de llamados a la rebelión popular. Ya Raúl Leoni había levantado en Barranquilla una pulpería donde vendía frutas (uvas, peras y manzanas), que con el pretexto de ser de los revolucionarios andantes (ambulantes) se las permitían importar de California. En aquella pulpería, en medio del olor de frutas y tintas de panfletos, Betancourt concibió la creación de otro movimiento político: el ARDI, (Agrupación Revolucionaria de Izquierda)[3]. Como Ricardo Montilla tenía un mimeógrafo, su ansiedad por reproducir sus pensamientos por miles, en panfletos, encontró un respiradero. Aquella pulpería, por detrás o al lado de ella, convirtióse en el centro de un tornado de cartas lanzadas a cuanto luchador, revolucionario o político había conocido por el Caribe, Costa Rica y Perú. Las respuestas no tardaron en llegar: “Sí, estamos de acuerdo; proceda”. Corría el año 31. El ARDI, junto con lo que se denominaría el Plan de Barranquilla, llevaba en sí un proyecto para combatir la dictadura de Gómez, a la vez que la conformación de una estrategia de gobierno una vez que se instaura un régimen democrático en Venezuela. El proyecto del Plan fue muchas veces retocado sobre el mostrador de la frutería del padre de Leoni; en él metió la mano mucha gente: Valmore Rodríguez, Simón Betancourt, Juan José Palacios, entre otros.

Se habló allí de todo: del miserable caudillismo militarista (no el civilista que aparecería luego), de la libertad de expresión, del eterno asunto de los derechos humanos. Lo que más se discutió fue lo relativo a lo de la confiscación de los bienes del General Gómez, que eran cuantiosos y podían alcanzar para muchos. Fue cuando por primera vez se planteó la creación de un “Tribunal de Salud Pública” para sancionar a los corruptos y que luego sería presentado a los jóvenes oficiales de Venezuela; el mismo que se pondría en práctica una vez derrocado el General Isaías Medina Angarita y que se llamó Jurado de Responsabilidad Civil. Se planteó la organización de numerosos sindicatos, la revisión de los contratos y concesiones petroleras; la alfabetización, la autonomía universitaria, lo del sufragio directo y universal y la convocatoria de una Constituyente para revisar al Estado en su totalidad.

Rómulo estaba estudiando mucho, pero sobre todo conociendo a la gente. Cuando hubo concluido su plan y pudo multiplicarlo por centenares con el mimeógrafo de don Ricardo Montilla, conoció otro lado amargo de la vida: las críticas malsanas y bajas. Los revolucionarios con asiento en México y París hablaron del Plan de los “amanerados de Barranquilla”. La indignación de Rómulo fue terrible; a todo el mundo quería responderle y acabó enfermo. De esta enfermedad aprendió cuanto tenía que saber sobre los hilos malsanos que suelen mover a la política. Era realmente un hombre importante porque ya se le llamaba marica. Esto lo comprendió convaleciente. Sólo cuando a uno comienza a llamársele homosexual es un hombre importante y que vale la pena entonces para los demás. Aunque nunca lo hubiese sido, el mote de marica y de hijo de puta, nunca se lo quitarían de encima, por lo que llegó a decir que se había destruido en él todo el odio sentimental, toda fuerza sin valor afectivo para dar cauce en su corazón a un odio canalizado y metódico.

Como ya no era un desconocido, el deambular por el continente americano se le hizo más barato: volvió a Costa Rica. Aquí su producción intelectual y panfletaria fue mucho más intensa. Ya no era tan pichón; hablaba con algún desenfado y serenidad, proclamando en sus conferencias y artículos: “Estamos con las clases explotadas, con el camisa-de-mochila, con el pata-en-el-suelo, con las peonadas de los hatos, con los siervos de los latifundios cafetaleros, con los obreros de las petroleras, con los dependientes de las pulperías, con los medianeros de los ingenios azucareros, con el pequeño comerciante...” Declara abiertamente que sus enemigos irreconciliables son la burguesía imperialista, los latifundistas, los grandes señores del comercio y de la industria y el caudillaje militar[4]. Entonces comenzó a empaparse de la historia de Venezuela a través de los libros de González Guinán.

En 1932, definió su cartilla ideológica para el combate: con quiénes debía estar y a quiénes hacer la guerra. Sus soldados deberían ser las peonadas, el proletariado propiamente dicho, el pequeño propietario arruinado por el monopolio en la ciudad y por el latifundio en el campo, los sectores intelectuales explotados (en oposición al que surgirá de la alianza de los sectores burgueses criollos unidos al imperialismo extranjero). Declaraba entonces que estaba marxistamente convencido de que nuestra realidad exigía un conocimiento del medio, y que por nada del mundo debía hacerse una campaña abiertamente comunista.

Era del todo ridículo para él, dada la exigüidad de nuestro proletariado industrial, pensar en un partido netamente clasista. Que tal posición no haría sino a condenarlo a vivir en el exterior, pendejeando por las avenidas del exilio, escribiendo artículos hipotéticos sobre un hipotético Partido Comunista de Venezuela, PCV. Que se hacía necesario considerar una campaña articulada para atrapar a las clases medias sobre una plataforma realista. Para esta época actuaba como militante comunista y dirigía la Universidad Popular, pero le pedía a su grupo ARDI que tuviera mucho cuidado en el penoso espectáculo de caídas, recaídas del PCV. Proclama que el ARDI debía ser sobre todo un grupo de trabajo, de organización, estudio y combate, que mientras esto se diera, en el futuro, cuando ya estuviesen preparados, entonces buscarían a los distintos grupos de izquierda para definir un acuerdo. Pero como ellos serían los mejores, entonces esos grupos iban a estar bajo el mando del ARDI.

Sostenía con serena convicción que los partidos por más doctrinarios que fuesen, por más de masas que fuesen, siempre van a donde sus líderes los lleven, y proclamaba: “el viraje a la extrema izquierda lo daremos en el momento oportuno, con la seguridad de que la masa mayor del partido se irá tras nosotros. Ese amorfo sector timorato es carne de cañón, que nos servirá para hacer bulto y que no me importa que se quede rezagado. El lastre siempre se bota.[5]

Betancourt seguía marcando distancia de los comunistas a los que llamaba “rojos intransigentes”, “comunistas a trancazos”, “incapaces de discutirle una coma a los usases de la Internacional, como buenos tropicales, palabreros y perezosos.[6]” Alertaba Rómulo a sus seguidores que en su programa de lucha se cuidaran de mostrar un matiz teñidamente antimilitarista porque era muy peligroso. También les recomendaba que tuviesen cuidado en lo referente a la materia anti-imperialista, táctica a su parecer radical de la III Internacional, peligrosa en extremo porque para él “no compensa la alarma que produce con los resultados positivos que de ella deriva para la definitiva emancipación de los trabajadores”. Que se cuiden “del ala italiana a trancazos, monaguillos domesticados del Buró del Caribe[7]”.

Según él era urgente plantearse la construcción de un país moderno en “esa tierra de doctorcitos, malos poetas e historiadores epopéyicos. Creo que el Socialismo en el primer tiempo –mientras surge una cultura política en ese país intelectualmente tan atrasado- no debe asustar mucho. De aquí la importancia que yo le doy a la nueva clase por formarse que propagará el socialismo. Esa clase además del obrero de la Universidad Popular, ese obrero que habrá de rescatar de la Cofradía del Corazón de Jesús o del Perpetuo Socorro, puede ser el profesor primario y el profesor de escuela rural.”

 



[1] “Rómulo Gallegos y al Revolución Burguesa en Venezuela”, Monte Ávila Editores, 1984, pág. 190.

[2] Editorial Americana, 1936.

[3] Que algunos bautizan jocosamente como “Agrupación Reformista de Intelectualoides”, y Betancourt se indigna replicando que “son unos caga leches de la revolución”, “Lenines de bolsillo” y otras expresiones típicas de su léxico y estilo. A Salvador de la Plaza lo llamó “Puntilloso Lenin en alpargatas”. Qué manía la de tratar de desprestigiar a las personas y a las cosas, echando mano de lo nuestro, de lo autóctono.

[4] “Libro Rojo”, Catalá Centauro Editores.

[5] “Libro Rojo”, Catalá Centauro Editores, sexta edición, Caracas, 1985, pág. 142-143.

[6] Ut supra., págs. 156-159.

[7] Ut supra., págs. 156-159.


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José Sant Roz

Director de Ensartaos.com.ve. Profesor de matemáticas en la Universidad de Los Andes (ULA). autor de más de veinte libros sobre política e historia.

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