Contra la estupidez, los mismos dioses
luchan sin alcanzar la victoria.
Schiller
No lo comprendió José Gil Fortoul pese a su voluminosa obra histórica. Gil Fortoul era un pequeño burgués que siempre obedeció de manera servil a cuanto Juan Vicente Gómez decidiera. Y lo insólito fue que sirviéndole a un tirano de cincuenta suelas, se dedicó a escribir la Historia Constitucional de Venezuela, en la que por ni asomo tocó para nada la tiranía de Gómez. No entendieron a Bolívar tampoco Arturo Uslar Pietri, Mario Briceño Iragorry, Laureano Vallenilla Lanz, Pedro Manuel Arcaya, Mariano Picón Salas, muchos menos Ramón J. Velásquez o Herrera Luque. Todos estos señores se vendieron vilmente al negocio de la politiquería. ¡Cómo le encantaba a Uslar Pietri que le hicieran un homenaje en Miraflores y lo pusieran a perorar sobre la patria en cada efemérides! Allí sí lanzaba luengas lloronas por el destino del país, pero a la vuelta de la esquina lo veíamos otra vez departiendo y pasándola muy bien en los saraos públicos al lado de sinvergüenzas adecos y copeyanos. No olvidemos que Uslar fundó un partido que se entregó a todas las decisiones criminales del horrible represor que fue Raúl Leoni.
No me considero historiador. Imagino a un historiador como a un frío investigador que no toma parte por nadie ni por nada en los acontecimientos que viven los pueblos. Uno sí toma partido. Uno está del lado de Bolívar frente a Santander. Uno está del lado de Chávez frente a la jauría de los lacayos. Escribo con el dolor a cuestas de las injusticias sufridas. Escribo esto con el sentimiento de quien le ha jugado buenas trastadas a la locura; con las frustraciones y estafas que durante siglos han sobrellevado nuestros pueblos; con el conocimiento de los hombres que se cansan y se dejan vencer, y de los que traicionan sus progenituras; con el conocimientos de aquellos que resisten hasta que les llega su hora; con el dolor de cada estafa que se esconde bajo el duro y violento desafío del oficio de vivir. Es decir, que bregamos del lado de la poesía trágica.
Quién puede sustraerse de la deuda humana y moral que como venezolanos le debe a Simón Bolívar. ¿Qué sería Venezuela, que sería Latinoamérica sin la obra magna del Libertador? ¿En quién se habrían inspirado los héroes del pasado para llevar a cabo sus luchas, y mantenerse firmes en medio de las borrascas, de las amargas derrotas? Bolívar es munición, canto y esencia de la honda revolución moral que está por venir. Con Bolívar nos formamos en el misterio de nuestras soledades hacia una realidad compenetrada de aventura, de valor, creación e infinito coraje; él nos infunde un esfuerzo demencial contra el hediondo curso de la muerte. A él acudimos con la esperanza y la posibilidad de otra vuelta más en la espiral de la vida.
Ahí está nuestro Presidente Chávez caminando a su lado. Estremeciendo el mundo con sus ideas y sentimientos. Poniendo de relieve su tragedia, su conmovedora vena amorosa para con nosotros, todos sus hijos. Vengo llorando su destrozo, su visión estremecedora de lo que sufriríamos por falta de claridad sobre nuestro destino. Su impotencia, cuando exclamaba: “Aquí hacen falta muchas cosas, sobre todo hombres que sepan mandar y hombres que sepan obedecer.”
Cuanto más conocemos su obra, tanto más nos domina la fuerza de la soledad. Es como la necesidad de una compenetración con el silencio místico. Acorralados durante siglos en un hondo escepticismo, pero poseídos siempre por la única esperanza de su denodado amor hacia nosotros. Aherrojados estuvimos en medio del silencio de su olvido. Padre noble y grandioso, estamos por el rescate de tu magna soledad. Tu obra se nos revela cada día como una luz que quema. Tu horizonte y tu luz es nuestra esperanza, nuestra fe. Preparados estamos para adentrarnos en tus dolores, en la guerra de siempre contra los tiranos y traidores; en las debilidades, grandezas y miserias de los hombres Si a ti, gran Bolívar, fue tu genio el que impidió que te convirtieras en un incrédulo irremediable ante nuestro caos, Su desafío es una revelación: un amuleto práctico que nos llena de valor, de deseos de luchar y morir por nuestra patria. Entonces volvemos a creer en la salvación del misticismo, en los hombres, en un modo de morir con la posibilidad última de permanecer fiel a nosotros mismos...
Sacudimos nuestros nervios, nos templamos un poco para atrapar con valor a la realidad. Puede que no haya mucho orden en nosotros y es porque no queremos ser unos brutos lineales y perfectos; preferimos la locura sublime del que lo da todo para tenerlo todo. Para salvar esa verdad que Bolívar nos muestra más allá de la muerte, del tiempo y de todos los espacios.