Ha muerto un hombre, un jerarca purpurado de la iglesia católica venezolana, y con él se ha llevado una carga de odio infinita, que nuestro creador difícilmente pueda perdonar, si en su último suspiro no cubrió de gloria tan gran pecado, no amar al prójimo sobre todas cosas, mandamiento de ley divina que lo excomulgó de la mayoría del pueblo venezolano.
Lejos de herir susceptibilidades, se hace necesario el análisis como forma de entender un poco la naturaleza humana y las razones que pueden devenir en su accionar diario.
El Episcopado venezolano (su jerarquía) es, por naturaleza, contraria al bien nacional, su posicionamiento en los sectores más reaccionarios de la sociedad es un hecho evidente, lo cual los vuelve excluyentes. Financiados por los gobiernos de la Cuarta República, motivaban su dependencia hacia las minorías que saquearon al país. La complicidad era tácita, la realeza episcopal nunca despotricó de un gobierno asesino del pueblo venezolano, nunca alzó su voz en contra de las desigualdades sociales, ni muchos menos en contra de las injusticias que mantuvo en zozobra a más del 90% de este noble y valeroso pueblo. Se había casado con la oligarquía venezolana, fue parte activa en la miseria que nos embriagó por más de cuarenta años. El cardenal fallecido fue copartícipe de tan grande traición a los principios básicos de las enseñanzas de Cristo, como la humildad, la solidaridad, el amor y la entrega a su prójimo.
El egoísmo burgués ha sido el Norte de estos jerarcas sin trono, la entrega al poder imperial como parte fundamental de sus principios, ha cobijado su distintiva manera de no relacionarse con los inferiores, para ellos la única inclusión se supedita al de sus intereses y de sus financistas. Sólo aman a Dios por conveniencia, mancillan su nombre y desvirtúan la fé en función de sus prerrogativas. Sólo son hombres disfrazados con un vestido, sus imperfecciones sólo son expuestas en tertulias, los gobiernos de la Cuarta escondían las aberraciones.
¿Cómo no tener presente en nuestras memorias el odio promiscuo que evidenciaba en el pulpito el cardenal fallecido y su insalubre desconocimiento por uno de los gobiernos más democráticos que haya tenido Venezuela? Sus paseos por Miraflores a redimir los pecados de una tal Blanca Ibáñez, o su más reciente visita para saludar la “recuperación” de la democracia venezolana producto de un golpe de estado, liberar del pecado capital a Carmona, imágenes que retumban en la memoria de muchos hombres y mujeres que amamos la libertad y creemos firmemente en el Creador.
La profanación de un acto de fé, como lo fue la ceremonia que en honor a la patrona de los larenses (la Divina Pastora) se realizaba en Barquisimeto, desde donde, movido por su visceral odio, despotricó del Gobierno Nacional y en claro mensaje político enlodó a toda la iglesia católica. Sólo que el Cardenal fallecido obvió que el pueblo venezolano había decidido cambiar para siempre y se ha liberado de la sodomización ideológica a la que estuvo sometido durante décadas, su discurso político fue una plegaria hacia su destrucción, el pueblo allí reunido rechazó el mensaje y la utilización de esos espacios de fé para atacar al Gobierno y vomitar todo el desperdicio consagrado en el lenguaje de intolerancia.
En toda pérdida física se concentran escalas de valores y sentimientos, no puedo convalidar la muerte con un acto de redención, no es motivo de alegría (por más adversario que se sienta) esa pérdida. Dios en su seno será el que juzgue las imperfecciones de hombres que se cubren detrás de las sotanas o capas púrpuras para engañar a un pueblo en su nombre, los jerarcas de la iglesia, el Episcopado venezolano, sin lugar a dudas, tendrán en su juicio celestial como abogado defensor al mismísimo diablo, quien ha encaminado sus desviaciones contrarias al bien de los desposeídos de este país, la justicia divina los castigará.
Cardenal Castillo Lara, que Dios lo perdone por su innegable contribución a la destrucción de un pueblo y por su pretensión de querer confiscarnos nuestro sueños. Sus restos sólo podrían ser venerados en capilla ardiente en el municipio emblemático de la irracionalidad opositora, cuna de la disociación. Los excluidos, los inferiores, los desdentados, los tierruos a los que usted le negó el mensaje de nuestro Dios amado, no seremos parte de la intolerancia. La Catedral de Caracas no era buena para usted, la Catedral de Caracas está sólo reservada a los insignes sacerdotes de parroquia que han decidido casarse con el pueblo y la palabra de Dios.
Paz a sus restos en su largo camino a la justicia divina de nuestro Dios.
Patria, Socialismo o Muerte…
Venceremos
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