Yukio Mishima visitó el llano en un viaje secreto a Brasil en noviembre de 1969, un año antes de su muerte. Era el primer japonés que veían muchos y nunca lo olvidaron: un flaco serio pero no antipático que montaba muy mal a caballo. Dicen que buscaba algo sin nombre que sólo conocen quienes han galopado hacia la muerte con una lanza en cada mano.
Durante dos semanas su único amigo fue Raúl, un muchacho de 14 años, que hablaba muy poco inglés y con quien tenía que entenderse sin palabras. Mishima le vió corazón de soldado y un posible destino militar. Le hablaba con frases que parecían letanías: “Claudine, Huguette, Béatrice, Junon, Eliane, Isabelle…” mientras trazaba formas en la arena con la hoja de su navaja suiza. Sólo décadas más tarde, en la Academia Militar, el jóven Isaías supo que se trataba de los fortines franceses en Diem Bien Phu y que el japonés trataba de explicarle la gran gesta simbólica de todos lo paracaidistas, que sin embargo fue la primera gran derrota militar del hombre blanco y el colonialismo en Asia. Al marcharse, Mishima le dejó un estuche de cuero con unos viejos binoculares de campaña y una cinta magnetofónica grabada en japonés que, explicó con señas y dibujos, había que proteger de la humedad.
EL MENSAJE
Años después, al conocer la fama del escritor, Isaías hizo traducir la cinta y su trascripción llegó a mis manos por vías que no mencionaré. He aquí algunos fragmentos
“Creo adivinar que en ti corre la sangre de los jinetes que inventaron la gloria de tu tierra, y que te espera un destino militar de disciplina y sacrificio. De ser así, estos serán tus puntos de apoyo:
Puede llegar el momento en que te toque dar la vida o, peor aún, renunciar por un tiempo o para siempre al propio prestigio y reconocimiento de la Historia. Recordarás entonces que el tiempo del soldado es la historia militar, que alberga por igual a quien usa la fuerza para matar e imponerse, y a quien la usa para imponerse evitando la matanza. Tú debes caer como el rayo del cielo para que la velocidad te haga imparable, buscando la gloria y no la sangre. Odiar es una pérdida de tiempo.
En tiempos de crisis la victoria te ofrecerá el Poder, de la mano de tus conciudadanos, de uno u otro de los dos grandes partidos que componen la Nación. Cada país tiene dos partidos, el de los ricos y el de los pobres. Cuando el pueblo se siente oprimido, elige a uno que lo defienda de los ricos; y los ricos, cuando se sienten amenazados por el pueblo, eligen a uno para que ejerza la dictadura en su nombre y poder medrar a su sombra.
Siendo el poder asunto civil, no hay regla militar que diga al soldado de que lado debe estar. Aunque el orden de la Nación y la supervivencia del Estado suelen invocarse para justificar las decisiones, éstas dependen de cuán alto quieras llegar y, sobre todo, de cuan hondas estén tus raíces en la tierra. Pero ten presente que los ricos se creerán iguales o superiores a ti porque ellos te eligieron; te pedirán ventajas personales, se ofenderán si no los complaces y pensarán que pueden elegir a otro. En cambio, los pobres no te pedirán sino lo que a todos puedas dar, porque lo que el pueblo exige es no ser oprimido.
La defensa estática es muy fuerte, pero el riesgo y la victoria son inherentes a la maniobra. En asuntos civiles relativos al Poder, tu maniobra podrá ser equívoca pero nunca errada, para que al final y confrontada con los resultados, tu acción deje dudas y no desprecio. En tiempo de guerra o alta emergencia el camino del medio es la muerte o, peor aún, el ridículo.
Tú tienes obligaciones con los tuyos, con quienes son o fueron tus superiores y subordinados, con tus conciudadanos. Pero tu obligación primordial es con tu pueblo, con los guerreros idos de la tierra, de tu tierra, los cuales sedientos de vida la esperan de tu proceder, para ser reivindicados y no haber muerto en vano, para ser librados de la cadena del olvido y del escarnio de sus enemigos. No los traiciones, recuerda que la recompensa del soldado pobre es el rico desarmado.
Escucha el canto de los grillos en tu médula: en esa tierra donde afincas las raíces duermen tus antepasados y su juicio es el único que debes temer porque es tan inapelable como tú conciencia. Todo lo demás es vanidad.
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