En un debate con el general Raúl Salazar, este, para refutar mi apreciación sobre al carácter revolucionario del proceso social en curso en el país, sostuvo que prefería la evolución a la revolución. Consideró ambos fenómenos como antónimos y sujetos a la voluntad humana. Pero aun secuestrada por el campo de la política la palabra revolución no ha perdido su significado esencial, ligado a la acción de revolver o revolverse. Un sinónimo de crisis, pues con ella ocurre una mutación importante en el desarrollo de otros procesos de orden histórico y psicológico en el agregado social revuelto. Desde la óptica del conocimiento, es una situación en la cual se rompe un paradigma. Es un momento cuando se agita un ente, modificándose el esquema de relaciones entre sus partes, y con los componentes de su entorno. Se rompen así las redes de relaciones que le daban significado e identidad. Esta ocurre, cuando los cambios en ese sistema de relaciones son de tal magnitud, que sobrepasan los parámetros (valores) dentro de los cuales se desarrollaba su devenir. No se reconocen las partes entre sí. Hay necesidad de un “aprendizaje” para estabilizar el conjunto.
La revolución no tiene como alternativa la evolución. Ella es consecuencia de esta. Entendiendo, como hoy se hace, que ni una ni otra conducen, ni a la idea absoluta, ni a la sociedad perfecta. No la hay necesariamente, cuando en la evolución de una sociedad, se presenta la violencia entre sus partes. No la hubo en la humanidad, ya integrada, por la intensa violencia de las dos guerras mundiales del siglo XX. La hubo en la sociedad, identificada hoy como civilización occidental, con el fenómeno conocido como el “renacimiento europeo”, con su clímax en las revoluciones políticas americanas y europeas del siglo XIX. En ellas surgió el nuevo hombre de razón y de derecho, frente al del deber y de autoridad generado en la Edad Media por el absolutismo de base religiosa. Ocurrió una mutación total de los valores dentro de los cuales se desarrollaba la vida de relación en occidente, y la del resto de la humanidad, integrada globalmente por el colonialismo.
Si se observa hoy el panorama de esa humanidad, se apreciará que el fenómeno venezolano no es único. El ocurre a lo largo y ancho del planeta, y sus rasgos, en cada punto, tienen una semejanza asombrosa. Hay una crisis histórica globalizada, en la cual nuestro acontecer es una manifestación no originada por Chávez y sus seguidores. La nuestra es parte de aquella, en la cual ninguno de los actores sociales que antes se reconocían, hoy se reconocen. Pero aquí el fenómeno no es trágico como en otros sitios. Al contrario, aquí se ha mantenido la gobernabilidad, con un intento de realizar una transición ordenada a un estado futuro, imposible definir en esta revolución global. No se está desmoronando la nación venezolana, se están deshaciendo todas las estructuras que respondieron a los problemas del hombre europeo el siglo XVI, que no son los que hoy tiene la humanidad. Cuestiones como el cambio climático, o la explosión demográfica, que yacen en el fondo de esta crisis, no se solucionaran dentro de los parámetros establecidos por la modernidad. .