El día que se ordenó al primer obispo le nació otra pata a la estructura del poder, porque la Iglesia había heredado todas las perversiones políticas del Imperio Romano. Por eso a ella muy poco le ha costado adecuarse a los vicios y crímenes del Estado. Aquí no está en discusión el respeto a los principios cristianos, la consideración para con las enseñanzas de Cristo: Lo que los obispos le discuten al Presidente Hugo Chávez Frías, es el tema del espacio de poder, la cuestión de la tajada monetaria que según ellos siempre les ha tocado. A los obispos les interesa muy poco el pueblo, tradicionalmente así ha sido.
Veamos ahora el papel de las Nunciatura en Venezuela en un trozo muy doloroso de nuestra historia.
Cuando gobernaba el general Eleazar López Contreras, de Valencia llegaron numerosas manifestaciones en pro de la candidatura de monseñor Víctor José Arocha para que se le nombrara obispo de esa diócesis, pero el Nuncio Apostólico monseñor Fernando Cento, extraordinario intrigante (como suelen ser estos señores de la Nunciatura), planteó que Arocha debía ser obispo de Coro. Fue entonces cuando en una reunión con altas personalidades de la Iglesia y el gobierno, el Ministro de Relaciones Interiores, General Régulo Olivares sugirió que dada la situación que vivía el país no se podía ser indiferente con la voluntad del pueblo. Ante esta posición, monseñor Cento estalló: “¡Pueblo! ¡Qué pueblo! Eso no hay para qué tomarlo en cuenta.”[1]
Es necesario hacer mención que los trabajos del Cardenal José Humberto Quintero son fundamentales a la hora de hacer una revisión de la Iglesia venezolana. Monseñor Baltazar Porras ha quedado con las memorias de este extraordinario siervo de Dios, y muchos tememos que nunca lleguen a publicarse, y que incluso se hagan desaparecer o sean quemadas. Téngase en cuenta que el maestro, ductor y protector de Monseñor Porras fue monseñor Miguel Antonio Salas quien pidió que el libro “Monseñor Felipe Rincón González” del Cardenal Quintero, fuese recogido o quemado.
Pues bien, al Nuncio Apostólico, Fernando Cento le sucedió Monseñor Basilio De Sanctis. Este señor De Sanctis era realmente otro intrigante como lo fue André Dupuy o el actual, Giacinto Berlocco. Había llegado a la Nunciatura con la idea de hundir a don Felipe Rincón González. Porque la mayorías de estos señores a fin de cuentas realmente son expoliadores de nuestros bienes, de nuestras iglesias. Monseñor Rincón González representaba para De Sanctis una traba severa para sus ambiciones. Cuenta el Cardenal Quintero en su libro “El Arzobispo Felipe Rincón González”, que De Sanctis quería vengar el fracaso que había representado para Cento la destrucción de monseñor Felipe Rincón González. Y añade: “Monseñor De Sanctis amaba mucho las monedas de oro y había logrado acumular ochenta morocotas; pero sucedió que se las robaron y entonces él pretendió que, para reponerlas, monseñor Rincón le obtuviera del General López Contreras un regalo de igual número de morocotas, pretensión que no fue acogida por el Prelado, aduciendo que su amistad con el Presidente López no tenía una intimidad tal que lo autorizara para una propuesta de esta especie. Esta negativa del arzobispo como es fácil comprenderlo, indispuso mucho más en su contra el ya prevenido ánimo de De Sanctis.[2]”
Monseñor Quintero estaría totalmente de acuerdo con nosotros, que una confabulación de putas para destruir a la matrona de Toledo, la Celestina, habría sido un juego de niños comparado con la que se urdió para acabar con monseñor Felipe Rincón González. Esta fue planificada por la Nunciatura y un grupo de obispos miserables con el sólo fin de estafar a nuestro país. Con el sólo fin de controlar la más mínima locha que entrara a la Arquidiócesis de Caracas. Se perdió toda clase de compostura en el intento de hacer que monseñor Rincón González renunciara a su obispado. Cuenta Monseñor Nicolás Eugenio Navarro, que el 16 de agosto de 1936 cuando el Nuncio se enteró que no conseguiría tal fácilmente desplazar a monseñor Felipe Rincón González se entró en una especie de locura. Juró venganza. La Nunciatura elaboró un denso expediente de acusaciones contra monseñor Felipe Rincón González, donde lo menos que se le decía era ladrón. Entonces desde Roma fue enviada una Visita Apostólica para revisarle a monseñor Rincón González hasta las medias. Hubo altos prelados venezolanos que se prestaron para esta infame investigación policial contra un compatriota: Miguel Antonio A. Mejía, Obispo de Guayana y un cura arrastrado de nombre Rafael Peñalver le retiraron a monseñor Felipe Rincón G. la administración de todos los bienes de la Arquidiócesis y le comenzaron a hacer sentir que era un vil ratero que había escondido millones de bolívares, cuyo paradero afanosamente buscaban. Hay un momento en la declaración de monseñor Felipe Rincón González que es realmente patético, y es cuando declara ante sus verdugos, que ríen mientras lo torturan: “Cualquiera cosa que se encontrase que me pertenezca, está a la disposición de V. E. Inclusive mi Cruz Pectoral y dos anillos, únicas prendas que poseo[3]”
Se le cambiaron los candados a las alcancías de la Santa Capilla, se llevaron los Libros de Cuentas, y en julio de 1937, monseñor Felipe Rincón González, desesperado, tuvo un pleito tremendo con los padres de la Visita Apostólica. Casi se le quería obligar a que apuntara en el libro cantidades mayores que las recibidas, o sencillamente le estaban haciendo ver al pobre hombre que había cometido un fraude. Lo acorralaron.
Aquellas torturas, humillaciones y angustias buscando pruebas para hundir y destrozar a monseñor Felipe Rincón González, duraron más de dos años. Hay un momento en que monseñor Felipe Rincón González se dirige al Visitador Apostólico, el doctor Miguel A. Mejía y le dice refiriéndose a las vilezas con que le persigue el padre Peñalver: “En vista de tal impertinencia, resolví no hablar más con el señor Nuncio, cuyo proceder en el caso no puedo menos de calificar de pérfido... Es conveniente advertir que el ánimo del padre Peñalver es cada día más perverso, habiendo tenido la avilantez de decirme en mi cara hace pocos días repetidas veces que está dispuesto a pegarle cuatro tiros a ciertas personas de quienes supone han hecho públicas algunas de sus fechorías: falta aquella de respeto a mi persona que agregó a muchas otras que en la propia entrevista me cometiera, y la cual es más que suficiente para formarle un proceso ante la Congregación del Santo Oficio.”
Pero nada podían hacerle al padre Peñalver porque estaba fuertemente apoyado por la Nunciatura, y se vanagloriaba de sus excesos y ultrajes contra don Felipe Rincón.
Nosotros invitamos a todos los venezolanos a leer este terrible libro del Cardenal José Humberto Quintero para que se conozca esa perversa y horrible miseria que corre y se respira dentro de los templos, seminarios, arquidiócesis y sobre todo en la Nunciatura de Venezuela.
[1] El Arzobispo Felipe Rincón González, José Humberto Quintero, Ediciones Trípode, Caracas, 1988, pág. 41. El Cardenal Quintero cita a “Efemérides” de monseñor Nicolás E. Navarro.
[2] El Arzobispo Felipe Rincón González, José Humberto Quintero, Ediciones Trípode, Caracas, 1988, pág. 45.
[3] Ut supra, pág. 73.