No voy a referirme a la Semana Santa cristiana, que es un lapso de goce.
Es la evocación del martirio de Jesús de Nazaret que culmina con el Domingo de Gloria, cuando, según la fe de los leales de esa religión, el hijo de Dios resucita para júbilo de la humanidad. Voy a hablar del lapso de congoja de "los patriotas" que aman el espacio virtual del mercado. Estos rectos, que por desgracia habitan este país, que según su pontífice, George Bush, es dominado por el "terrorismo" y el "narcotráfico", aguantaron la pena de dos golpes a ese ámbito de libertad y "democracia". Pero el golpe moral supremo ha sido el distanciamiento de un posible día de gloria, de resurrección. Todo indica que el dios "lucro" del capitalismo está grave, y su posibilidad de restituirse es remota, frente a un panteísmo que está en la naturaleza del mundo.
Para esa visión apóstata, el lucro no es el ser supremo creador, por efectos del derrame, de la seguridad y la paz del género humano y de la realidad física plasmada en el planeta. Esos "comunistas" herejes cambian al lucro por la idea de la plusvalía, considerada intrínseca, sustancial y esencialmente relacionada con la humanidad y la materialidad. De modo que esa figura, índice de una ganancia, será la continuación de la vida de los hombres y de la naturaleza. No sólo los dueños de los medios de producción, según estos cismáticos, deben recibir la parte del león de la ganancia, para derramarla a los trabajadores y al ecosistema, potenciando la divinidad del lucro. La deben recibir estos elementos equitativamente, considerando que el capital es un bien social.
Así, fue duro para los patriotas del mercado el golpe recibido por la sentencia que favoreció a Pdvsa en perjuicio de la Exxon. Agravó el mal que sufre el lucro, y fortaleció el panteísmo que ensalza el humanismo y el ambientalismo. Ratificó el derecho de los pueblos sobre el disfrute de los recursos del espacio de tierra que habitan y trabajan, en donde se desvanecerán sus despojos, alimentándola para sustentar a sus descendientes. Pero si ello fue cruel, más lo fue la privación a su dios, de castigar literalmente a los infieles, en su propio hábitat, con el fuego de sus bombas y misiles. Ciertamente, la resolución de la OEA, que rechaza y obliga a no usar indiscriminadamente esa ira del lucro sobre el espacio que custodia cada pueblo, pervierte la sumisión que demanda esa única divinidad creadora con su voluntad de imponer una paz yanqui a esa humanidad díscola y pecadora. Ambas penas sufridas abren caminos para esa pluripolaridad perniciosa que rompe la unidad de esa divinidad materializada en el Imperio Universal.
Una diversidad anárquica que destruye ese orden sagrado que le ha asignado, según su riqueza, a cada quien un sitio en una meritocracia universal, que tiene en su base esos parias desheredados, útiles como carne de cañón, y los recursos de una naturaleza que transforman en los billetes verdes (hoy desvalorizados) que llenan las arcas de los arcángeles, la cohorte celestial de 100 familias que los acumulan para derramarlos generosamente sobre los hombres y la tierra.