Es muy difícil formar dirigentes del Partido,
son necesarios 5, 10 o más años…
es más fácil conquistar cualquier país con la caballería…
Stalin
Los copeyanos trataban de mostrarse como la contraparte ideológica de los adecos, más finos, más educados, más respetuosos de los valores cristianos. En realidad eran más racistas, más falsos, más hipócritas. Rafael Caldera, quien se aprovechó de los valores cristianos para formar su grupo político, provenía de una familia muy humilde, y él prácticamente fue recogido y educado por una que no era la suya; no conoció a su padre biológico, y en toda su existencia lo que trató fue aborrecer de la condición de los padres que le habían traído a este mundo. Se entregó en cuerpo y alma a la aristocracia caraqueña, es decir, por el negocio de la vil politiquería vendió su alma al Diablo. Nada más falso que un copeyano, nada más inicuo ni fofo. Todo su programa político se reduce a que se debe ir a misa todos los domingos y rezar en familia, aunque en el fondo esto nada les importe. A la postre terminaron siendo el ala beata de AD, porque en todo lo demás se parecen a los adecos. Si éstos eran muy sancocheros, ellos eran super santocheros.
Caldera siempre apareció como lo más opuesto a un pobre; siempre muy engominado, muy bien vestidito, muy bien rasurado y jamás presentando el menor desentono protocolar en sus actos. Según la teoría de Marshall McLuhan, se pudo deducir científicamente, que cuando él ganó en las elecciones de 1968, el peinado un elemento determinante de su triunfo. Ya estábamos sumergiéndonos en los patrones gringos para vender y comprar presidentes, tal cual como se hace con los detergentes.
Por la educación recibida, pues, por los jesuitas, Rafael Caldera se hizo un hombre disciplinado y organizado. Fue aprendiendo a dominar su impaciencia, a reconocer los terrenos peligrosos para no comprometerse más de lo debido. Fue adquiriendo por otros caminos, más o menos los mismos conocimientos políticos de su verdadero maestro, Rómulo Betancourt: saber callar, saber esperar y no dar un paso en falso. Era igualmente militarista como Betancourt. Sabía que en el control de las Fuerzas Armadas estaba su futuro. Ya Caldera tenía ese barniz de seudo-intelectual, de profesor universitario serio y estudioso que sabría utilizar muy bien para aparecer en cuanto guiso político montara su amigo Betancourt. Como el arte del disimulo era lo que mejor le venía a su personalidad (es decir a su máscara), optó por hacerse furibundo cristiano en un país lleno de mujeres santurronas. Pronto las viejas lo tendrían por un santo, y se haría fuerte en la región más conservadora de Venezuela: la región andina. En realidad él veía cómo actuaba Betancourt en procura de sus objetivos, para luego él emularle.
Para quienes sufrimos de ansias de justicia, uno de los consuelos más grandes lo tuvimos cuando Hugo Chávez, humilló, despreció y le mostró todas sus miserias a Rafael Caldera, el 2 de febrero de 1999, durante los actos de transmisión de mando. En el instante de despojarse de la banda presidencial, aquel hombre se redujo como el personaje de Balzac de “Piel de zapa”: Empequeñecido horriblemente, a punto de lloro desvergonzado porque ya no era lo que siempre había ansiado: mantenerse en el supremo altar del Estado. Encogido, tembloroso, pidió retirarse. Chávez no le dio la mano ni aceptó que fuese él quien le impusiese la banda presidencial. Aquel, otrora poseído de una prepotencia explosiva, reventando de soberbia, se retiró del Congreso encogido, ante la mirada piadosa de unos y de profunda desprecio de toda la mayoría. Cómo habría ansiado que hubiesen sacado de la tumba a su carnal Betancourt para hacerles sentir, a los dos, lo que realmente eran y habían sido toda la vida: los más funestos farsantes políticos del siglo XX en Venezuela.
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