Cuando llegamos a Buenos Aires el 28 de marzo de 2008, con la intención de "tocar" el Fin del Mundo, los titulares de la prensa eran elocuentes: "Las cuatro entidades del campo anunciaron que extienden el paro". "El Gobierno y los ruralistas no se pusieron de acuerdo para poner fin a la crisis. "El discurso de anoche de Cristina tuvo más rating que el partido de Boca". "Tras la polémica, ahora D´Elía (líder de piqueteros oficialistas) dice que "en las clases altas hay gente buena y solidaria". "Cristina criticó los cacerolazos y pidió: "Levanten el paro y vamos a dialogar".
Las crónicas y los artículos de opinión hablaban de un país en alerta.
La derecha y la izquierda pujaban por una victoria. En una esquina las cuatro centrales del campo que agrupan a los productores agrícolas de la nación sureña. En la otra esquina Cristina Fernández de Kichner (CFK). ¿El motivo? El aumento de las retenciones para exportaciones.
Alegaba CFK que si el precio de la soya aumenta en el exterior debían aumentar también las retenciones a los productores. Algo muy parecido al aumento de los impuestos a las empresas petroleras en Venezuela. Tal decisión hizo retumbar cacerolas y desatar los demonios de golpes
de Estado, de lucha de clases y de antagonismos ideológicos.
Allá, al igual que aquí con el paro petrolero, la clase media salió a cacelorear para defenderse de las "amenazas" de un gobierno izquierdista. Allá, al igual que aquí, la mayoría de los medios de comunicación apoyó a las centrales rurales. Vivimos un déjà vu del paro petrolero. La diferencia entre allá y acá, es que nadie trata de camuflarse tras discursos de libertad e igualdad. La gente de derecha se reconoce. Se siente y se enorgullece de serlo. Los medios de comunicación de derecha no camuflan sus intereses de clase tras discursos de fraternidad y solidaridad. Agradecí tanta sinceridad.
También pudimos conocer de cerca la historia de los niños y niñas fueron arrancados de sus padres y madres durante la dictadura y que, en valerosa búsqueda de su identidad suprimida, denunciaron a sus "apropiadores", eufemismo curioso para quienes son secuestradores de almas. Así nos recibió Buenos Aires.
Más allá del Sur
De Buenos Aires, rumbo al Fin del Mundo, aterrizamos en El Calafate, pueblo enclavado en la Patagonia Argentina, escoltado por el inmenso Lago Argentino de más de mil quinientos kilómetros cuadrados de superficie. De un acelerado desarrollo turístico, El Calafate es la
población más cercana al glaciar Perito Moreno ubicado en Parque Nacional Los Glaciares. De albergar hace menos de diez años apenas a dos mil habitantes, El Calafate pasó a tener cerca de veintidós mil, con decenas de posadas y una zona comercial de gran auge con restaurantes especialistas en el plato más popular de la zona, el cordero patagónico. Y por supuesto la mundialmente famosa carne del ganado vacuno argentino.
País de características contrastantes, entre otras curiosidades nos enteramos de que, por ejemplo, en las décadas de los 40 y 50 introdujeron en la zona dos especies animales, el conejo y el castor,
que se han convertido en una "verdadera plaga" patagónica. Las autoridades ambientales se sienten impotentes ante la gran población de conejos que ya llegan a los 33 millones y compiten con las ovejas por el pasto. Y alteran la "red alimentaria del ecosistema produciendo un fuerte impacto sobre la dinámica poblacional de sus predadores". Los castores, aunque más controlados por las autoridades, han devastado pequeños bosques del Parque Nacional Los Glaciares y Tierra
del Fuego. Los castores provinieron de Canadá y los conejos de otros países. Estas dos especies pues, han desequilibrado la cadena alimenticia y el ecosistema patagónico. Los argentinos, apegados a su cultura gastronómica, sencillamente no comen conejos. Como que prefieren que los conejitos se los coman a ellos al vino…
Llegar al glaciar Perito Moreno fue una experiencia alucinante. Para quienes vivimos en el trópico, y para cualquiera, es un espectáculo sobrecogedor ver una montaña de hielo de dos kilómetros de largo y con una altura de hasta 60 metros en algunos sitios. Calzarse los crampones, y caminar sobre hielo, para quien aun no conoce la nueve la nieve, es cuento inenarrable.
De ahí partimos a Ushuaia la ciudad más austral del continent e, el mismísimo Fin del Mundo. Navegando en el canal de Beagle nos enfilamos al encuentro de los pingüinos. A los pingüinos los imaginaba más grandes, tal vez de tanto verlos en comiquitas e historias de amor bajo cero. Ya estábamos más cerca de regreso, entre risas, sobrenombres, cochinos chiquitos, caras de cachapa y viejas emprendimos el regreso a Buenos Aires.
El regreso
En la recta final del viaje al Fin del Mundo llegamos a Montevideo, el 5 de abril. Navegar por un río, como el de La Plata, que se veía tan infinito como el mar, hace ver nuestro Orinoco como un riachuelo. Desde ahí alcanzamos conocer Punta del Este y a Colonia, un pequeño y empedrado pueblo declarado por la UNESCO Patrimonio Cultural de la Humanidad. Ya el regreso a la patria estaba a la vuelta.
El 7 de abril volvimos a Buenos Aires. Quiero para Caracas sus áreas verdes y sus lugares de esparcimiento, su limpieza. Es un lugar para vivir. No les envidio a los argentinos sus heridas abiertas de la dictadura. Palabras escalofriantes, insisto, como represores y apropiadores son usadas para identificar a los secuestradores de almas y torturadores. Más de veinte años después de sus fechorías, las víctimas tienen que soportar que los criminales se tongoneen, cual pingüino en la Antártica, por los bulevares bonaerenses o que ocupen una curul en el Congreso.
Tampoco les envidio la delincuencia…El 8 de abril vivimos l a nota discordante de la aventura. Lo diré como lo dijo una amiga: ¿cómo dejaste que te hurtaran en Buenos Aires si en algo en lo que tenemos experiencia los caraqueños es en lidiar con el hampa? Pa' que vos veáis, diría un maracucho. Entre Lavallé y Florida, en pleno dentro de Buenos Aires, me bajaron de la mismísima mula y me dejaron como un pingüino… pero en autopista. Los churupitos que "sobraron", el pasaporte y la cédula, fueron despojos suficientes para amargarnos
momentáneamente el viaje. Entendí lo que significa tener un salvoconducto. Hasta que no tuve en mis manos el papelito, no me sentí segura. Para esa fecha ya Cristina Fernández de Kichner (CFK) había conjurado el lockout de productores del campo en Argentina. Ya había dado su mitin triunfante en La Casa Rosada. Y ya los productores habían levantado el paro que duró más de veinte días. La diferencia, fue otra vez la misma. Las centrales del campo anunciaron, responsablemente, el fin del paro y someterse a las decisiones gubernamentales. Recuerdo que aquí hubo uno que nunca terminó.
Todavía estamos esperando que Juan Fernández diga que su paro fracasó. Y CFK, a cuatro meses de su gobierno, demostró por qué es presidenta de Argentina. Enhorabuena.
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