El artículo 25 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos
estipula que «Toda persona tiene derecho a un nivel de vida suficiente
para garantizar su salud, su bienestar y los de su familia,
especialmente para la alimentación, el vestido, el alojamiento, la
sanidad y los servicios sociales básicos». El fuerte aumento del precio
de los alimentos básicos, especialmente importante en el primer
semestre de 2008, amenaza directamente la supervivencia de cientos de
millones de personas. El derecho a la alimentación, ya seriamente
maltratado por varios decenios de recetas neoliberales, está más
amenazado todavía.
Tras un descenso muy importante de los
precios de los bienes primarios (materias primas y alimentos) durante
más de veinte años, en el segundo semestre de 2001 la tendencia dio un
vuelco. En primer lugar en el sector energético y de los metales, y a
continuación la subida de los precios atacó a los productos
alimenticios. Las subidas fueron desorbitadas. Entre 2007 y 2008, en un
año, los precios del arroz y el trigo se duplicaron y el del maíz subió
más de un tercio. De un golpe, el 27 de marzo de 2008, el precio del
arroz, que es el alimento básico de la mitad de la población mundial,
subió un 31%. En 2008, la factura de cereales aumentará un 56%, después
de una subida del 37% en 2007. El barril de petróleo llegó a 146
dólares en julio de 2008, la onza de oro a 1.000 dólares en marzo de
2008 y el celemín de maíz a 7,5 dólares en junio de 2008, marcas que
ilustran la tendencia de casi todas las materias primas. A raíz de las
actuaciones simultáneas de las multinacionales de los negocios
agrarios, los gobiernos adeptos al neoliberalismo y el dúo BM/FMI, las
existencias de cereales llegaron al nivel más bajo desde hace un cuarto
siglo. En 2008, ante el riesgo de perder sus remanentes, algunos países
productores limitaron o incluso detuvieron sus exportaciones, como
Rusia con los cereales o Tailandia con el arroz, para que la producción
permanezca en el mercado nacional. El precio de una comida subió
escandalosamente. En más de treinta países, de Filipinas a Egipto y
Burkina Faso, de Haití a Yemen y Senegal, pasando por México, las
poblaciones se lanzaron a las calles para gritar su cólera y las
huelgas generales se multiplicaron.
Las explicaciones que se
exponen, a menudo se presentan de manera efectiva: desarreglos
climáticos que reducen la producción de cereales en Australia y
Ucrania, brutal aumento del precio el petróleo que repercute en los
transportes y por consiguiente en las mercancías, o también la demanda
creciente de China y la India (lo que explica por qué los productos
poco deseados por estos dos países, como el cacao, no han experimentado
la misma subida de precios). Pero muchos comentaristas han rechazado
cuestionar el contexto económico en el que se producen estos fenómenos.
Así, Louis Michel, Comisario europeo responsable del desarrollo y la
ayuda humanitaria, temía, sobre todo «un auténtico terremoto económico
y humanitario» en África. La expresión es ambigua ya que la imagen del
terremoto se refiere a una catástrofe natural que nos sobrepasa y
redime demasiado fácilmente a una serie de responsables. También,
demasiado a menudo, se subestiman otras tres explicaciones al respecto:
Primera. Frente a un precio de los cereales
históricamente bajo hasta 2005, las grandes empresas privadas de los
negocios agrarios consiguieron que los gobiernos de Estados Unidos y la
Unión Europea subvencionaran la industria de los «agrocarburantes».
Estas grandes empresas querían ganar en dos frentes: vendiendo sus
cereales más caros y rentabilizando la producción de biocombustibles. Y
lo han conseguido.
¿Como actuaron? Se basaron en la siguiente
hipótesis: lo que el petróleo impedirá hacer dentro de algunos decenios
(debido a la reducción de las reservas disponibles), la soja, la
remolacha (convertidas en biodiesel), los cereales o la caña de azúcar
(transformados en etanol) deberán estar en condiciones de permitirlo.
Por lo tanto pidieron a las autoridades públicas que asignaran
subvenciones para que la onerosa producción de biocombustibles se
volviera rentable. Washington, la Comisión Europea en Bruselas y otras
capitales europeas aceptaron con el pretexto de garantizar la seguridad
energética de sus países o regiones (1).
Esta política de
subvenciones desvió hacia la industria de los agrocombustibles grandes
cantidades de productos agrícolas esenciales para la alimentación. Por
ejemplo, 100 millones de toneladas de cereales se excluyeron del sector
alimentario en 2007. La oferta disminuyó de forma importante y los
precios se dispararon. Del mismo modo, algunas tierras destinadas a la
producción de alimentos se reconvirtieron en tierras de cultivo para
agrocombustibles. Esto también disminuye la oferta de productos
alimentarios y hace que suban los precios. En resumen, para satisfacer
los intereses de grandes sociedades privadas que quieren desarrollar la
producción de biocombustibles se decidió arramplar con ciertas
producciones agrícolas que el mundo necesita para alimentarse.
Incluso
las instituciones internacionales se alarmaron por la situación. Un
informe del Banco Mundial consideraba que los desórdenes climáticos y
la demanda creciente de Asia tuvieron menos impacto. En cambio, según
dicho informe, el desarrollo de los agrocombustibles originó un alza de
los precios de los alimentos del 75% entre 2002 y febrero de 2008
(sobre el 140% de subida global, mientras que la subida de los precios
de la energía y los abonos sólo es responsable de un 15%).
Esta
estimación es mucho más elevada que el 3% anunciado por la
administración estadounidense. Según el Banco Mundial, este estallido
de los precios ya habría costado 324.000 millones de dólares a los
consumidores de los países pobres y podría hundir a 105 millones más de
personas en la pobreza (2). Este informe afirma que «la producción de
biocarburantes desordenó el mercado de los productos alimentarios de
tres maneras principalmente: En primer lugar, [la demanda de
biocarburantes] orienta la producción de trigo hacia el etanol y no
hacia la alimentación. A continuación, actualmente, casi un tercio del
maíz que se produce en Estados Unidos se utiliza para la producción de
etanol y alrededor de la mitad de los aceites vegetales (colza, girasol
y otros) para biodiesel. Y finalmente, esta dinámica alcista atrajo la
especulación sobre los cereales». Para no contrariar al presidente
Bush, el Banco Mundial no publicó este informe. Una filtración de la
prensa permitió que se conociera (3).
«Es un crimen
contra la humanidad la conversión de los cultivos alimentarios en
cultivos energéticos destinados a arder en forma de biocarburantes»
(Jean Ziegler, entonces Ponente de la ONU sobre el derecho a la
alimentación, octubre de 2007)
Algunos días después,
la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico)
publicaba a su vez un informe (4) que proponía una moratoria sobre los
agrocombustibles y una reestructuración total de las políticas en la
materia, a la vez que estigmatizaba el alto coste de los combustibles
de origen vegetal y su dudoso beneficio medioambiental. La OCDE incluso
señalaba que «las nuevas iniciativas políticas no hacen más que agravar
los problemas existentes», puesto que los precios agrícolas suben y
aumentan el riesgo de hambre para las poblaciones más pobres de los
países en desarrollo. A pesar de todo, las previsiones señalan una
duplicación de la producción de agrocombustibles en los próximos diez
años.
«El desarrollo y la expansión del sector de los
biocarburantes contribuirán al alza de los precios de los productos
alimenticios a medio plazo y al aumento de la inseguridad alimentaria
de los sectores de población más desfavorecidos de los países en
desarrollo» (OCDE)
Segunda. La
especulación sobre los productos agrícolas fue muy fuerte en 2007 y
2008, acentuando un fenómeno que comenzó a principios de los años 2000
tras el estallido de la burbuja de Internet. Después de la crisis de
las subprimes, que explotó en Estados Unidos durante el verano de 2007, los inversores institucionales (apodados en francés zinzins)
se retiraron progresivamente del mercado de las deudas construido de
forma especulativa a partir del sector de los bienes inmuebles
estadounidenses y se fijaron en el sector de los productos agrícolas e
hidrocarburos como probable abastecedor de interesantes beneficios.
Así, compran las futuras cosechas de productos agrícolas en las Bolsas
de Chicago y Kansas City, que son las principales bolsas mundiales
donde se especula con los cereales. De la misma forma, en otras Bolsas
de materias primas compran las futuras producciones de petróleo y gas
especulando con la subida. Es decir, los mismos que provocaron la
crisis en Estados Unidos con su avaricia, especialmente aprovechando la
credulidad de las familias poco solventes de EEUU que pretendían
convertirse en propietarias de una vivienda (el mercado de las subprimes),
jugaron un papel muy activo en la fuerte subida de los precios de los
hidrocarburos y productos agrícolas. De ahí la extrema importancia de
cuestionar la omnipotencia de los mercados financieros.
Tercera.
Los países en desarrollo están especialmente desprotegidos ante la
crisis alimentaria, ya que las políticas impuestas por el FMI y el
Banco Mundial desde la crisis de la deuda los han privado de la
protección imprescindible. Reducción de las superficies destinadas a
cultivos alimentarios y especialización en uno o dos productos para la
exportación, desaparición de los sistemas de estabilización de los
precios, abandono de la autosuficiencia de cereales, reducción de las
reservas de cereales, debilitamiento de las economías por una extrema
dependencia de las evoluciones de los mercados mundiales, fuerte
reducción de los presupuestos sociales, supresión de las subvenciones a
los productos básicos, apertura de los mercados y apertura a la
competencia injusta de los pequeños productores locales contra
sociedades multinacionales... Maestras en el arte del escaqueo, las
instituciones cuestionadas reconocen algunos errores para permanecer
mejor en el centro del juego internacional. Pero un tímido mea culpa
en un informe semiconfidencial no puede ser suficiente, ya que
cometieron el crimen de imponer un modelo económico que, de forma
deliberada, privó a las poblaciones pobres de las protecciones
imprescindibles y las dejó a merced de la codicia de los especuladores
más salvajes. Lejos de preocuparse por la miseria galopante que
contribuye a extender, el Banco Mundial parece preocupado, sobre todo,
por los desórdenes sociales que podrían amenazar la globalización
neoliberal que, por su propia estructura, genera pobreza, desigualdades
y corrupción, e impide cualquier forma de soberanía alimentaria.
La
orientación propuesta desde hace años por «Vía Campesina», organización
internacional de los movimientos campesinos, constituye una respuesta a
la crisis: «Para garantizar la independencia y la soberanía alimentaria
de todos los pueblos del mundo, es fundamental que los alimentos se
produzcan en el marco de sistemas de producción diversificados, de base
campesina. La soberanía alimentaria es el derecho de todos los pueblos
a definir sus propias políticas agrícolas y, en cuanto a alimentación,
a proteger y regular la producción agrícola nacional y el mercado
interno con el fin de lograr objetivos sostenibles, decidir en qué
medida buscan la autosuficiencia sin deshacerse de sus excedentes en
terceros países practicando el dumping. [...] No se debe primar el
comercio internacional sobre los criterios sociales, medioambientales,
culturales o de desarrollo» (Vía Campesina) (7)
(1)
Señalamos, una vez más, la «política del doble rasero»: para garantizar
la seguridad energética, los gobiernos del norte no dudan en
subvencionar la industria privada, mientras que a través del Banco
Mundial, el FMI y la OMC, niegan el derecho de los gobiernos del sur a
subvencionar a sus productores locales, tanto en la agricultura como en
la industria.
(2) Ver www.cadtm.org/spip.php?article3518
(3) « Secret report: biofuel caused food crisis» (Informe secreto: el biocombustible responsable de la crisis alimentaria) The Guardian, 4 de julio de 2008, www.guardian.co.uk/environment/2008/jul/03/biofuels.renewableenergy
(4)
OCDE, «Évaluation économique des politiques de soutien aux
biocarburants» (Evaluación económica de las políticas de apoyo a los
biocarburantes), 16 de julio de 2008, www.oecd.org/dataoecd/20/14/41008804.pdf
(5) «La OCDE, muy crítica con los biocarburantes, promueve una moratoria», despacho AFP, 16 de julio de 2008.
(6) Los principales inversores institucionales son los fondos de
pensiones, las sociedades de seguros y los bancos; disponen de 60
billones de dólares que colocan donde es más rentable. También son muy
activos los hedge funds (fondos especulativos libres), que pueden movilizar 1,5 billones de dólares.
(7) Vía Campesina, en Rafael Diaz-Salazar, Justicia Global. Las alternativas de los movimientos del Foro de Porto Alegre , Icaria editorial e Intermón Oxfam, 2002, p.87 y 90.