El PROBLEMA DE LA VIOLENCIA, al igual que el de la corrupción está íntimamente ligado al problema del capitalismo, del consumo desquiciado, de los valores egoístas que nos ha inoculado la filosofía sensualista y liberal del siglo XIX, fundada en el Utilitarismo. Una cultura ligada también al disimulo, la mentira y la indolencia. La derecha dice que el país vive ahogado en la violencia porque matan al presidente de la FCU del Zulia, Julio Soto, quien tenía una mafia con el negocio de los tickets estudiantiles; porque matan a un estudiante de la ULA que se estaba echando palos a la 5 de la madrugada, porque grupos numerosos de paramilitares están viviendo en Venezuela del negocio del sicariato. La derecha apoyando crímenes, promoviendo golpes, saboteando de lo lindo, preparando el magnicidio y asesinando a mansalva por todas partes con total impunidad y luego son los que salen a pegar el grito en el cielo porque y que hay “torrentes de sangre por doquier”.
Lo peor es la poca capacidad que tienen los escuálidos para tolerar la sinceridad. Cuando somos francos se nos tilda de violentos, intratables, temerarios, peligrosos, imprudentes, incapacitados para el diálogo, imprevisibles. Los escuálidos atizan e insultan en público a Chávez (siendo ellos los verdaderos violentos), y además, en secreto lo admiran, lo respetan y lo envidian.
La violencia nada tiene que ver con Chávez: Violencia hay en EE. UU., México, Colombia, la purísima Chile, El Salvador y Perú, países en los que tienen un alto rating esas bazofias de programas de televisión donde las parejas se dan por los morros y chillan como cerdos; los amarillistas y terroristas que confeccionan las tapas de los periódicos para sacarle con ganzúa el dinero y la emoción a los pendejos, los que juegan al fútbol (causa de dos cruentas guerras en América Latina), al jockey, y todos los fanáticos de esos equipos que cuando protestan les da por mostrarles los huevos al contrario.
Cuánta violencia y odio retinto, venenoso, destila la gente que ataca a Chávez, por ejemplo Bobolongo Petkoff y Ravell que con todas las bembas de sus almas dicen que el presidente de la República es un tirano y un ladrón. Ah no, pero cuidado, para los grandes medios de comunicación y el propio rey de España, el trío Bobolongo-Petkoff-Ravell es otra madre Teresa de Calcuta.
Los escuálidos, digo, no son dados a afrontar sus debilidades y horrores. Prefieren hundir la cabeza en la charca de sus negras perdiciones; taponarse los oídos, hacerse los locos, gritar para no escuchar sus clamores interiores, cegarse, vendarse los ojos. Dos políticos hemos tenidos en toda nuestra historia que han dicho las más terribles verdades a sus conciudadanos: Bolívar y Chávez.
Cuando los enemigos del Libertador lo querían desacreditar, en sus últimos años, para no escucharle sus pavorosas advertencias y profecías, lo llamaban el “Viejo Chocho”, el “loco de las malitas correrías”.
Luego tuvimos como presidentes una cadena de mentirosos que le decían al pueblo únicamente lo que querían oír sus amigos, adictos y secuaces. Esos nunca han sido catalogados por el trío Bobolongo-Petkoff-Ravell de violentos, de imprudentes o peligrosos. De esa clase fue Francisco de Paula Santander, a quien el escritor norteamericano Waldo Frank calificó de frío criminal. Santander amaba entre todas las artes, la del disimulo; era un ser profundamente doble y falso, quien creó toda una escuela sensualista siguiendo las ideas del padre de utilitarismo, don Jeremías Benthan. El utilitarismo fue el formato más utilizado para la confección del liberalismo luego acuñado en casi todos los partidos políticos en Hispano América.
Los más grandes y recalcitrantes fanáticos políticos del siglo XIX en nuestra América fueron liberales. En Argentina estos feroces y radicales alzados gritaban con furia que había que aniquilar a los “malditos unionistas”, y se cargaron a muchos con sevicia. En Nueva Granada tuvimos a ciertos talentosos y perturbados septembristas quienes trataron de asesinar al Libertador, entre los que se encontraban Ospina, Florentino González y el poeta Vargas Tejada. Todos muy alzados contra todo, pero muy cobardes y mentirosos.
Al genial liberal Florentino González (al igual que los liberales nicaragüenses que llamaron al filibustero William Walker para que los colonizara e impusiera en su país el esclavismo) le dio por pedir a gritos a EE UU que interviniera en Colombia y se la anexara.
No hay que olvidar que los yanquis siempre estuvieron oído al tambor, siguiéndole los pasos al Libertador por cuanto decía y planeaba, y poniéndolo en la mira, para cuando llegara el caso, primero desacreditarlo ante las masas y después darle el tiro.
Pues bien, nosotros aquí no teníamos seres peligrosos ni violentos incrustado en Miraflores hasta que llegó Chávez. Aquí tuvimos a Rómulo Betancourt que al tiempo que acribillaba estudiantes en las calles y torturaba en las cárceles mantenía las veinticuatro horas del día por los distintos medios de comunicación aquella cuña de que LA VIOLENCIA ES EL ARMA DE LOS QUE NO TIENEN LA RAZÓN.
Pero el tío para la prensa de entonces no tenía ni una pizca de violento. Claro, era de los hijos predilectos del director del diario “La Esfera”, Ramón Darío León, uno de los que dirigió el terrorismo mediático más implacable para derrocar al presidente Isaías Medina Angarita. Estaba Medina tan furiosamente herido por las memeces y falsedades que inventaba Ramón Darío León, que sufría por ser a la vez presidente de la República y no poder darle una paliza a este soberano cobarde. No podía hacerlo porque entonces habría sido el más grande tirano, el fascista que los adecos le vivían echando en cara. Era tal la malvada provocación (cual Globo-invención) que “La Esfera” le tenía montada al gobierno, que en una oportunidad Medina Angarita le confesó a Juan Bautista Fuenmayor: “Si no fuera Presidente de la República, tomaría un foete y me iría a La Esfera a cruzarle a foetazos la cara de Ramón Darío León, que de cada tontería forja una infamia contra mí y contra el gobierno”[1], coño, el tal León idéntico a los Matacuras, al trío lacayo, a las Colominas, a las Kikas y los dráculas “Desa-Grado 33.
Lo que le odian estos tipos a Chávez es su sinceridad, esto les provoca pánico. Cuando Chávez dijo que monseñor Baltazar Porras era un adeco con sotanas, pues mírese, yo no habría dicho tanto, que lo conozco como la palma de mi mano, pero, que Dios nos perdone, esa es una verdad como un templo.
Que Chávez diga que los adecos no pueden ir a unas elecciones porque se les sale el Al Capone que llevan dentro, que Dios nos perdone, pero es la purísima verdad, que todos lo tenemos sabido desde que montaron aquella constituyente del año 46 con toda una escuadra blanca manipulada y protegida además con el estamento militar que había dado el golpe el 18 de octubre.
Que diga que el que tiene hambre y anda en cuatro manos buscando como sobrevivir en este neoliberalismo salvaje no le queda otra salida que robar y matar o dejarse matar, pues, esa es otra verdad que estamos hartos de padecer cada día. Son mil veces más honestos lo que roban por necesidad que quienes lo hacen sin ella (y son los algunos ricos empresarios y funcionarios públicos), que es lo que aquí se ha venido dando desde más de 180 años.
Que diga cuando le vinieron con el cuento aquel de las invasiones y le pidieron que sacara a la Guardia Nacional, y contestó que miraran los cerros de Caracas que habían sido invadidos en las narices de los grandes maulas políticos del pasado.
Que exprese que FEDECÁMARA es una cúpula de ladrones y mafiosos, pues y qué otra cosa es, Señor.
Antes estas verdades, hay que tener calzones para aguantarlas, y por eso muchos cobardones han cogido las de Villa Diego. Por eso han huido como ratas Miquilena, Baduel, Acosta Carlez, Manuit, Didalco, Martínez...
Sólo cuando un país sea capaz de mirar a la cara de sus propios horrores entonces verá una salida en el túnel. Antes no.
[1] Historia de la Venezuela Política Contemporánea, 1899-1969, Juan Bautista Fuenmayor tomo IV, pág. 291.