El arquitecto
Oscar Tenreiro tiene una fuerte inclinación por proyectos dudosos de
gobiernos y gobiernitos donde, aparte de lo arquitectónico siempre
discutible, hay aspectos políticos muy discutibles de corrupción y
atropello de las comunidades.
En ocasión
de los 500 años de la invasión española, la corruptela adeca creyó
haber encontrado buen terreno para proyectos faraónicos en la población
de Macuro, Estado Sucre, donde Cristóbal Colón tocó tierra continental
americana. Tenreiro puso a sus estudiantes de la UCV a elaborar propuestas,
algunas muy buenas, y obtuvo la preferencia del gobierno para lo que,
supuestamente, se haría con ese pequeño pueblo. Lamentablemente, sus
propuestas fueron incluidas como parte de una serie de corruptos disparates
oficialistas, contrarios a la razón y a la comunidad. Puesto a escoger
entre la dignidad y el dinero, entre la legalidad y el atropello, entre
el arte y el negocio, Tenreiro puso los intereses encima de los principios
y se unió a la banda de pillos que se proponían medrar a costa del
pequeño Macuro.
En una celebración
adelantada del gran negocio, Tenreiro y los adecos montaron una excursión
en bote hacia la población de Uquire, en el lado norte de la península,
con gran sancocho incluido. Al regreso de tan digna ocasión, un adeco
decidió mostrar su conciencia ecológica bajo los efectos del alcohol
descargando su revólver .38 Special en dirección a unos desprevenidos
alcatraces posados en una roca. Producto de la imprudencia, la influencia
etílica y el bamboleo del bote, uno de los tiros terminó en la barriga
de Oscar Tenreiro. Navegaron a todo motor hacia la isla de Trinidad,
lo más cercano y seguro, donde le salvaron la vida al refinado arquitecto.
La Revolución Bolivariana tiene muchos defectos, pero no les dispara a los alcatraces ni a los arquitectos. Por lo que veo en el escándalo del mercado de Chacao, Oscar Tenreiro no escarmienta, sigue metiendo la lengua en tapara y no termina de entender que los corruptos son extremadamente pavosos.