Petare dio un grito el domingo y le cambió la historia a unos resultados que revelaron que, 10 años después, el chavismo se da el lujo de volver a crecer mientras la oposición permanece estancada en sus cuatro millones. La populosa parroquia hizo perder las elecciones a tres de los más emblemáticos seguidores del Presidente.
Al municipio Sucre lo gobernó por ocho años una ausencia, un fantasma que no hizo pero dejó hacer, que permitió mansamente que la penetraran los que compran votos con neveras o simplemente a punta de pistola, o aquellos miles de desplazados colombianos a quienes se les dio una identificación a cambio de nada creyendo que devolverían la hospitalidad con confianza.
Lo que sucedió en Zulia y Táchira es fácilmente comprensible. Por esos estados fronterizos trafica impunemente la derecha, que va y viene hacia el otro lado con absoluta libertad, y desde donde recibe financiamiento y apoyo ahora lo hará con más holgura. Se sabe que Carabobo es una entidad poco definida, que se mueve en uno u otro sentido, con pasmosa facilidad. Además, se suma a la derrota del chavismo la carga de la traición. Hasta allí no nos sorprenden esos resultados.
Pero que Aristóbulo Istúriz, el líder más votado del Psuv, perdiera la Alcaldía Mayor porque Petare no lo acompañó es, más que un voto castigo, una autoflagelación. No votar por la reelección como sanción es aceptable, pero vetar al que viene y puede hacerlo mejor es sencillamente explicable sólo por una absoluta falta de entendimiento de lo que está sucediendo en Venezuela y en América Latina.
Hace unas semanas escribí en estas páginas un artículo sobre el adeco que llevamos dentro, que trataba sobre esa tendencia, casi adherida a nuestra piel, de optar por los caminos cortos, por el facilismo, para hallar la solución a nuestros problemas. El chavismo duro comprobó que es una sólida fuerza política que suma más de cinco millones de pueblo puro, pero, a pesar de que las barriadas más pobres se restearon, una significativa parte de petareños optó por quedarse en su casa o votar por el contrario.
Le toca a los chavistas hilar muy profundo a la hora de encontrar las razones de la debacle en la Alcaldía Mayor. No se pueden quedar en la explicación a la vista: que el distrito capital ha tenido la desgracia de sufrir malos gobiernos; eso es así. La ineficiencia y la inseguridad han saturado la vida del caraqueño. Tampoco las justificaciones pueden quedarse en culpar sólo al elector ausente. El que se quedó en su casa y no votó le concedió el pase al contrincante. Si lo hizo porque la basura se acumula en la puerta de su casa o porque está insatisfecho con el sueldo que le pagan, o por cualquiera de las miles de insatisfacciones cotidianas que todos sufrimos, entonces le ha faltado algo fundamental en toda revolución: la conciencia.
Y la responsabilidad de eso la comparten todos aquellos que tenían que subir hasta su rancho o su casa a hacerle entender que lo que está en juego no es la nevera que le ofreció el otro, ni su queja particular, sino el destino de un país que quiere cambiar. Los otros cinco millones no se merecían su indiferencia.
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