De príncipes, querubines y el sentido del “sí”

“Siempre he tenido el siguiente criterio: La gente no tiene problema en que determinados mandatarios continúen, mientras las cosas cambian. La gente a veces tolera que las cosas no cambien, mientras cambian los mandatarios. Lo que nadie tolera es que no cambien los mandatarios ni cambie la situación. Me da la impresión de que mientras haya una cantidad de cambios positivos, pues no hay problema en que quien los está dirigiendo continúe al mando”.

Puede sonar a trabalenguas —no es casual que su autor también lo sea de una obra titulada “Abrapalabra”—, pero esta sentencia de Luis Britto García, abogado y escritor, es la mejor defensa que he escuchado de la supresión del límite para que un funcionario pueda volver a ser candidato, en sucesivas elecciones, tal como lo propone el proyecto de enmienda constitucional que irá a referendo este 15F .

La dijo Britto en una entrevista que le hice en 2007, cuando él pertenecía al Consejo Presidencial para la Reforma Constitucional, que trazó las primeras líneas de ese otro proyecto que —una vez corregido en algunos aspectos, pero también engordado hasta la obesidad por la AN— se quedó frío al producir un “tablas” con un pelímetro a favor del “no” en el referendo del 2D.

A diferencia de aquel atarantado 2007, en este 2009 la iniciativa de enmienda incluye no sólo al cargo de Presidente, sino también a los de gobernadores, alcaldes, legisladores y concejales, quienes, de ganar el “sí”, podrán volver a postularse y —si el pueblo no vota por otro— permanecer en sus cargos por uno o más períodos sucesivos, siempre con el mecanismo de control político que consagra un posible referendo revocatorio a mitad de mandato.

Este rasgo de amplitud puede que la haga menos simpática si se la juzga por ciertos rostros que hoy detentan las posiciones aludidas, con boina roja, blanca, verde o amarilla, pero también la dota de mayor fortaleza al despersonalizarla, darle coherencia y ajustarla al principio de la igualdad, que no sólo es constitucional, sino también muy venezolano.

No hace falta, pues, rebuscar argumentos acerca de por qué Chávez sí y los otros no. La salsa buena para el pavo lo es también para la pava.

En términos prácticos esto se traduce, además, en mayor entusiasmo de los gobernadores y alcaldes a favor del “sí” —ego y política son binomio duro de superar— y la neutralidad —disimulada, claro está— de los gobernadores y alcaldes antichavistas, cabeza como aquéllos de decisivos recursos burocrático-clientelares, dispuestos a continuar sacrificándose por la Patria desde sus actuales cambures.

Más vitalicio será usted

Por fortuna, en las alturas del chavismo se tomó en cuenta la advertencia contra el uso del concepto “reelección indefinida”, que se presta a equívocos al confundirse con “vitalicia”.

La oposición, como era previsible, insiste en promover la confusión mostrando la iniciativa como el preludio de la coronación de Chávez como Hugo I, con derecho de sucesión hereditaria para su descendencia, a la usanza de las anacrónicas monarquías europeas o árabes.

La pintan como si votar “sí” el 15F viniera seguido de un trágico “hasta que la muerte los separe”, tal como en los matrimonios de velo y cura, sin derecho a divorcio, típicos de la España de Franco, caudillo por la gracia de Dios, cuando la gente no podía divorciarse ni —como tampoco pueden aún— salir de su gobernante por vía de referendo revocatorio.

Colmo de los colmos, hasta el cardenal Urosa, generalmente tan ponderado, aprovechó la ocasión calva de la Navidad, tan espiritual ella, para anatemizar la aprobación de la “reelección indefinida” (sic), que según dijo “no va con el sentir del pueblo venezolano”.

Curioso caso de un príncipe de la Iglesia súbitamente antimonárquico. La feligresía venezolana —votos, votos—, probablemente no reparó en que el declarante es el único venezolano vivo que ejerce la dignidad vitalicia de cardenal, concedida por un jefe de Estado —el Papa, cabeza del Estado Vaticano— perteneciente al selecto club de los monarcas que, en pleno siglo XXI, como herencia del absolutismo medieval, tienen garantizado su mandato hasta que Dios los llame a su diestra, sin formalismo alguno de relegitimación periódica.

El único soldi-mix

En realidad, lo que más le molesta a la oposición venezolana no es la figura en sí sometida aquí a referendo, sobre todo después de que The New York Times salió a defenderla para el caso del alcalde de Nueva York y un congresista de esa misma ciudad —anything is possible in New York—, aunque de origen puertorriqueño, la ha propuesto oficialmente para que vuelva a permitirse a los gringos reelegir tantas veces como quieran a su Presidente, como sucedió hasta el cuarto mandato de Roosevelt.

Lo que aquí más les irrita, en especial a los que ambicionan volver a pisar Miraflores, y sobre todo a los adultos mayores que no se quieren morir con “ese tipo” ahí, es que para ellos resulta infinitamente más fácil derrotar en 2012 a cualquier otro candidato chavista que no sea el propio Chávez.

En realidad, los chamos manitos blancas también pueden llegar a ser Presidente —o sea, es decir—, pero antes deberán alcanzar edad presidenciable (30 años) y lanzarse candidatos frente a un canoso Hugo Rafael o a alguno de los muchos líderes revolucionarios que —Dios y el propio Chávez lo permitan— deberían aparecer e ir preparándose de aquí hasta allá, como parte de una verdadera y respetada dirección colectiva que —Dios y el propio Chávez también lo permitan— independice el destino de la revolución del ciclo vital y del stress de un individuo.

Entretanto, ningún otro liderazgo cohesiona como él a las masas que lo siguen.

Lección del 23N: ya no es automático el fenómeno por el cual bastaba una levantada de brazo para la transferencia de intenciones de voto desde Chávez hacia el candidato a gobernador o alcalde ungido con su respaldo.

Precedente que se la pone difícil a un pretendido Medvéved venezolano, que aspire al cargo en hombros de un líder carismático como Putin, quien a su vez se mantiene como el hombre fuerte de Rusia.

No hay aquí tampoco una Cristina Kirchner, que ya tenía larga trayectoria propia y era más conocida en Argentina que su propio marido, el ché Néstor, para cuando éste se coló Presidente y luego la apoyó como candidata.

A fuerza de frustraciones y de aceptarle enamoramientos políticos inexplicables, muchos chavistas le siguen extendiendo un cheque en blanco al líder, pero con la coletilla “no endosable”.

Por si fuera poco, más nadie articula como Chávez la cantidad de factores de poder que existen o —para bien o para mal— se han formado a su alrededor, así como las alianzas nacionales e internacionales que ha creado.

La vieja izquierda, de donde provienen algunos potenciales relevos, arrastra una larga tradición de sectarismo y divisiones que sólo superó, vaya otra paradoja, alrededor de hombres ajenos a ella misma: primero Caldera y luego Chávez.

Esa vieja izquierda y la nueva de origen militar tampoco han terminado de fundirse en una sola, homogénea y cohesionada, y más bien mantienen ciertas zonas grises de desconfianza mutua.

La FAN y los grupos radicales —factores potencialmente generadores de violencia, al igual que las masas anónimas del 27F, ahora agrupadas en consejos comunales, comités de tierra urbana, mesas técnicas de agua, medios comunitarios— tampoco tienen otro líder común al que reconozcan, respeten y respondan del mismo modo como atienden la autoritas de Chávez.

Por lo demás, si con Chávez como figura central puede ser un calvario un sincronizar en una misma dirección al archipiélago de grupos y corrientes que hacen vida en el chavismo en general, y en el Psuv en particular, ¿cómo sería eso si el candidato no es él sino, por ejemplo, el jefe de uno de esos grupos o corrientes?

El riesgo del canibalismo y la diáspora, del cual sólo hemos visto los dientes de leche, aumentaría exponencialmente.

El sentido del “sí”

Que cambien las cosas o cambien los mandatarios. Si tomamos por sabias las palabras de Britto García, no es difícil concluir que el objetivo inmediato de la enmienda —la reelección de Chávez en 2012— pasa no sólo por el triunfo del “sí” este 15F , sino también por el cumplimiento de la promesa de cambios positivos que él ha enarbolado.

Que Chávez se quede porque sí, o “Chávez hasta el 2000-siempre”, como algunos suelen repetir, puede sonar sublime para los más convencidos, para el núcleo más duro, pero es una consigna que carece de sentido para masas más heterogéneas y menos politizadas, que ambicionan una transformación sostenida de su cotidiana realidad económica, política y social, llamen o no a eso socialismo, como Chávez insiste en inculcarlo.

Y si es inevitable la crisis económica que desde el Norte parece venírsenos encima, esa misma gente aspirará a que sus sacrificios vayan acompasados, por ejemplo, de resultados concretos en la lucha contra la corrupción y otras desviaciones, como el abuso primitivo del poder burocrático, que vienen manchando a la revolución y que son medianamente toleradas en tiempos de abundancia, pero excesiva, comprensible y peligrosamente irritantes en períodos de austeridad.

En fin, si las cosas malas no cambian después del 15F, la batalla por el “sí” quedará incompleta y en 2013 puede terminar la banda presidencial colgando del pecho de Antonio Ledezma o Leopoldo López —sirva la hipótesis para ilustrar la gravedad del asunto—, con o sin “postulación continua”.

Escenario en el que, con precios bajos del petróleo, volvería éste a caer en las garras transnacionales de la privatización. El “gas del bueno” —ciertamente, una retórica inconveniente— será agradable recuerdo comparado con los proyectiles de plomo sólido con los cuales el poder respondería a las demandas populares. No es especulación. Ya pasó así hasta hace poquito más de una década. Los querubines que hoy quieren ser Presidente tal vez estaban en pañales o mirando Pokemón. Pero a mí nadie me lo contó. Esa película, más que verla, la vivimos.


columnacontralacorriente@yahoo.es


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Ernesto Villegas Poljak

Periodista. Ministro del Poder Popular para la Comunicación e Información.

 @VillegasPoljakE

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