En el noveno año de la primera década del siglo 21 aún sigue en
Venezuela, la polémica acerca de la gratuidad de “el libro” y los
famosísimos “Derechos de Autor”, especie de papel negociable que, al
ser comprado por las grandes empresas, terminan siendo derechos de los
patronos. Y sigue vigente la vieja ley de la cuarta república que sólo
beneficia a las empresas, al par que justifica exabruptos como los
decomisos de discos “piratas”, para proteger los intereses de las
pobrecitas disqueras transnacionales.
Que quede claro, nadie puede oponerse a que los autores y las autoras
se beneficien de su trabajo, pues los artistas también comen. Pero un
hecho es defender los derechos de los autores a la remuneración por su
trabajo, y otro muy diferente es que derechos humanos, como el derecho
a la remuneración y el derecho moral por un lado, y el que tiene la
gente a disfrutar de las obras creadas por el otro, ambos igualmente
importantes, queden en manos de corporaciones cuyo único fin es el
lucro y que publican obras, no por su valor literario sino por
negocio, ocasionando que muchas buenas obras se queden inéditas por el
criterio comercial de un empresario.
Por eso el Estado debe tener el control de la producción de los
libros, tanto por medio de sus editoriales propias como creando
empresas editoriales socialistas que puedan ser administradas por los
mismos autores y las mismas autoras, que podrían producir obras de
ficción para cubrir la necesidad interna del país, y para exportar y
traer divisas. Así se contribuiría a controlar la especulación y la
usura que se padece actualmente también en este medio, se remuneraría
a quienes escribimos en Venezuela y se daría a Latinoamérica y el
mundo entero un aporte cultural a tono con nuestros tiempos y nuestra
idiosincrasia y se eliminaría el intermediario que es el que abulta
los precios.
Quienes escribimos literatura de ficción en Venezuela tenemos montones
de manuscritos guardados por falta de imprenta. Las editoriales del
Estado remuneran a los que transcriben, a los que le echan aceite a
las máquinas, a los que barren, a los prensistas y hasta a los
distribuidores, pero no a los autores, por lo menos eso es lo que
saqué después de hablar con el representante de la imprenta del Estado
Carabobo y con el presidente de Monte Ávila. Sin olvidar que el Estado
prefiere imprimir ensayo político.
¿Y quién se beneficia de esa situación? Como no tenemos medios de
producción, toca ver si alguna editorial privada extranjera nos quiere
explotar, toca jugársela con las editoriales on line, o trabajar duro
para reunir un dinero e imprimir una cantidad limitada de ejemplares,
mientras en la calle los cuentos y novelas que se leen siguen siendo
los que se trajeron de Europa hace siglos, y los que traen las
editoriales extranjeras.
Aunque no podemos negar que se ha producido libros en los últimos
años, millones de ejemplares, dejo para quien la quiera recoger, la
idea de promover una empresa editorial socialista en la que podamos
trabajar los mismos autores y las autoras, que promueva, publique y
difunda nuestras obras.
andrea.coa@gmail.com