Boris y Natasha, aquellos malvados que siempre sucumbían al ingenio de Rocky y Bullwinkle, no sucumbieron del todo. Resulta que se escondieron en Cuba durante todos estos años y hoy, fieles a los ciclos de pánico, locura y furia opositora, regresan para hacer lo que hacen los comunistas malvados, valga la redundancia.
Vuelven para ocupar cada cuarto vacío del apartamento que has pagado con el sudor de tu frente. Vuelven para llevarse a tus hijos y convertirlos en agentes de KAOS, con el agravante de que Maxwell Smart, el súper agente 86, ya no está para defenderlos. Vuelven para apropiarse de la orilla de playa que con tanto esmero cuidan los empleados de tu club. Vuelven con su tarjeta de racionamiento, con sus espías, con sus hordas asesinas de viejitos indefensos, con su adoctrinamiento y su burundanga... vuelven y vienen por todo, como lo han venido haciendo cada cierto tiempo que nunca llega. Vuelven para aterrorizarte, para que salgas y marches, a ver si esta vez puedes tumbar al gobierno.
Es evidente que el comunismo llegó: se nota cuando lo dicen en los medios, a grito pelao’, a pesar de que aquí no hay libertad de expresión. Se nota cuando Ledezma batuquea a unos policías porque ellos se negaron a violar sus derechos humanos frente a las cámaras, mientras que una periodista afirma que sí se los están violando. Se nota en la disidencia encabezada por Rosales, que prefiere permanecer en Perú por temor a las represalias del rrrégimen genocida que se empeña en castigar a los corruptos.
Se nota a leguas que el comunismo nos ha calado hasta los huesos en las camionetas de doscientos mil bolos, y más, que pululan en nuestras calles, en la imposibilidad de viajar a Disney en agosto si no reservas con seis meses de anticipación, en los miles y miles de blackberries que portan los oprimidos ciudadanos cual si fueran objetos de primera necesidad. Se hace patente en las teles pantalla plana que cuelgan en cada una de la habitaciones de tu casa que, por cierto, pronto ocuparán los cubanos.
Una evidencia irrefutable de la amenaza a la propiedad privada, es que el mismo canal que no tiene libertad para expresarse, pero que se expresa, dedica sus espacios publicitarios a venderle a los futuros expropiados cocinas italianas, griferías noruegas, mármoles y porcelanatos y todo tipo de detalles para convertir sus hogares en el lugar distinguido y confortable que merecen las personas con estilo, y que merecerán, por supuesto, los nuevos inquilinos forzosos que ocuparán las habitaciones que una vez fueron de los niños, vilmente, deportados a Cuba.
Otra vez vuelve el comunismo con sus mismas maldades que nunca llegan. Otra vez corren mis opositores aturdidos como pollos sin cabezas, buscando a un líder sin proyecto que los regrese a la paz y armonía social de un tiempo que jamás vivimos, pero que ellos recuerdan y añoran como si hubiese existido.
Mientras corren, sufren y marchan, no olvidan que agosto está a la vuelta de la esquina, y que si no reservan ya se quedarán con los crespos hechos, condenados a pasar sus vacaciones en cualquiera de los miles de centros comerciales que, como todos sabemos, son iconos inconfundibles del comunismo. O tal vez podrán ir a Margarita, bastión opositor que, extrañamente, este feroz rrrégimen permite que exista y, desde allí, sorbiendo una cremosa piña colada, se sintonizarán con la realidad represiva que valientemente les transmite Globovisión.
Y es que este comunismo no los deja ni pasar vacaciones en paz.
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