El 17 de julio del 2008, escribí un artículo con partes de este título y del contenido que sigue, bajo circunstancias diferentes. Hasta usé casi el mismo subtítulo, para advertir que no se trataba de una defensa a Vladimir Acosta, lo que es obviamente innecesario y nada pertinente.
Como el mismo Vladimir dijo hace pocas horas a través de un medio radiofónico de la red oficial, sus opiniones y hasta las de otros personajes, como Juan Carlos Monedero, Gonzalo Gómez y Luis Brito García, entre otros, vertidas en un foro que tomó mucha resonancia por los juicios críticos allí emitidos sobre el proceso, no tuvieron como objetivo enfrentar ni discrepar del presidente, sino señalar, lo que ellos consideran, algunas deficiencias o fallas en el avance del proceso revolucionario.
Pero quiero, en este preciso momento intercalar una larga frase, que le sirvió al psiquiatra de ULA, Heriberto González, para cerrar su intervención sobre el papel de los medios de comunicación, particularmente los opositores, en su conferencia dictada en el Celarg, “Chávez ha hecho todo lo que ha tenido que hacer – se refería a la lucha comunicacional – para mantener esta situación, ahora nos toca a nosotros hacer lo mismo”. Al decir nosotros, es obvio que se refiere al colectivo.
En artículo anterior, titulado “Los Fantasmas de Vladimir Acosta y Juan Carlos Monedero”, hice un resumen de lo que estos expresaron. Pero también es bueno tomar en cuenta que Luis Brito García, cuya fidelidad tampoco puede ser dudosa, hizo entre otros, estos comentarios:
“Creo sinceramente que en Venezuela, no ha habido un repunte en la participación popular como la de estos diez años del proceso”.
“Sin embargo (continuamos con Brito), hay una serie de fallas que señalan los críticos constantemente”. Y agregó, “A las organizaciones sociales se les dice organícense, reúnanse, júntense, y después no se les da ningún tipo de papel, se les rechaza”. (Aporrea)
Y Gonzalo Gómez, uno de los fundadores de Aporrea, al tratar el tema del liderazgo habló de “la necesidad de colectivizarlo”. Y agregó, con mucho juicio, aunque “sabemos que hoy por hoy, y por mucho tiempo más, ese liderazgo imprescindible tiene que equilibrar su peso con el desarrollo de las otras direcciones”.
No obstante, una de las conclusiones más resaltantes de ese evento fue un hermoso reconocimiento al liderazgo del presidente y al enorme valor de su acción consecuente con nuestro pueblo y la historia latinoamericana. Que alguien piense que en aquellas conclusiones pudiese haber algo que intenta disminuir la trascendencia de su labor, es mostrarse excesivamente sensitivo o visceral.
Lo procedente es recibirlas, someterlas al estudio correspondiente, a los niveles que haya que hacerlo y demostrar al colectivo la no validez de las mismas, en el caso que ésta esa sea una conclusión sustentable o tomar los correctivos procedentes.
Y es obvio que, si ellas no están justificadas, en todo caso, son expresiones que surgieron de un sector y se cree que recogen el sentir de otro más amplio. Y siendo así, merecen ser procesadas para poner las cosas en su sitio con el interés de empujar a todos hacia el objetivo de la revolución. La experiencia entre revolucionarios acerca de estas situaciones es demasiado rica como para volver a meter el pie en el mismo hueco.
Eso significa, que no es válido pensar al universo que Acosta y otros componen y hasta suponen interpretar, como portador de la razón. Lo que está claro, es que esas deficiencias existen o están pensadas. Y es más, quienes las han expuesto, conciben que el Comandante Chávez, es la primera víctima de ellas.
Acosta, Monedero, Gonzalo Gómez, Brito García y otros, lo que han hecho es formular desde adentro del proceso revolucionario unas críticas, en una jornada que tenía como fin estudiar críticamente lo que en Venezuela acontece. Y el deber del crítico, en primer término, es no ser complaciente ni esquivo.
Quienes piensan con todo derecho que tales observaciones carecen de validez y hasta de sustento por las razones que sean, les corresponde refutarlas, hasta demostrar y hacer conocer a todos, mediante un procedimiento que ayude al fortalecimiento y la unidad, no son válidas. No es suficiente hacer afirmaciones o usar epítetos. Para esto, el lenguaje fraternal, amistoso, armonioso es vital y exuberante.
Es inútil y nada ventajoso para el proceso revolucionario que todos estemos a cada instante, en toda coyuntura, alineados en la misma forma de pensar. Ello no hace germinar la crítica, no habría contradicciones conceptuales y en consecuencia tampoco movimiento a nivel de nuestras apreciaciones del proceso. Mientras el mundo gira vertiginosamente. No hay lazo que ate el pensamiento colectivo para formar un solo haz. Si no lo creemos, preguntémosle a la vida.
Si algo ha mostrado este proceso, que hasta a nosotros mismos nos asombra, es la capacidad y aguante que hemos tenido para soportar y procesar la crítica opositora, generalmente impregnada de mala fe.
Y el propio presidente Chávez, no se ha cansado de decir o clamar que hasta las piedras hablen. La crítica no sólo es un derecho de la gente plasmado en las leyes sino una práctica sana para enrumbar las cosas y contribuir que la tarea, el diagnóstico, investigación y práctica política, se hagan de la mejor manera.
Las teorías, partidos e individualidades revolucionarios, tienen a la crítica y autocrítica como disciplinas o prácticas necesarias, indispensables e inherentes a ellos. No hay proceder revolucionario ajeno a la crítica de las colectividades, hasta de las individualidades y también a la autocrítica. Y esto no es una cosa o idea para decirla al público en un día de fiestas patronales o para consumo externo.
Tampoco la crítica en sí, pierde validez por que quien la emita sea amigo, compañero o no de uno. Ella, en si misma, pudiera tener un contenido, al margen de quien la emite, sustantivo y pertinente.
Matar la crítica es hacerlo con la conducta revolucionaria. Como matar el pájaro que canta todas las mañanas, el sol que más que alumbra, presta su calor para que la vida siga incesante o, para decirlo en la bella canción de Horacio Guarany, hecha muy conocida por la voz prodigiosa de Mercedes Sosa:
“Si se calla el cantor, calla la vida,
porque la vida, la vida misma es todo un canto.
Si se calla el cantor, muere de espanto
la esperanza, la luz y la alegría”.
Si se callan los críticos es como si la vida se acabase. La crítica es uno de los fundamentales combustibles que contribuyen a que la vida, la revolución marchen y la esperanza se mantenga intacta.
La misma crítica opositora no necesariamente es negativa; en algunos casos, como ya sugerimos, hasta quitándole aquello de mala fe o que solamente persigue causar daño, se puede encontrar una razón para corregir o enderezar el camino.
Si ella viene de los nuestros, salvando aquellas cosas de estilo que pudieran ser algo quisquillosas, hay que ponerle atención y no descalificarla procurando ser más urticante; eso luce retaliativo y podría “matar al ruiseñor”. Y si ese modo de decir nos fascina, y queremos usarlo pese todo, debemos abordar las opiniones que en nada compartimos, de manera que podamos desmontarlas. Para lograr ese objetivo hay que cuidar no cerrarse las puertas por herir gratuitamente la sensibilidad de otros compañeros de ruta. El discurso para que sea convincente debe estar presentado de la manera más agradable posible. Es poco sensato el proceder que busca enemigos detrás de cada palabra u opinión. Y en ese empeño se agarra de cualquier cosa como quien en el desespero lo hace a un clavo candente.
Uno no puede proceder como el viejo de aquel cuento que sermoneaba a unas jóvenes por que habían dicho junto a él unas groserías y terminó su discurso con un puñado de palabras de grueso calibre.
A los tipos como Chávez, inteligentes y revolucionarios, lo ha dicho él mismo, no les molesta la crítica. Por eso, a quienes se han atorado para que cerrase un canal de televisión que les angustia y desespera, ha respondido de manera negativa e invitado a tener paciencia.
Es mejor, en veces, la crítica que el aplauso. Pocos se atreven a tocar la cuerda desafinada del violín, sabiendo que pueden interrumpir el mal canto del coro.
Si creo que, sobre todo entre los nuestros, la crítica debe hacerse con humildad y respeto. La soberbia o descalificación puede restarle validez al discurso por muy denso que éste sea. Pero eso vale tanto para unos como otros. Para quienes hablaron primero y los que responden.
La experiencia nos ha enseñado que las discrepancias son normales, útiles y hasta indispensables entre revolucionarios. Pero hay que saber procesarlas. Una cosa que aprendimos bien, es cuidar el lenguaje para no herir al compañero quien junto a uno combate pero de quien discrepamos y probablemente siempre estará a nuestro lado o por lo menos acompañará buena parte del camino. Dejar secuelas innecesarias no es un buen proceder.
Lo deleznable es escuchar o leer a “presuntos compañeros de ruta”, sin sustento, mal hablar de compatriotas, hacerles acusaciones infundadas y deshonrosas, por repetir el discurso del enemigo y darle rienda suelta a un simple resentimiento personal.