Uno de los eslóganes más oídos y leídos a través de los medios privados, especialmente en estos momentos de crisis, es que Venezuela es una provincia de Cuba. Y se le oye decirlo a personajes como Antonio Pasqualli, profesor de varias generaciones de profesionales universitarios. No es que esta afirmación sea un anatema. Es que es contranatura.
Es observable cómo el planeta está seccionado en partes definidas por múltiples variables de naturaleza climática, geológica, ecológica, culturales, etc., que distinguimos como regiones geográficas. Del mismo modo que estos grandes espacios a su vez se subdividen en sectores con rasgos comunes, a los cuales los geógrafos denominan provincias. Y así, cada espacio es una provincia de un espacio mayor. De modo que no es una censura el calificar un país como provincia de una región.
Sin embargo, este fraccionamiento, válido para la mejor comprensión del ambiente físico y cultural en el cual se desenvuelve la vida humana, no es en absoluto determinante. Es posible que tanto por razones naturales como artificiales se configuren dentro de una región provincias e incluso microespacios que respondan a los rasgos que distinguen otras áreas geográficas. Un fenómeno que es más común cuando la diferenciación obedece a variables de orden cultural (políticas, económicas, religiosas, étnicas). En estos casos se habla de enclaves.
En ese contexto, es un absurdo cognoscitivo, y por lo tanto incompatible con el prestigio que se les atribuye a académicos como Pasqualli, sostener semejante afirmación. Venezuela y Cuba son provincias de una misma región geopolítica, pero bajo ninguna circunstancia una podría serlo de otra. Ambas carecen del poder necesario para incorporar a su homóloga en una región geopolítica. Ni siquiera asociadas podrían configurar un espacio que pueda considerarse como tal. Lo que sí es posible y en efecto los hay es la existencia dentro de estos países de enclaves de la civilización anglosajona protestante. Una presencia derivada del asentamiento físico de manifestaciones culturales de los pueblos de otra región (empresas, religiones, bases militares, etc.), o de la aculturación de segmentos minoritarios de la población regional. En este caso, semejantes académicos forman parte de un enclave conformado por apóstatas que niegan la cultura y las instituciones de la región geopolítica a la cual pertenecen. Afirma José Vasconcelos que este fenómeno, frecuente en el espacio latinoamericano, es el producto del carácter de pueblos derrotados que tipifica a las 3 vertientes etnoculturales que configuran lo que él denomina "raza cósmica". Esto facilita la aculturación en nuestra región, y la formación de enclaves, como lo aseguran los antropólogos. Pero en un momento como el que vivimos, cuando la gran mayoría de los integrantes adquieren conciencia de su identidad cultural, y del valor geopolítico del espacio que dominan, estas minorías intentan limitar sus espacios de encierro como lo hace hoy la oligarquía hondureña no por identificarse con una cultura que los discrimina, sino por miedo a la libertad.
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