El libro de Alexis Rosas

(Palabras pronunciadas en el Hotel Alba, en la ciudad de Caracas, con motivo de su presentación oficial. 25-09-09 )


Hace algunas semanas presenté a Rafael Uzcátegui en un acto celebrado en el Museo de Barquisimeto. Esas palabras, brotadas del afecto y de las vivencias que nos unen, conforman ahora, por honrosa distinción del amigo, el prólogo de la edición cuyo bautizo nos reencuentra. Confieso que esa noche sólo hablé del personaje, pues no había leído el libro.

En esta ocasión no tengo escapatoria. He revisado el trabajo de Alexis Rosas y no puedo eludir el compromiso de adentrarme en sus asuntos.

Diestro en la redacción, excelente periodista identificado con las causas populares, el autor construye un discurso ágil que nos atrapa de principio a fin, donde pareciera que el negro Freddy hiciera mutis a cada rato para darle protagonismo al contexto histórico en el cual transcurre su vida, llena de poesía y aventura.

Esas continuas entradas y salidas de escena - a veces muy prolongadas las segundas – nos llevan a pensar en temas algo escabrosos, que en descargo de Rosas, nos atrapan al hablar de un país en construcción cuya historia ha sido muchas veces adulterada y la impunidad no sólo ha mantenido felices a ladrones y asesinos sino que les ha permitido autoerigirse estatuas, como en los versos de Cardenal contra Somoza, y hasta ha logrado, algunas veces sin que medie tarifa alguna, que no pocos intelectuales y supuestos dirigentes revolucionarios, aparten la ética, razón esencial de toda acción política, para destacar logros que cualquier mediocre o perturbado mental puede alcanzar en el orden material con una renta petrolera que ha amparado durante un siglo largo la ociosidad burocrática y la cíclica irrupción de una clase política que por oleadas asalta el erario público, y pretende de manera simiesca asumir posturas aristocráticas, que además de ridículas, resultan dolorosas, para los jugadores de terminales que cambiaron la autarquía del conuco por el azar minero, que periódicamente se disfraza de azar electoral, en nombre de una democracia que nunca será tal mientras no exista auténtica justicia.

El siglo XX nos dejó una épica que después de Gómez - Pío Tamayo, la generación del 28 – desarrolla una historiografía escurridiza sobre todo en la dictadura perezjimenista y los primeros años del puntofijismo. Empieza a producirse un balance de las últimas décadas del siglo del “cambalache”, en el cual, si nos descuidamos, el pragmatismo petrolero podría convertir a Betancourt en padre de la VI, la VII o la VIII República, en esa manía de andar buscando paternidades como si la propia fuera insuficiente, o andar inventando republiquitas con la ambición de crear una potencia como si no bastara con los abominables imperios del errático e insaciable capitalismo.

Junto a los libros de Diego Salazar, Alí Gómez, José Vicente Abreu, José Vicente y Domingo Alberto Rangel, Daniel Buitrago, entre otros, por no hablar de muy buenas plumas de la derecha, éste de Rosas contribuye a la codificación de un tiempo brutal, en el cual las fuerzas armadas del capital demolieron esperanzas y sueños populares que abonaron el brote de la rebeldía y la heroicidad, que, trasladadas a la literatura, nos presentan una especie de neopicaresca donde la sobrevivencia del héroe depende más de sus audacias que del entretejido sociopolítico. El lenguaje de Rosas no logra zafarse a pesar de sus destacados aciertos, de los estereotipos que huyen del humor y de todo lo que no corresponda a los convencionales decires del poder. Tal vez fue el mismo personaje quien no suministró al autor precisiones biográficas que otorgasen a la obra mayores posibilidades plásticas, ligerezas, gracia, movimientos cuya ausencia nos presentan a un Uzcátegui unidimensional, sólo enmarcado en los límites de un concepto de política y poder que desdice de las locuras y los atrevimientos a los cuales toda revolución conlleva. Soportemos lo afirmado con esta perla, que además, debemos soportar quienes creemos con religiosidad en la poesía: “Después de tres años de ausencia, Uzcátegui no tenía adonde ir, así que sin saber qué hacer hizo lo que hacen los que no saben qué hacer: se metió a poeta…” Algo parecido solía decir de la poesía Luis Matos Azócar, exponente economicista de la cuarta república, que aún no hemos tenido oportunidad de ver juzgado, tan diferente, en su dimensión ética, al honorable autor del libro que nos ocupa. Y el mismo Uzcátegui expresa esos ripios ideológicos de la máscara política cuando dice en una entrevista muy interesante: “El discurso del 15 de diciembre de 2006 (cuando Chávez ordenó crear el PSUV) debe estudiarse porque es el discurso de la euforia, y la euforia se parece a las borracheras, donde tú exteriorizas lo que piensas”. Si Rimbaud o Kayhan estuviesen presentes algo dirían, sin duda.

Pasa con este libro lo que con aquel escrito por nuestro amigo y maestro Héctor Mujica cuando hablara de Daniel Santos. El autor fue brillante, como lo es Rosas en su análisis sociohistórico, pero el personaje, “el inquieto anacobero” recreado por Salvador Garmendia, sigue en la calle en búsqueda de Linda, aunque parezca mentira, como Uzcátegui con su “mochila azul” de granujilla mexicano sigue subiendo cuestas o arengando obreros.

Uno de los mayores problemas que confronta el movimiento popular en la actualidad y que ha confrontado siempre, es la falta de correspondencia entre los sueños, los proyectos, y el uso del poder conquistado progresivamente. Siempre ha sido más hermosa la búsqueda de la revolución que el ejercicio de ella.

Revolución es transformación del poder. Su destrucción sistemática. Su disolución incansable. La verticalidad falócrata, el individualismo autoritario de quienes ejercen el mando por intereses grupales o aberraciones personales, en nombre de un liderazgo artificial y mercenario, clientelar y manipulado por el abuso mediático, debe ser sustituida por la horizontalidad amorosa, o no hay revolución. Se rompen los esquemas o no hay revolución. Surgen nuevos lenguajes o no hay revolución.

Los protagonismos del puntofijismo no pueden ser sustituidos por la llamada V República sino desaparecen los lenguajes primarios - ¡y primitivos! – manejados por aquella vieja ocupación del mando. Díganme camaradas: ¿en qué han cambiado los lenguajes del poder en estos diez años? ¿Ha mermado la explotación de manera estructural? ¿Somos más soberanos?

El libro de Alexis Rosas es un libro importante y las entrevistas de Uzcátegui nos muestran las contradicciones y las fisuras de este momento político con nitidez escalofriante; sus conceptos sobre el partido que a veces Rosas y él llaman unificado y otras UNICO, demostrada además la paternidad de Alí Rodríguez desde el año 2000, llegan a niveles de antagonismo tal que sólo el respeto o el miedo a los lenguajes del poder han retardado en su explosión definitiva.

Ninguna broma es por juego. Uzcátegui no tiene nada de vanidoso, es humilde, muy humilde, y firme, muy firme; por su humildad y su firmeza estamos aquí y estaremos siempre donde y cuando nos convoque. Este libro, señores, es el punto de partida de un nuevo liderazgo, parecido en su origen etnocultural a otros construidos por el poder desde el poder, pero este viene de abajo, no impuesto por golpes de suerte o de ningún otro tipo, este no es tropero, este es labrado en las entrañas del pueblo.

Es la hora de un gran frente que retome las viejas y eternas banderas de la libertad y la justicia. Algunos veteranos combatientes ya vienen trabajando en ese sentido.

Y vengan nuevos liderazgos que junto a los que sobrevivan del próximo pasado harán posible la aventura revolucionaria, la transformación del poder, que hasta ahora, a pesar de los avances relativos, resulta bastante caricaturesca.


(*)Director Ejecutivo Centro de Investigaciones “Dr Pedro Duno”


anafeli81@gmail.com



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Tito Núñez Silva(*)


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