No es fácil pasarse la vida pretendiendo ser algo que no se es, pero es todavía más difícil, por no decir imposible, pretender ser algo que requiera honestidad. Es que quien pretende no es honesto y es esta, mis chavistas de ocasión, una de la cualidades que define a los revolucionarios de verdad, verdad.
Yo, novata en estas lides, he venido aprendiendo a punta de decepciones. Personajes que una vez admiré se van desmoronando como galletas con gorgojos. No han sido pocos los desemascarados, y aunque al principio me desmoralizaba ver cómo sacaban los colmillos cuando creían que nadie los miraba, hoy me alegro de ver cómo su ambición y su borrachera de poder los hace torpes, enredándose ellos mismos con sus propios pies derechos.
Su desparpajo los ha llevado al punto de burlarse en la cara de mi presidente mientras lo aplauden enfundados en sus rigurosos atuendos rojos rojitos. Han jugado con su confianza, lo han puesto a vender pañales que no existen, a inaugurar proyectos que no se terminan, a levantar la mano de candidatos que nadie quería. Lo rodearon y le taparon los ojos y oídos aprovechando la amenaza siempre presente del magnicidio y la conspiración. Lo rodearon y nos rodearon.
Pero la máscara del disimulo es muy pesada y no hay adeco que la soporte. Es doloroso tener que parecer austeros cuando se han llenado los bolsillos, es inútil llegar a jefe para que te mande el pueblo, es imposible no abusar un poquito aquí, una comisioncita allá, una agüita Evian en la oficina ministerial…
El tufo adeco se siente desde lejos y ellos, bichos de la misma manada, se huelen y se juntan. Y es tristemente gracioso ver que los rojos más rojo de todos, los más “sí, mi Presidente Comandante”, los que gritan ¡Contrarrevolucionario! a todo aquel que se meta en su camino, son los que tiene el alma más blanca.
Será entonces que esta revolución la haremos mi presi y los millones contrarrevolucionarios de a pie que rechazamos a esa muralla blanca que pretendió interponerse entre él y su pueblo, y que hoy se derrumba bajo el peso insoportable de la máscara del disimulo.
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