No les tengo que contar que Henri Falcón renunció al PSUV. Tampoco tengo que contarles el chaparrón de opiniones que esto desató. Y como llueven opiniones y yo también tengo la mía, pues, de ella no se van a salvar.
Para empezar debo aclarar que, a estas alturas, me importa un pepino si Falcón es un enviado de Dick Cheney, un carmonista disfrazado, o lo que él alega ser: un revolucionario cansado de las incoherencias del PSUV. De su persona sólo me queda claro que es que un mal combatiente, que prefiere arrugar a dar la pelea dentro, cosa que lo deja muy mal parado ante un pueblo que no arruga ni a balazos. Decía que me importa un pepino porque centrarme en la figura del Gobernador sería hacer exactamente lo que a algunos les conviene que hagamos: chapotear en la superficialidad de la orilla.
Independientemente de la calidad revolucionaria de Falcón, sus argumentos son reales, le importe a él o no, y ahí está el meollo del asunto.
Hemos visto cómo se han formado tumores de poder en nuestro partido, hemos visto a las maquinarias arrasar cada vez que hay una elección interna y, curiosamente, las vimos desaparecer justo cuando peleamos y perdimos la reforma que daría más poder al pueblo. Hemos visto a funcionarios que, desde sus parcelitas de poder, obtienen votos a punta de amenazas, a punta de “te borro de las Madres del Barrio”, a punta de la adequísima estrategia de comprar el voto a todo aquel que esté dispuesto a venderlo. Hemos venido luchando contra las conjuras de mediocres, los hechos cumplidos, los repentinos ajustes de las reglas del juego, reglas que nunca se terminan de establecer como para que siempre se puedan cambiar a conveniencia.
Tantas cosas tan poco revolucionarias he visto: trampas, zancadillas, acoso, mentiras. Súper revolucionarios intentando apabullar con prédicas marxistas que no acompañan con el ejemplo, adecos vestido de rojo, pactos nauseabundos, mentirosos “sí mi comandante presidente, el proyecto está en proyecto”, y el cinismo supremo de los que intentan hacernos creer que complicidad es lo mismo que unidad, los que retuercen las palabras de mi presi a la medida de sus intrigas, los dueños del revolucionarómetro que apuntan a los que defendemos el derecho a pensar en voz alta, negándonos a acatar el insípido papel de obedientes borreguitos que nos tenían reservado.
En medio de todo esto, Falcón levanta una polvareda y se va dejando expuesta la vil adequez de estos psuvistas quienes, nerviosísimos , se apresuran a teledirigir las miradas con dedos acusadores, tratando desesperadamente de tapar al sol con un Henri.
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