Del argumento militar y la violencia en la política

La discusión política en Venezuela parece un teatro de enredos, pero más tragedia que comedia. Nadie es lo que aparenta, ni termina diciendo lo que realmente dice. Mucha cantinflada en estos días. Disfraces a la orden, negritas travestis en baños equivocados. Se suplanta y se duplica, hasta la farsa. Política del desprecio de lo político, caricatura, por eso tanta bravuconada. Entre otras cosas que se miran pero no se tocan, está lo militar, que es lo que más se teme. Quizás sea mala estrategia abordarlo ahora, poco político para políticos, en particular, cuando ninguno de los actores muestra tener jugadas definitivas. Pero se quiere eliminar al otro, y lo militar pareciera la manera, al menos lo aparenta. La violencia no es la política por otros medios, sino su cancelación. Lo militar es el tema, aunque no se oiga.


El monopolio de la violencia, supuestamente, está en manos del gobierno (o quizás sea lo contrario). De ella depende para enfrentar no sólo a la oposición oficialista, sino a las respuestas sociales que pueda producir el fracaso nacional en que nos hundimos sin remedio(s): producción petrolera en un mínimo insuficiente; la no petrolera, sencillamente inexistente; desabastecimiento de productos imprescindibles; la hiperinflación que cava una inmensa desigualdad social en crecimiento; deuda internacional odiosa, no auditada e impagable. Mientras, persiste la corrupción (sobre la que se hace, sospechosamente, poco énfasis), y la ineficiencia interesada. Todo justifica la desconfianza en la economía, que ni siquiera puede medirse por ocultamiento de data, pero desconfianza que también ha sido inducida por quienes contribuyen al fracaso desde el primer día, cuando Chávez “les quitó el país”. El monopolio de la violencia es el juego de quién se queda con más, y que pague el que menos tiene.


Mientras, la oposición liderada por Guaidó le pone eufemismos a la violencia, y con ella sirve su mesa repleta. Anuncia golpes de Estado, fríos o calientes, propicia levantamientos populares o militares, pide la invasión del ejército colombo-norteamericano, impone el “sí o sí” de una “ayuda” humanitaria con armas ajenas, y si no, pues que se pudran los veinte millones. Una oferta de guerra civil, caos y destrucción por “un futuro mejor”. Un empujón más al hundimiento propiciado por su contrincante, con la promesa de que “los más aptos” resurgirán de las cenizas. Fénix de pocas plumas. Violencia que sueña con marines y celebra medidas económicas punitivas que hagan imposible la supervivencia en el país. Un no-sabemos-hasta cuándo, pero mientras tanto. Un apagón de las conciencias.


El tema es el militar, aunque suene a tabú. Es lo que la discusión evade, pero convoca. Si el ejército se mantiene unido, la oposición amenaza e incita a la deserción. Síndrome Miquilena, que tanto daño hizo de los dos lados. Tarde pió la gallina de Arias Cárdenas. Desertar es vara mágica, comodín, braguetazo. No importa si se participó en hechos graves, si se ha sido “violento represor”, basta con pegar el brinco. Saltar la cuerda floja. No importan hoja de servicio, proveniencia, razones. No se pregunta: pura acción. Son héroes los que se pasan al lado colombiano, así sea atropellando manifestantes. Y me pregunto ¿qué terminará ofreciéndoles Duque a estos recién desempleados “hombres de armas”? ¿Un carguito entre paramilitares? ¿Guardaespaldas de algún narcotraficante? Páez y Santander se dan la mano cortada de Bolívar. ¿O se refugiarán al lado de los que antes reprimían? Formas de reconciliación, cierto, pero formas culpables.


El vice-Pence, joya de la corona, hace apenas unas semanas, se quejaba de que los millonarios venezolanos de la oposición no dieran “un aporte más decidido de dinero para financiar el pase de policías, militares y políticos a la esfera de Guaidó”. Todo es hacer una “vaca”, con lo que, a la vez, insulta a la institución castrense y demuestra su menosprecio por toda dignidad. ¿Así se nos propone sanear el futuro ejército venezolano, con etiquetas pegadas al hombro? ¿Precio o patriotismo? La lógica del gobierno es la misma, pero opuesta. Ni con el pétalo de un fusil, no vaya a ser que se deshojen las balas. Son héroes mientras permanezcan fieles, no importan sus familiares, allegados, vecinos; o lo son precisamente por esto. La comprensión se acaba cuando se pasan al enemigo. Traidores cuando se hacen la ilusión de seguir las huellas del Chávez de 1992 (ironías de la vida: un Pérez menos). Traidores si asumen ese “derecho a disentir” que, de manera irresponsable, se les dio a los militares junto a la participación política. ¿Se pensó que nunca pensarían con casco propio? Un voto armado no es ni puede ser equivalente al voto civil desarmado, porque puede expresar sus opiniones a tiro limpio.


No se toca el tema, pero el ámbito militar sufre y ha sufrido el mismo descalabro moral de todas las otras instituciones, gremios y grupos profesionales, clases y estamentos sociales. Nada se encuentra incontaminado en el país. El contrabando de extracción ha sido uno de los peores desangraderos de la economía venezolana de los últimos años. Se sospecha que Venezuela se haya convertido en corredor del tráfico de drogas. Pero las fronteras y las aduanas y las costas están custodiadas por militares. Las carreteras por las que no-llegan los camiones de alimentos, muchas veces, desde los Andes, están llenas de alcabalas. ¿Cómo funciona el correo internacional puerta a puerta, que no dice su nombre ni su contenido? No es un “armisticio” lo que se necesita, lleno de excusas que intentan mover los platos, sin fiel alguno. No es una traición de un lado al otro lo que necesitamos. No es un desmembramiento de la institución que la debilite ante los deseos invasores de la oligarquía y el ejército colombianos, que nos deben todavía un tercio de lo que fue nuestro territorio nacional. Ni un perdón ciego y miedoso, sino aupar el crecimiento desde la resistencia moral y ética que también anida entre sus filas. Por esto, y mucho más, lo militar debe ser considerado como tema principal, y no tratado como otra coquetería del todo o nada.


¿Y qué será de las milicias populares? Armarlas es propiciar un suicidio colectivo y no un acto patriótico. Miles y miles de armas más en una sociedad en las que ya abundan, imponiendo el terror de la delincuencia. Los propios militares tendrían que sopesar la pérdida de control de la violencia que esto significa, y la posibilidad de que el enfrentamiento no sea entre venezolanos e invasores colombo-norteamericanos, sino entre milicias y ejército venezolanos. Grave irresponsabilidad atizar el fuego en medio de la sequía de valores. Favorecer la opción de los menos, sobre el mal de muchos. Aunque digan lo contrario, Venezuela ha demostrado tener una población pacífica, si bien asediada por pocos y potentes extremistas. Si un mínimo de la dinámica que sufren los habitantes de nuestros barrios, cada fin de semana –por enfrentamiento territorial, por drogas o mera malandrería–, sólo un mínimo hubiera participado en las marchas y contramarchas de estos 20 años, la mortandad habría sido inmensa –quizás como la colombiana–, la guerra habría sacado las garras para arrugar el mapa. Las víctimas han sido dolorosísimas, pero reconozcamos que han sido pocas, mínimas, en relación a la gigantesca beligerancia que se ha puesto en juego.


Es ahora cuando deben abordarse estos temas, o no será nunca el momento para hacerlo. El país debe imaginarse sin corrupción y violencia como bases del poder. Es fácil decirlo, sí, pero es mucho más fácil excusarlo bajo condicionamientos estructurales; muy reaccionario verlo como condena histórica. La política no es lo que hemos sido, sino la disputa de lo que podemos ser. Qué banal es sumarlo al “mal de muchos”, porque prive la descomposición entre gobiernos de este mundo neoliberal, que se jacta de sus victorias. Corrupción o violencia no resultan el medio para “salir de esto y ya veremos”, sino el rostro que tendrá finalmente. Por cierto, si ya sabemos de la podredumbre de lo público y los 500 mil millones de dólares evaporados en gordas maletas vacías, que Guiadó nos hable de sus financistas, dentro y fuera de Venezuela, y que ellos mismos demuestren su honestidad, porque si no, se presume lo contrario. ¿Será que de verdad los extremos se tocan? Alianzas negativas y complicidad. Si el tema de la corrupción no se pone sobre el tapete, y se saca de la mesa, el de la violencia ganará la partida.

 



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Alejandro Bruzual

Alejandro Bruzual es PhD en Literaturas Latinoamericanas. Cuenta con más de veinte publicaciones, algunas traducidas a otros idiomas, entre ellas varios libros de poemas, biografías y crítica literaria y cultural. Se interesa, en particular, en las relaciones entre literatura y sociedad, vanguardias históricas, y aborda paralelamente problemas musicales, como el nacionalismo y la guitarra continental.


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