Afirmar que la corrupción es un “problema cultural” no solo es un gran error epistemológico sino una forma muy peligrosa de legitimar una desviación en la que unos pocos imponen su ley. No tengo ninguna duda de que una inmensa mayoría de los venezolanos(as) están exentos de este tipo de bajezas. Se nos ha querido imponer la idea de que todos(as) somos unos ladrones y que ese “póngame donde haiga”[SIC] herencia cuartorepublicana, es parte de nuestra vida cotidiana. Se ha buscado la forma de que el pueblo asuma la corrupción como algo natural y propio del quehacer político. Se pretende que justifiquemos a los asquerosos ladrones(as) (con quienes muchas veces tenemos obligatoriamente que convivir), porque si ellos no aprovechan son vistos como pendejos. Estas falacias se aprestan presurosas a convertirse en una condición sine qua non de toda la gestión pública.
Si aceptamos que la corrupción es un problema cultural, estaríamos asumiendo que la miserable pléyade de lacras ganaron la pelea. Si seguimos repitiendo, como loros, las muy adecas consignas de:
“La corrupción no solo es un tema administrativo”
“Bueno, qué vamos a hacer, el venezolano es así...”
“Él roba; pero, deja robar...”
Si continuamos invocando estas peregrinas oraciones como el so pretexto de un mundillo inmerso en la mugre de la indecencia, es porque tal vez no tenemos una disposición firme para cambiar lo que se ha querido imponer como algo normal. A la corrupción no se la disminuye con macro números, con cifras salidas de la mente brillante de algún pseudo reformista. No, a la corrupción se le erradica de raíz. Sin vacilaciones de ningún tipo. Esta es la razón por la cual la derecha tiembla cuando el presidente Nicolás Maduro exige castigos verdaderamente severos contra esas pandillas de ratas que tanto daño nos han causado. No podemos seguir pensando en este problema con mentalidad burguesa. La lógica del capitalismo cultural es sumergirnos en la vil creencia de que el acto de robar es una demostración de inteligencia. Las mega producciones del cine holliwudense, por ejemplo, han pretendido banalizar los improperios del robo, del asalto y la estafa multiplicando, en 3D, los estamentos discursivos del enriquecimiento fácil. El capitalismo cultural ha mellado la conciencia social a través de la sonrisa del heroico ladrón que roba y deja robar; que protege, cual mafioso siciliano, a la banda de piltrafas que lo acompañan en sus desfalcos. La corrupción no es un problema cultural porque asumirlo de esa forma es darle espacio a justificaciones que solo permiten dejar salir airosos a los que, desde adentro, intentan desangrar el sueño revolucionario de una patria diferente.
El problema verdaderamente cultural, repito, no es la corrupción sino la impunidad que históricamente ha querido invertir los valores, es decir, en la medida en que el pueblo vea cómo las alimañas que están robando, le ponen los ganchos, ese pueblo no dudará en tratar de ayudar en esa lucha. Pero, si seguimos viendo a estas basuras andantes haciendo lo que les da la gana, insultándonos con sus carros nuevos, con sus pedazos de teléfonos, con sus maneras de perpetuar el colonialismo neoliberal, entonces, ese pueblo se reciente, se decepciona y la impotencia gana terreno. Eso no podemos permitirlo. La revolución llegó para cambiar todo eso que ayer fuimos. Llegó para producir un terremoto en los cimientos de esa república en donde robar se convirtió en algo “habitual”.
Ser un ladrón (a) es demostrar firmemente que sé es esclavo de los dictámenes del capitalismo cultural, porque esas piltrafas no roban para repartir lo obtenido. No, esas lacras hacen plata para sí mismos y para la jauría de rateros (as) que los acompañan. De hecho uno se sorprende que el SEBIN tarde tanto en actuar porque en la mayoría de las instituciones la gente sabe quiénes son los ladrones; tal como lo he dicho en otros artículos, la gente lo sabe porque estos maleantes vociferan sus atracos; fanfarronean con la plata que han robado y, extrañamente, sus formas de vida ya no son las mismas de hace unos años atrás... La corrupción no es un problema cultural. La corrupción es una de las formas más miserables que tiene el neoliberalismo de apoderarse de la conciencia de las personas porque, además, esos ladrones(as) ponen en evidencia sus ¿logros?. Si seguimos repitiendo lo que el capitalismo cultural quiere que repitamos, seremos, entonces, parte del juego macabro en donde se justifican y legitiman estas acciones. Las lacras que se apoderan del dinero público para enriquecerse, saben que no miento. Cuando me leen, porque lo hacen, le dan coñazos a la mesa, dicen que me van a quebrar, que ya está bueno de este tipo... Pero, también tiemblan cuando por alguna razón, en algún espacio en donde andan “lambuciando” o simulando ser honestos, aparece la palabra CORRUPCIÓN. Basta eso para que se pongan incómodos, para que la piel les arda, para que la sarna que los habita, les pique... Y quieren que el temita pase rápido. También, por eso, cuando sus hijos, a los que nunca podrán engañar, les preguntan: ¿Papá, yo también soy un delincuente?. Entonces, se ponen pálidos, no saben qué contestar, tragan en seco, simulan tener tos, agachan la cabeza y repiten en silencio: “Tranquilo, la corrupción es un problema cultural”.
*Poeta. Miembro Activo del Movimiento Anticorrupción Hugo Chávez Frías. Comunicador de calle, registrado con el número 14880, del Ministerio del Poder Popular para la Comunicación e Información (SIBCI). Premio Nacional de Poesía Fernando Paz Castillo (2010). Premio Municipal de Poesía (Trujillo 2003). También es autor de Ceremonia de lo adverso, Las buenas Razones, Cuaderno Palestino, La Tierra & El Fuego y de Otoño en Pekín: Crónicas de otro viaje. Es Magíster en Estudios Culturales de la U-ARCIS de Santiago de Chile.
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