Venezuela es un territorio privilegiado ubicado al norte de Sur América, dotado de bellos paisajes naturales, hermosas playas, tierras fértiles, clima agradable, abundantes recursos minerales y las mayores reservas de petróleo del planeta. En cuanto a su gente, los pobladores del país son en su gran mayoría personas alegres, solidarias y emprendedoras. La belleza de las venezolanas es referencia mundial.
Desde el punto de vista cultural, pesa sobre los hombros del ciudadano venezolano, la responsabilidad histórica de ser los descendientes de los héroes que dirigieron las grandes hazañas militares que condujeron a la independencia de América. Por otra parte, existen dos enormes fardos culturales que limitan la capacidad de la sociedad venezolana para superar los problemas que la agobian, y entrar definitivamente en la era de la economía del conocimiento: por una parte, la mentalidad rentista que lleva al ciudadano a pensar que puede obtener algún tipo de beneficio sin tener que trabajar para lograrlo y el segundo fardo, el más pesado de todos, la necesidad de cada ciudadano de disponer de la “fotocopia del título en fondo negro”.
El tema es preocupante y no se le ve salida. Los venezolanos sabemos que el botón de arranque de cualquier trámite por sencillo que sea, lo representa la “copia fotostática” de cualquier documento. Las fotocopias de la cédula, por ejemplo, son el combustible que mueve el aparato burocrático estatal, aunque las instituciones privadas no se quedan atrás a la hora de solicitarle a sus clientes y relacionados, copias en papel de documentos que perfectamente pueden ser digitales. Los bancos que piden copias de los estados de cuenta de sus propios clientes son muestra irrefutable de ello. Ahora no es sólo la cédula, la copia del RIF ha pasado a engrosar las carpetas que los venezolanos cargamos “por si acaso” en la guantera del carro. Dicen que los niños vienen al mundo con un pan bajo el brazo. Los niños venezolanos tendrán que venir al mundo con una carpeta marrón de ganchos tamaño oficio, con separadores de cartulina.
Y es que no se avizora un cambio sustancial en el mediano plazo si consideramos el extraño fenómeno cultural que representa la “copia del título en fondo negro”. ¿De dónde nace esta extraña costumbre de pedir este requisito? Habría que preguntarle a Elias Pino Iturrieta o a algún otro historiador que se sumerja en los archivos a ver el origen histórico de este requisito.
Formularé una hipótesis desde mi ignorancia sobre el tema, ojalá alguien pueda aclarármelo: en algún momento, el papel donde se imprimían los títulos ofrecía alguna marca de seguridad que se hacía evidente en la fotocopia fondo negro, lo que permitía confirmar la autenticidad del documento. A estas alturas ¿Qué seguridad aporta la fotocopia fondo negro para la validez de un título académico? Me aventuro a asegurar que ninguna. Es sólo costumbre. Una pesada, lamentable y cada vez más costosa costumbre.
Existe toda una industria de fotocopias en fondo negro en su versión más acabada y al parecer, más especial de todas: la que se saca en acetato y no en un vulgar e igual de inútil papel bond. ¿A cuántos nos han devuelto un trámite por no disponer del mítico fondo negro del título? ¿Por qué es sólo el título académico el que requiere semejante validación fotostática y no por ejemplo, el título de propiedad de un vehículo? Alrededor de ese olimpo de la burocracia que representa el ministerio de educación en la esquina de Salas, hay todo un ecosistema empresarial orientado al servicio de fotocopiado.
Lo más desesperanzador de todo es que la vanguardia intelectual de la sociedad, las mentes más iluminadas, que se supone se encuentran en nuestras universidades, son las principales demandantes de la “copia en fondo negro del título de bachiller” y hasta para inscribirse en un posgrado la institución te pide el “fondo negro del título de pregrado”. Es decir, en nuestras universidades que se suponen creadoras de conocimiento, no se ha logrado superar la bendita costumbre de pedir documentos inútiles lo cual es síntoma de problemas mucho más profundos. El contexto de la brutal crisis económica del país donde todo se encarece velozmente y en un momento donde no se consigue tóner para copiadoras, puede ser la oportunidad de abandonar estos molestos esquemas que le hacen la vida triste a los usuarios y avanzar en nuevas prácticas administrativas, aunque como diría Will Smith –ahora en Facebook al parecer ese actor es una especie de Paulo Coello de frases usurpadas- es más fácil romper un átomo que … una costumbre.