Maduro, tomátelo con calma

Una empresa estatal expropiada está en ruinas, produciendo apenas una mínima fracción de su capacidad instalada y de sus registros históricos cuando era manejada por privados. Su nómina se ha triplicado desde la nacionalización. Sus pérdidas financieras recurrentes están siendo cubiertas por créditos adicionales desde hace varios años. Sus necesidades de flujo de caja se han estado cubriendo con recurrentes préstamos por parte de la banca estatal y hasta con unos pagarés varias veces renovados por el Banco Central de Venezuela.

Otra empresa estatal se dirige al mismo escenario. Esta es relativamente nueva. Fue creada por el estado como tantos otros proyectos industriales con la visión de apoyar la diversificación de la economía. Entre gerentes corruptos, pequeñas élites que se enquistaron en la dirección de la empresa con la bendición del exministro, y el populismo que caracteriza al gobierno, se reclutó sin criterio de eficiencia a un personal que hoy en día se ha convertido en el principal enemigo de la empresa: en nombre de un socialismo mal entendido, pretenden remuneraciones y beneficios no relacionados con la productividad de la empresa. De lo contrario paralizan la empresa y convocan al coco que aterroriza a los gerentes mediocres que hoy dirigen el aparato estatal: los medios de comunicación.

Una empresa privada anunció su cierre definitivo para el 15 de marzo luego de cuatro meses sin producción. 24 trabajadores se van su casa a ver como resuelven.

Termina el mes de febrero y las obras del Metro de Guarenas no se han iniciado en 2016 a pesar de que el presidente prometió hace sólo tres meses –ya el petróleo había bajado - que “como sea” este año si estaría lista la obra, que por cierto, debió estar lista en 2012, esa época lejana en la que el petróleo superaba los 100 dólares el barril. Son 120 obreros y sus familias, principalmente residentes en la Región de Barlovento, que este año no han visto a linda.

Un profesional universitario, empleado de una empresa privada se ve obligado a trabajar los fines de semana en un taller mecánico para completar su salario. Su esposa, ama de casa que se “rebuscaba” con sus habilidades como repostera, dejó de colaborar económicamente con el hogar ante la desaparición de los bienes básicos necesarios para su trabajo: huevos, leche, harina de trigo, azúcar.

Una familia dejó de pagar el colegio hace dos meses. Igualmente el condominio. Este mes no podrán pagar la tarjeta de crédito y por los vientos que soplan, los próximos meses serán de esconderse de los acreedores. Como la situación es generalizada, sufre el condominio y la calidad de vida de los residentes del edificio, aumenta la morosidad de la banca, el colegio se descapitaliza y retrasa el pago a los maestros… en fin, la catástrofe.

Un taxista -sustento de su hogar- acaba de colgar los guantes. La última “chiva” (caucho usado) que compró en diciembre en Bs. 15.000 llegó a su fin. Después de cambiar la batería que le robaron y una reparación menor al tren delantero por un hueco en el que cayó, se descapitalizó. Luego de empeñar ante un agiotista al 15% mensual algo de oro de la esposa –anillo de bodas y cadena de bautizo del hijo- finalmente su fuente de ingreso pasa a remate para pagar sus deudas y lograr sobrevivir. La depresión por supuesto, inunda las relaciones familiares y su hijo adolescente, percibe que no vale la pena seguir estudiando, y que de cualquier manera, debe ayudar a su viejo.

Una pareja de pensionados comenzó a suprimir una comida al día. Luego de eliminar hace varias semanas las frutas y el pescado de su dieta, de enfocarse en medio alimentar a sus nietos con harinas y pastas, la única manera de estirar “el salao” es que los adultos dejen de comer una vez al día. En lugar de cuatro horas de cola al día –el límite de sus energías- procurará el milagro de duplicar el tiempo en el peregrinaje por los supermercados para ver si así pueden estirar el salario de su hija soltera, que es el otro ingreso de la familia. En cuanto a las medicinas, bueno, este mes no se tomarán las pastillas para la tensión.

Nicolás mientras tanto, ha dedicado en el último mes unas 40 horas de su tiempo a hablar por televisión. Un consejo de economía productiva, una Corporación Nacional Productiva, un Ministerio de Economía Productiva, un Decreto de Emergencia Económica, un complot del imperio, el centenario de algún prócer de la historia, en fin… en su mundo.

Un apagón daña la nevera…



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Javier Hernández

Economista (UCV). Candidato a Msc en Gerencia.

 jhernandezucv@gmail.com      @jhernandezucv

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