El sábado próximo pasado me encontraba de camino por la vía, a media mañana. Sin rumbo fijo, más con la intención de caminar un poco para distraerme de tanto tráfago. Cuando al pasar por una popular panadería de Guanare, decidí llevar pan a la casa. No les voy a recordar cómo era años antes, ni comparar con gobiernos de algún lado. Estaba un señor con gorra y le pregunté;
- ¿Hay pan? – el señor respondió;
- Hace media hora me dijeron que en una hora sale.
Decidí esperar y allí comenzó el drama. Pasó media hora y siete persona más. A algunos de ellos, le pregunto al joven que atendía -¿Cuánto falta? Y el dependiente respondió – como una hora.
Cruzamos miradas, de asombro unos, de resignación otros. Los más le sacaron la progenitora al hijo de la panadera. Pocos quedamos en espera de lo prometido.
Nos quedamos pasmados cuando surgieron dos bandejas de pan… dulce. Eso nos daba esperanza, si ya otros consiguieron lo que esperaban y podían llevar 5, 10 o 20. Seguimos calladitos, serenos y obedientes. Llegaron quienes aun después de estar yo se fueron colocando en puestos salidores, o sea, cerquita del mostrador. Abreviemos esta comedia. Tres tortas y dos horas y media después, obtuve la posibilidad de un pan campesino, sólo un pan para cuatro personas.
De igual forma, en Corpoelec se tiene casi 6 años esperando por un ajuste justo de los ingresos, seis años en silencio, obedientes. Bajo un silencio de pronto temeroso, quizá mordaz o incluso secuaz. De pronto, pedirán enarbolar la bandera de la unión laboral por una patria grande. Ya a otros les salió su bandeja de pan dulce y hasta a algunos les llegó su buena torta, temo que nos entreguen sólo un pan campesino.
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