Resulta que todos tenemos algo de valientes, algún buen discurso, algo con pegada que nos puede servir en la proyección propia o de lo que hacemos, los políticos por lo general tienen mucho de eso.
Pero esta vez al hablar de valentía hablo sin duda del pueblo, ese del que soy parte, ese que vive en oración permanente para que no se le enferme un hijo o algún familiar, porque no tendría para pagar las medicinas, el que aguanta los latigazos en la espalda mientras mira de reojo a más de uno indolente e indiferente de las tragedias que padecemos.
No por nada nos convertimos en un referente de lucha permanente, luchamos con nuestros dolores y los convertimos en energía para seguir en batalla, nos toca también luchar con nuestra esperanza para mantenerla viva mientras se tambalea frente a un abasto o una farmacia, luchamos con nuestros iguales tratando de convencerlos que todo puede cambiar y mejorar.
Mientras tanto, nos echamos coñazos por sobrevivir, por seguir y no traicionarnos a nosotros mismos, entonces vemos como con parches algunos van resolviendo la cosa, intentos y parapetos, como si los corazones se salvan con curitas, como si los problemas estructurales no existieran, pues de ellos no se habla, vemos en muchos la intención y en muy pocos la acción, vemos la realidad como un puñetazo en la cara, de frente y sin anestesia.
Vemos que el problema enorme de la pobreza no es solo económica, descubrimos que las más duras son la espiritual, moral, intelectual, y de esas nadie se ocupa, siendo precisamente esas las que nos tienen jodidos y en la cuneta, la misma que hace que en el hospital las mismas enfermeras te bachaquen los insumos frente a la vista de todos, la que hace que algunos políticos traten al pueblo del que se sirvieron como leprosos, justo cuando les acuden en auxilio, esa que deja que mueran de mengua nuestros sueños.
Llenos de indolencia, tristeza y arrechera es difícil avanzar, identificar a los inservibles, a los cansados y a los tramposos se hace cada vez más urgente, no puede florecer el amor en unos corazones rotos, ni pueden nacer nuevas esperanzas de vientres cansados de parir ilusiones deshechas.
Es el tiempo de los y las valientes, de quienes entienden, saben y sienten nuestros dolores como suyos, de los que no se quedan en la retórica y la verborrea, de los que concretan, salgamos al ruedo y empujemos a los que no se mueven, a los que se acomodaron, a los que hace rato nos abandonaron y solo están en la foto y el discurso.
Tener esperanzas no es igual a mantenerlas vivas, para que vivan estamos obligados, los que mandan y los que les seguimos a definir los rumbos que verdaderamente queremos para la patria, seguimos en batalla quienes estamos empecinados en vencer.