El venezolano dice, "barriga llena corazón contento". Pese la eterna validez de la frase, no creo sean muchos, en sentido relativo, quienes eso tengan deseos de expresar, a menos que con pura nostalgia. Abundan en la literatura frases que dicen más o menos lo mismo. Es decir que, la bonanza, entendiendo esta como el satisfacer sólo las necesidades mínimas, suele estar aparejada a la alegría y, a la inversa, la pobreza, la miseria material se apechuga con lo triste. Los árboles en época de sequía se exhiben decadentes y como vencidos, tanto que sus ramas comienzan secar y desprenderse.
En la Venezuela de hoy basta hacer una ligera comparación entre precios y salarios para comprender o simplemente suponer que el hambre nos acosa, sin necesidad de indagar una muestra significativa, que no quiere decir de gente que no está atada a la estrechez, por decirlo de manera sensata, del salario. Desde saber qué sucede en mi casa, tengo suficientes elementos para suponer lo que en los barrios de mi ciudad, donde viven los obreros y todos los atados a un salario. Por ejemplo, ya que mencionamos en el título a Elías Jaua, el docente de la nómina de su despacho tiene un ingreso promedio entre dos millones y dos millones quinientos mil bolívares mensuales. Con sólo recordar que un pollo puede costar la mitad de esa cifra, tendríamos elementos suficientes para entrar en una cueva fea donde "los estantes están vacíos" o faltan los alimentos. ¿Cómo puede no pasar hambre la familia de un docente de apenas tres personas con miserable ingreso? ¿Sabe Elías por ejemplo, que en Venezuela tomar leche se volvió un lujo, aunque el producto salga de la empresa "Lácteos Los Andes"?
Pero en el gobierno y sus alrededores abunda gente que cree hace bien negando la realidad o simplemente buscando explicaciones en lo que el enemigo de ellos y nosotros hace, sin anunciar nunca, muestra que no tienen que decir, lo que harán para revertir el drama que ahora nos agobia. La oposición poco o nada habla del hambre, se limita a que ella nos aniquile, empezando por las neuronas.
Los funcionarios altos del gobierno y sus "publicistas", las comillas se justifican porque sirve para aludir a personajes hasta de mucho renombre y prestigio que simplemente opinan y no son locutores de programas editados con fines propagandístico, se han venido acostumbrando a negar los efectos de la guerra económica y la ineptitud, factores que parecieran trabajar en pareja y mancomunados, usando cifras viejas. Por ejemplo, si se habla del consumo de alimentos, medicinas, se apela a aquellas cifras de los años 2010 ó 2011. El ministro Meléndez tuvo la osadía, no hace mucho de hacer eso en la ONU. Trasladan la era de Chávez para acá como si eso fuese, no digamos moralmente válido, sino les pudiese servir de algo convincente. Más que lo que dicen ser parecen de aquellos filósofos idealistas.
Pero siquiera eso, valiéndose de la excusa que las nuevas no han salido, pudiera servir para justificarse, diciendo "no puedo usar otras porque no las tengo, están en proceso de elaboración" y con eso se van muy campantes como para que no les llamen embusteros, pero si como ilusos, lo que pudiera no hacer daño. Pero en todo caso usaron cifras, como las usó recientemente Luis Britto García para "demostrar" lo que dijo sobre la producción agrícola.
Elías Jaua fue más audaz. No usó cifras. Olvido que el salario es más que miserable y los bonos son como "mariquitas", aquellas que lanzaban los padrinos a las puertas de las iglesias saliendo de los bautizos. El se comportó de manera no acostumbrada en un sociólogo, que se asume marxista y menos que ha vivido en Venezuela, y en función de gobernante en los últimos años. Pareció, y eso uno lo lamenta, un político de plaza pueblerina, al decir que aquí no hay hambre, pues "si así fuese los estantes no estuvieran vacíos". Según él.los estantes vacíos se debe a la voracidad con que come el pueblo todo.
Decir eso es como negarles a los venezolanos lo que acontece y ha acontecido. Aquí hay y ha habido estantes llenos y vacíos. Porque ha habido y hay escasez y el dinero no alcanza para comprar lo que abunda en muchos estantes. Por ejemplo, comprar una lata de mantequilla o un poco de jamón, para la inmensa mayoría de los venezolanos va más allá de un lujo que sólo se lo dan unos pocos. Y hay jamón en la calle, como hay huevos, mientras un cartón casi cuesta lo mismo que el monto de la pensión del IVSS. Por eso, en muchos estantes, abundan de esos productos. Igual pasó en la IV República, los abastos tenían de todo, pero una buena cantidad de venezolanos no los podían adquirir, por eso, cuando el Caracazo, quienes invadieron los abastos salían de ellos cargados de lo que les estaba prohibido.
Uno se asombra de escuchar esas cosas. Pues como excusas no parecen propias de alguien que ha llegado donde está y menos si pasó por una alta escuela. Pero también observa muchos detalles que le hace comprender que ellos no experimentan la experiencia de quienes somos mayoría y sujetos estamos a un salario miserable. Pareciera entonces el hablar de quien nada tiene que decir ni sabe el arma apropiada para usar en cada caso y se apela a lo loco, a lo primero que se encuentre. Como si carga el pecado de la culpa y la debilidad de la desesperanza.
Pero lo más que alarma es que sea quien ocupa el Ministerio de Educación, quien de manera tan simplista niegue la realidad en la que está inmersa el venezolano todo, empezando por los maestros, quienes deben cumplir una tarea trascendente y delicada para lo que se requiere paz y nunca estar acosado por el hambre. Esta, suelen decir en todas partes, es muy mala consejera o lo que es lo mismo, peor maestra.