Viendo un programa de televisión como se hacían las hallacas, me entusiasmé y anoté en un papelito todos los nombres de los ingredientes necesarios y días después bien por la mañana me fui de compras con mi mujer preñada de ilusiones, porque iba a ser la primera vez que comeríamos hallacas de nuestra propia cosecha en el mes de diciembre. Una vez en el mercado más cercano a nuestra casa, no se imaginan la emoción que nos cubría y en el hogar por consiguiente se respiraba un derroche de felicidad, hasta habíamos planificado osadamente, invitar a los vecinos y algunos familiares a que nos acompañaran a comer hallacas primerizas envueltas por mí y amarradas por mi hembra con la pasión de dos novatos, y la fecha más indicada era Nochebuena y mis hijos sonarían con dilatada experiencia alegrar el ambiente con triquitraquis y tumbarranchos.
-Estoy burda de contenta, amor –dijo, mi mujer en el mercado, y yo, navegaba interiormente como si fuera un viejo veterano hallaquero y estaba más que seguro que el barajado lema de la canción, pasaría a uno nuevo que sería, la mejor hallaca la de mi papá, eso me daría más adelante fama de cocinero ufano y con ello me bastaba.
Caminaba en el mercado como muchacho con juguete nuevo, andaba de lada a lado repleto de entusiasmo por la alegre mañana, la que se transformó de pronto en una cosecha de disgustos y nuestras gustosas hallacas rodaron por el suelo de la desesperanza y un manto negro cubrió dos almas de amargura y desazón por las dos primeras desproporcionadas respuestas que recibimos a cada respectiva pregunta por saber el precio de los componentes requeridos y anotados en la hojita en cuestión.
Nos vimos más de una vez –mi mujer y yo- como dos perros callejeros sin olfatearnos en cada espacio de compra-venta del mercado al que acudimos que después cogimos de vacilón como el que toma aire fresco en una montaña.
Desistimos de continuar preguntando precios y solamente referiré los dos que obtuve:
-Señora, déme un pabilo –me respondió, importado o nacional.
-Le dije el más barato, entonces, el nacional y me lo dio.
-¿Cuánto le debo? –pregunté.
-Para usted, veinte –me dijo.
Le di los veinte y me los devolvió -y me dijo: usted es loco.
-Porqué –pregunté.
Son veinte bolívares fuertes –me reclamó.
-O sea, veinte mil –le respondí.
-Sí. Afirmó con la cabeza.
Se lo devolví arrecho.
Llamé a mi mujer aparte y le dije: -Columba mi amor te acuerdas del refajo que mi abuela dejó en el baúl.
-Sí, me aseguró.
-Y además fue tejido a mano por mi tía Mercedes –te acuerdas, le dije.
Y ella pensativa, me dijo: -oye, mi amor, no recuerdas que fue tejido con hilo toporeño, él que ustedes usaban hace años para montar voladores antes y, ahora papagayos.
-¿Entonces? Estamos hechos -tú lo descoses y con el hilo amarras nuestras hallacas, le dije.
Ahora fue ella la que consultó el valor de las hojas de plátano.
-Señor a cómo tiene las hojas y el señor, le respondió:
-Para ti primor a veinte el kilo.
-Pensé –coincidencia.
-Tan barato –respondió ella.
-Es que estoy botando la casa por la ventana –dijo el señor riéndose.
- En vez de dos quiero cuatro kilos –pidió Columba.
-Son ochenta –dijo el señor, dándoles las hojas atadas.
Mi mujer sacó del monedero y pagó.
Y entonces vino la confrontación.
-El señor furioso la llamó adeca pichirre y ella gritadito, le dijo, y tú revolucionario especulador.
-Y Además, no entiendo, ¿porqué te molestaste conmigo? –le preguntó mi mujer.
Y el vendedor solamente, dijo, -tienes que darme ochenta bolívares fuertes.
-¡Qué! Son ochenta mil –dijo Columba y lanzó las hojas sobre el mostrador. No sin antes manifestar –prefiero comprar un galón de pintura verde, una brocha y unas sesenta hojas de papel y después las pinto de verde y las seco al sol para con ellas cubrir mis hallacas, viejo ladrón, le dijo.
-¿Cómo es eso –le pregunté? –después te explico. Todavía espero.
Con una rabieta encima, la que cogimos en el mercado y, camino a la casa, ofuscados y cansados, mi mujer me dijo al oído:
-Papi, papi, lindo ¡uh ah! Hallacas para nosotros este año no habrá.
-Y suavemente le respondí:
-Mami, no importa, pero en el 2009 ganaremos el referendo y después nos hartaremos de empanadas de cazón como buenos margariteños.
Contraste: Leí en un artículo de Aporrea (http: //www.aporrea.org/actualidad a8636.html) que los 32 magistrados cobraron este año Quinientos Millones (500) de aguinaldo cada uno de ellos y, por vainas de la vida y, de la revolución, mi mujer y yo como unos bolsas, pelando.
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