El concepto relacionado con las bellas artes, el humanismo y las ciencias es llamado concepto oligocrático de cultura. Todo lo que no esté en el ámbito de esa triada, escogida y avalada, podría ser considerado folklore, artesanía, tradición, costumbres, rarezas sociales, cultura popular pero jamás podría ser considerado cultura, desde su sentido más noble. De allí se deriva una clasificación histórica y que todavía surca los ámbitos académicos, los intelectuales, clasistas, profesionales y pare de contar. Se trata de una categorización que da cuenta de los cultos y de los incultos. Éstos últimos serían los Nadies, los hijos de nadie, los dueños de nada. Los ningunos, los ninguneados:
Que no son, aunque sean
Que no hablan idiomas, sino dialectos.
Que no profesan religiones, sino supersticiones.
Que no hacen arte, sino artesanía.
Que no practican cultura, sino folklore.
Que no son ser humanos, sino recursos humanos.
Que no tienen cara, sino brazos.
Que no tienen nombre, sino número.
Que no figuran en la historia universal, sino en la crónica roja de la
prensa local, (Galeano, 2015).
La definición oligocrática de cultura llegó con la invasión europea a estas tierras por el mar con la Niña, la Pinta y la Santa María. Esas tres naves trajeron 100 personas. Su salida se sucedió el 3 de agosto de 1492 y el retorno el 15 de marzo de 1943. Seis meses después emprenderían el segundo viaje, el 25 de septiembre de 1943. Esta vez con 1700 personas en 17 naves. Ello parece indicarnos que venían un promedio de 100 personas en cada nave. Su retorno se sucedió el 11 de abril de 1496. El tercer viaje tuvo su salida el 30 de mayo de 1498. Su retorno el 25 de noviembre de 1500. Arribaron a estas tierras artesanos, agricultores y operarios. Seis (6) naves los trajeron a bordo. La salida se realizó el 9 de mayo de 1502 y el retorno el 7 de noviembre de 1504. Ocuparon durante 2 años y seis meses esta Tierra de Gracia. Así llegó una valoración eurocéntrica, una concepción sobre la cultura creída superior, una cosmovisión cultural oligocrática. Los invasores llamaron a los sistemas de escritura de los pueblos originarios curiosidades del demonio, a las manifestaciones artísticos-culturales, abalorios, collares de poco valor, y sus ritos fueron considerados bestiales y endemoniados. Un proceso de aculturación compulsiva, violenta, coercitiva, inhumana se dio inicio hasta la aniquilación total. La imposición de una cultura dominante sobre una cultura dominada. Esa cultura originaria la supo caracterizar el mismísimo Cristóforo Colombo: Ellos aman a sus próximos como a sí mismo, y tienen una habla la más dulce del mundo, y mansa y siempre con risa. Quizá, por ese amor fueron tan criminales; tal vez, por ese hablar dulce; practicaron el odio y la crueldad. Posiblemente, por esa mansa y siempre risa; saquearon, violaron y conquistaron.
Lo anterior demuestra, diáfana y sencillamente, la valoración que tenían los asaltantes e invasores sobre estos pueblos y naciones de estas latitudes. En todo este proceso vivenciado por la República Bolivariana de Venezuela no ha sido raro y extraño que cierta gente de la clases medias y pudientes aleguen, alrededor de una mesa, que ellos deberían ser los únicos en ejercer el sufragio. La chusma, los desdentados, los pata en el suelo no deberían votar. Ese derecho lo debe ejercer la fina gente que sabe que al escuchar un concierto de música académica no se aplaude entre movimiento y movimiento. Esa postura, luego de más de cinco siglos, actualísima, es el mismo desprecio que expresaron los invasores ante aquel monumental paisaje y seres tan particulares. El impacto sería de tal dimensión que el Almirante comentaría al Rey: si el Paraíso existe, debe estar por aquí cerca. Pero el desprecio por las culturas originarias, primeras, indígenas se expresó apenas pisaron tierra. Desde las primeras de cambio su desprecio fue total.
El concepto oligocrático de cultura es esencialmente clasista, que sabe hablar y hacer retórica y facundia con la palabra democracia, pero en la práctica resulta elitesco, racista, demoledoramente odioso y asquerosamente excluyente. Este concepto surge de la estructura misma de la sociedad de clases y de su contradicción fundamental que la develo Marx, hace muchos años: las fuerzas productivas son de carácter social y la propiedad de los medios de producción- y ahora la tecnología- son de carácter privado. Y así, aunque el concepto de cultura se limite al conocimiento y a los saberes, éstos los poseen las clases dominantes, de su más variada estirpe: clero, militares, comerciantes, el sector financiero, etc. En Venezuela, el prelado mayor de la Iglesia Católica, el Cardenal Urosa, proponía que las clases humildes estudiaran carreras cortas y técnicas, profesiones operativas; mientras que los hijos de las clases pudientes, las clases dominantes, se dedicaran a la universidad, y particularmente a la educación, que ellos llaman, superior. He allí el séquito clasista y la impronta del desprecio. El concepto elitesco de cultura se expresa hasta en los asuntos más humildemente cotidianos, inclusive en sus mociones, gestos, conductas, maneras de ser y formas de conducirse. Toda cultura que se valore en términos de exquisita, superior, alta, de élite, para los escogidos, por encima de la chusma, excelente, de primera es cultura oligocrática. Su opuesto histórico-antagónico viene a ser el concepto antropológico de cultura sobre el que podría abordar en próximas entregas. Cabría, también, preguntarse ¿En qué tópicos y contenidos se encuentras ambos conceptos sobre cultura? ¿El concepto de cultura oligocrático ha servido históricamente para diseñar e instrumentar políticas culturales orientadas exclusivamente a las Bellas Artes? ¿Sirve el concepto antropológico de cultura para instrumentar políticas públicas culturales? Las interrogantes y preguntas fluyen y vuelven con el ritmo de infatigables olas. Sobre ellas habrá que nadar y transitar por esas veredas ásperas, torneas e ineludibles.