El 5 de agosto el presidente Uribe se despidió de sus compatriotas. Será difícil para los historiadores y biógrafos de este continente encontrar en los anales historiográficos un discurso presidencial más disociado de la realidad, más sensibleramente decadente, más vomitivamente bucólico, más pornográficamente cínico y más poéticamente kitsch.
Tal vez los estudiosos tengan que revisar los dichos de “Chapita” Trujillo, de “Tacho” y “Tachito” Somoza, del General Hernández Martínez, de Efraín Ríos Montt, Stroessner, Pinochet, Batista, por nombrar sólo algunos de nuestros preclaros oradores.
La carnicería que es Colombia, esa geografía baconiana, ese subsuelo del horror, toda esa gran fosa común del Pacífico al Atlántico, está en otro discurso, el discurso amordazado de un pueblo que no goza precisamente de la misma libertad que el presidente, ni de la seguridad que él, su entorno oligárquico y sus cancerberos disfrutan.
Uribe habló de mística, honradez, dedicación y dinamismo de su equipo para servir a la patria. De “certificación de calidad” de ministerios y entidades públicas, hecho inaudito, que se logró bajo su administración, donde el “Estado es la empresa privada más importante, porque es propiedad de toda la comunidad”.
El otro discurso, el que narra el pueblo con sólo cumplir su función de narrador en primera persona de su día a día, nos muestra los cánceres de la corrupción rampante de la administración pública, de la compra de puestos administrativos, de negociados, de genuflexión prostibularia ante el poder de las transnacionales, de espionaje fascistoide para eliminar los “escollos” que encuentra la oligarquía mantuana en las universidades, sindicatos, organizaciones de DD. HH., en las comunidades organizadas indígenas y de afro descendientes, en los campos y ciudades. De varias decenas de políticos y militares uribistas en el negocio del tráfico de drogas, el paramilitarismo, y la venta del patrimonio nacional. Tres actividades de traición a la patria que tienen como planta generadora la Casa de Nariño.
Uribe parodió su trabajo con el del sembrador. ¿A quién le cabe alguna duda?
Su plan de Seguridad Democrática sembró decenas de miles de humanidades. Tan sólo en la Macarena, Departamento del Meta, en pocas decenas de metros cuadrados hay dos mil de ellas, quizás sean muchas más.
Como la Seguridad Democrática, según el presidente, “es un presupuesto fundamental para las libertades y un valor democrático”, cualquier mínima lógica nos lleva a pensar que el presidente y su equipo de colaboradores libró a decenas de miles de colombianos y colombianas de la dura vida que soportaban.
Como Uribe es un paisa visionario, no le alcanzó con la siembra de las semillas de la Seguridad Democrática y el Plan Colombia. Fue por más.
En su discurso de despedida, Uribe habla de “una patria convencida que Colombia es un gran destino de inversión. Que la inversión con fraternidad es el único camino para el empleo, para un empleo digno, de buena calidad, con afiliación a la seguridad social, para superar la pobreza, para construir equidad”.
El otro discurso habla de flexibilización laboral, tercerización, desmantelamiento del aparato productivo nacional, pauperización del sector del trabajo industrial, “maquilación” de la industria, desregulación tributaria para las empresas transnacionales, regresión impositiva, desplazamiento interno de 5 millones de pequeños productores agrícolas y sus familias, quiebra del pequeño y mediano empresario, proyecto de un crecimiento enfocado en la producción primaria para la exportación, contracción del mercado interno, desafiliación sindical causada por el terrorismo de Estado contra los líderes sindicales. Chiquita Brands, Nestle y la Coca-Cola, pueden dar crédito de esto último, o mejor dicho para dar crédito nada mejor que los miles de trabajadores sobrexplotados y las decenas de líderes sindicales asesinados por los escuadrones de la muerte que figuraban en la nómina de pago de dichas empresas.
Pero eso sí, hay un emprendimiento innovador y revolucionario en cuanto a atraer inversión extranjera que no se le puede desconocer a Uribe. Las siete bases militares yanquis serán un empujón hacia adelante para una mejor y más organizada producción, elaboración y comercialización de cocaína, marihuana y opio. Balanceará las economías regionales. Los beneficios serán compartidos, pues el fraterno Uribe nunca pensó en Colombia como el único beneficiario, su contraparte el Complejo Militar-Industrial de los Estados Unidos, la banca del Norte y contratistas como la Blackwater, que ahora se llama Xe Services LLC, también se llevarán su tajada.
La tercer semilla de Uribe es la de haber dejado “una patria convencida que es posible avanzar en lo social, para que lo social se de en los hechos, no se quede en el discurso”. La explicación de esta semilla fue breve por parte del Sembrador, ¿para que abundar en datos sobre los logros sociales de estos últimos ocho años?, si la obra está ahí, tan obvia.
Uribe como buen paisa no es sólo visionario, sino humilde. Nombró sólo tres semillas, pero a decir verdad se podrían enumerar muchas más.
De la “libertad de iniciativa de emprendimiento”, que Uribe recomendó a todos los colombianos cuidar como a la Virgen de Chiquinquirá, (podría definirse como otra semilla) y a advertirles de los peligros de que esta libertad sea maltratada en Colombia, como ocurre en otros países. ¿Venezuela?
“Colombia tiene condiciones superiores para el emprendimiento. Nuestros trabajadores son excelentes. Así se los reconoce en lo local y en la comunidad internacional”, dijo el Sembrador. Los cuatro millones y medio de colombianos que viven en Venezuela podrían dar pruebas de su reconocimiento y acogida por parte de la nueva patria con todos sus derechos individuales, políticos, sociales, económicos y culturales reconocidos. Lo que no encaja en la explicación de ese fenómeno migratorio descomunal - una realidad - es de que Colombia tenga, como dice el presidente, condiciones superiores para el emprendimiento.
Como buen paisa Uribe no es sólo visionario y humilde sino también un cicerone de altísimo nivel. En su despedida nos llevo a vuelo de pájaro (que no dije paraco), ¡qué fantástico!, por todos los departamentos del país.
Ríos, árboles verdes, Amazonas, Guainía, Putumayo, flores de colores intensos, Caquetá, Meta, Guaviare, pajaritos que juegan sobre las narices de fieras dóciles, Casanare y Arauca, Nariño, Cauca, Risaralda, valles de fertilidad infinita, Quindío, Caldas, Chocó, Córdoba “un pedacito de cielo que Dios nos regaló”, aromáticos cafetales, Bolivar, Atlántico, Magdalena, Guajira, Cesar, sabios, poetas, científicos, Santander, Boyacá, Huila, baile, jolgorio, Tolima, Cundinamarca, Bogotá, Antioquia, hombres nobles y mujeres leales.
¿Se acuerdan de los dibujitos de la revista Atalaya (Testigos de Jehová), representando el Reino de Dios ya instalado en la Tierra?
Así es Colombia.
¡Qué maravilla!
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