Cuando alguien “conocido” más allá de la cuadra donde vive es acusado de algún delito la gente acusa o salva. Es la tragedia de gente famosa o poderosa. Creer, no creer o apelar a la frase aquella “todos son inocentes hasta tanto que se pruebe lo contrario”. Esta última pareciera la más justa. Creer que alguien delinque de buenas a primeras es una irresponsabilidad. Creer que alguien no delinque, también. Es eso que llaman la solidaridad automática. Lo más sano y justo es esperar. Que los tribunales decidan. No es así en Venezuela. En Venezuela los tribunales no deciden la inocencia o culpabilidad de la gente. La deciden los medios de comunicación.
Pasa con cualquier tema. Maltratos a la familia, corrupción administrativa, asesinatos, violaciones. Hay toda una gama de delitos que el ser humano comete. En casi todos los casos, el acusado o acusada, en tanto famoso, es linchado moralmente. Sin defensa. Al salir en un medio de comunicación la mácula se hace difícil de quitar.
Los delitos o historias de delitos que comete o de la que son víctima la gente anónima, lo que llaman gente común y corriente, son menos explotados por los medios de comunicación. Muchas veces ni siquiera la justicia se encarga. Los asesinados, los maltratados, los robados, los estafados desconocidos entran el huracán de la burocracia judicial, en el exceso de expedientes. Quedan en el último lugar de la carpeta de casos del juez. En el último lugar de la pauta de información. En el periódico de ayer.
No pasa eso con la gente famosa. Estos casos se convierten en noticia permanente. En Venezuela hay varios “conocidos” de interés permanente. El Presidente es el primero. La polarización política ha convertido al Presidente en el “primer condenado”, el más prominente ciudadano, el primer funcionario público de este país no tiene derecho a la defensa. Se le ama o se le odia. Es raro conseguir a alguien que diga: los tribunales decidirán si el Presidente es culpable. Según la mayoría de los medios de comunicación venezolanos, no habrá tribunal que salve a Chávez de la cárcel. Ya es culpable, así los tribunales demuestren lo contrario.
Cuando Lina Ron murió, la mayoría mediática, la jauría, se encargó de insinuar que no murió de un infarto. El linchamiento moral con ensañamiento. “Ya está muerta, pero qué importa. Vamos por ella”. Lo mismo está pasando con Luis Fuenmayor Toro. Su culpabilidad no está demostrada, pero ya fue objeto de ese linchamiento moral y mediático. Son olas de agua sucia, como alguna vez dijo un buen amigo, que los medios desparraman sobre la gente. Por más que vuelvan al mar, las olas te dejan sucio, manchado. Arrasado, con la fuerza de un tsunami. Seas inocente o culpable.
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