Con un destello de crueldad en los ojos y consciente de sus imperfecciones, el pobre hombre vestido de justiciero amarillo, se inclina ante su ignorancia para soplar la tenue e incierta luz de la vela que le alumbra el cerebro. En medio de sus estúpidas reflexiones y en aplausos ficticios, se imagina que el país entero lo aclama y tras cada soplo repite una y otra vez: “aquí es donde va a suceder”. Nada ocurre, la mortecina luz del fascismo sólo produce silencio en sus neuronas y el ni siquiera se da cuenta.
De espaldas a la multitud y sumido en la superstición y la magia del polvo blanco, que lo hace volar bajo como las mariposas de Mauricio Babilonia, el personaje de la novela 100 Años de Soledad, que en vez de ver la realidad sólo miraba las apariencias. En tanto, nuestro personaje de marras, el “justiciero amarillo”, intenta volar por los cielos infinitos de la victoria, pero que va, la orgia de las iluminaciones mortecinas no dejan que se despierten sus neuronas, lo que hace que cada gesto termina en una situación dramática e invento de aventuras fascistas que siembran la muerte y terror en las calles. Después de cada episodio perpetrado por el germen del fascismo, ahora vestido de amarillo, el pobre hombre demacrado se mira el espejo y en alucinación narcisista exclama en voz baja: “Estas gentes me aman -dice-. Todo lo que les pido lo hacen”.
El gemido de las cacerolas lo alimentaron unos días y el crepitar de los incendios le daban fuerza. No obstante, a pesar que las cacerolas ya no suenan y del fuego solo salen pequeñas llamaradas mortecinas, el cerebro del justiciero amarillo no se apaga, porque las voces salidas de los pantanos del norte, lo alientan con polvos y frases: ¡Tú tienes el poder de penetrar en las profundidades de la maldad para aniquilar a todos los “ismos” políticos de la izquierda!
Mientras la mortecina luz del fascismo parpadea, el pobre hombre se sumerge en un cuasi meditativo silencio, quizás esperando las ordenes que vienen del pantano. En ese ambiente de velorio éter, apenas alumbrado por la luz mortecina, van pasando las horas y el justiciero se desespera, lo asaltan las dudas y empieza a escuchar más voces incontroladas: ¡Eres un asesino! ¡Estás sembrando la muerte! ¡El fascismo es el camino equivocado! ¡Nunca llegarás a nada! Se despierta y empujado por la desesperación, grita: ¡Ni un solo pueblo de esta patria se salvaría del aniquilamiento cuando logremos el poder! Como en las horas más sombrías de la humanidad, pagaríamos el precio si dejamos que la luz mortecina del fascismo logre su brillo sobre este territorio. Si fracasamos en la defensa de la vida, el país todo se hundiría en los abismos de la derrota y el fascismo reinaría sobre el caos.
Hay que detener la locura irracional del germen fascista que ha tenido su brote en Venezuela. Y ojalá que la vida se nos vuelva vida para defender la patria en cada amanecer. Por ello, no dejemos que la confusión y las sombras del crepúsculo nos arropen las esperanzas de seguir por las sendas que nos dejó nuestro segundo padre. Paremos ya a las corrientes y hordas del fascismo amarrillo antes de que corran ríos de sangre en esta sociedad. Apaguemos la mortecina luz del fascismo y que brille la luz de la vida y de la patria.
Politólogo
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