El asesinato de Mónica Spear y Thomas Henry Berry es funesto primero porque todo homicidio lo es. Segundo porque hay una tercera víctima, su hija de cinco años herida en su cuerpo pero también en su vida emocional, lesión que no sana tan fácilmente, si acaso sana. Tercero porque revela nuestra miseria, en que hay quienes se aprovechan de esa muerte para robar y quienes le roban utilidad política, lo que les hace cómplices. Cuarto porque nos pone a proponer «soluciones» simplonas a nuestro peor y más complejo problema.
¿Cómo evitar ser parásitos de la muerte? Evitando, por ejemplo, caernos a cadáveres, que si los asesinatos de abril por la arrechera de un sifrino, que si Sabino Romero, que si los otros líderes rurales, hasta la náusea, como si eso fuese expiación. En otras lenguas chivo expiatorio se dice chivo emisario, que se lleva una culpa colectiva.
Hay asesinatos que enardecen nuestra sed de circos macabros, nuestro ins-tinto de muerte. A diario se mata en Venezuela, pero hay quienes por su fama parece que mueren más y crean un mar de mala fe en que tenemos que ser muy fuertes para no ahogarnos.
Entre las cosas que se deben hacer está lo mucho que se está haciendo para atender la violencia. El miércoles hubo una alentadora reunión en Miraflores, que nos debe servir de terapia colectiva: si nuestras dirigencias se entienden ¿por qué no entendernos? La solución es compleja, difícil y lenta como toda mutación cultural. El daño causado a Venezuela por años de miseria moral es demasiado dilatado para despacharlo con una mera y aviesa culpabilización del adversario. Quien tal hace es parte del problema, la culpa que culpa.
El gobernador que llamó a descargar la arrechera llama a un acuerdo nacional para combatir la violencia. Está bien, pero mejor será cuando tengamos seguridades de su buena fe y de la de quienes lo siguen.
No vociferemos violentamente contra la violencia.
No especulemos con estas muertes porque no se debe especular con ninguna.
Un solo asesinato es demasiado.
No al duelo selectivo.
Recuperemos el don de gentes junto con la máxima inteligencia que ese don permite a cada quien.
Solo si el país se calma podremos pensar con lucidez porque pensaremos en comunión.
No dejemos que el mal nos vuelva parte del mal.