La delincuencia ha crecido, en porcentaje, por encima del alto costo de la vida y varias veces superior a los salarios. Incluso, cualquier inflación se queda pequeña ante el incremento desmedido de la delincuencia. Mientras más se mejoran –cosa paradójica y extraña- las condiciones socioeconómicas de la población y, especialmente, cuando se ofrece la mayor suma de felicidad posible, más crece la delincuencia. Tal vez, sean pocos los que se percaten que en el país impera una teoría de la degeneración y una degeneración de la teoría que toca fondo en sectores muy deprimidos de la sociedad y en algunas elites bien acomodadas que no tienen escrúpulos en buscar desangrar la economía venezolana sin importarles el nivel de ruina que crean en la mayoría de la sociedad. La delincuencia y la prostitución –hasta publicitada- son sus pruebas más patéticas. La delincuencia no es nada más el malandro que mata a una persona para robarle una cadena o una moto es, también, aquel que planifica muertes para abrirse paso en la consecución de sus oscuros objetivos –especialmente- económicos. La magnanimidad casi absoluta de un régimen político –ante la delincuencia- jamás resulta ser justa. La delincuencia está en un punto, muy a pesar de su elevada ignorancia política e ideológica en lo general, en que se cree capaz de decidir criminalmente el destino del resto de la población. Ya cree que el Estado le tiene miedo.
A diario asesinan a personas inocentes en el país. Muchísimas de esas personas son tan comunes y corrientes que más allá de las fronteras de las cuadras o de los barrios donde habitan no son conocidas. No en pocos casos, los asesinos mueren de viejos sin que nunca los descubran. Se parecen tanto a esas medias verdades que lanzan al aire los grandes medios de comunicación privados y que pasan décadas para comprobarse la media verdad arropada por la mentira grandota. Las muertes, incluso las de las guerras justas y que son políticas, son lamentables, dolorosas y se convierten en tragedias para los que les sobreviven. Sólo los mercenarios o sicarios disfrutan, no pocas veces sin noción de lo que hacen, del dolor ajeno.
Venezuela, aun cuando vive un proceso que promete socialismo y la mayor suma de felicidad posible a su población, es hoy un escenario de guerra donde la muerte injustificable se ha transformado como el pan de cada día. El delincuente se ha degenerado tanto que mata por matar, por reacción mecánica, por instinto perverso y no por ideal alguno. El delincuente no tiene ninguna idea social salvo aquella que lo hace reaccionar y disparar por tanta degeneración mental: querer a la machimberra lo que otros tienen y él no posee. El delincuente se ha pasado de todas las rayas demostrando que ni siquiera tiene visión del significado de la vida de los que le rodean ni la de él mismo e, incluso, ni siquiera la de sus familiares más cercanos. Ya se ha convertido en esa especie de depauperación humana en que hace todo lo posible para que le nieguen oportunidades de regeneración. Esa ha sido una de las grandes obras sociales del capitalismo salvaje que el socialismo sanará de forma definitiva cuando el planeta alce bien alto la bandera de la paz con verdadera justicia social.
A pesar de la violencia irracional que impera en el país; a pesar de la fracturación política y social que vive la nación; a pesar de las contradicciones que encarnan las realidades del país, de sus clases y sectores sociales, de sus partidos políticos, de sus gremios sindicales; a pesar de los esfuerzos del Gobierno Nacional por combatir la delincuencia, el pueblo venezolano es profundamente sentimental y reacciona –como si fuera un solo coro de voces y de sentimientos- contra esas injusticias que se cometen, venga de donde vengan, sin que nada les justifique.
Revisando el número de lectores de las noticias, la del asesinato de la joven actriz Mónica, de su esposo y herida su hija, batió récord como prueba de indignación y de dolor. Es como si casi todo el pueblo –unido por un sentimiento común- quisiera que la historia volviera –por lo menos- un poco atrás para regresarle la vida a los asesinados. No dudo, que los asesinos –tal vez- no supieron al momento a quiénes asesinaron y a quién hirieron, pero eso no los exculpa de su abominable crimen. Nunca se imaginaron que de la forma más inmediata los organismos de seguridad del país iban a dar con el paradero y captura de la banda de asesinos. Así como eran de rapiditos y sanguinarios para matar, rapidito los sanguinarios cayeron en las redes de la policía. Según dicen y no sé si es cierto o no, una población hastiada de los delincuentes les echó garra y se los entregó a la policía. A última hora otro supuestamente participante en el hecho se entregó a las autoridades. Eso tampoco lo exonera de culpa si realmente tuvo participación alguna en el abominable crimen. Bueno, eso es competencia determinarlo los tribunales de justicia.
Particularmente, no me agrada andar escribiendo sobre ese género de muerte o de asesinato. Prefiero, mil veces, escribir sobre aquellos camaradas que dejan la vida pero igualmente un legado de ejemplo de lucha para las generaciones futuras que tendrán que plantearse el socialismo como la única alternativa para salir del marasmo salvaje en que ha metido el capitalismo al mundo entero. Sin embargo, la muerte o el asesinato de Mónica, lamentable y repudiable desde todo punto de vista como el de cualquier otra víctima de la delincuencia, ha hecho que se entienda que el peligroso e inseguro momento que se vive en el país es competencia de todos los partidos políticos que se disputan el poder político, de todos los gremios sindicales, de todas las clases y sectores sociales, de todas las instituciones políticas y sociales y que se requieren políticas cohesionadas para tratar de ponerle coto a ese espeluznante y terrible flagelo que enluta a demasiadas familias venezolanas. Políticas que serán determinadas por quienes gobiernan el país en lo nacional, en lo regional y en lo municipal y que el pueblo, de ser correctas, contribuirá en su aplicación. Sin embargo, no debemos olvidar que la forma más efectiva de combatir y acabar con la delincuencia es crear un modelo de sociedad, donde la justicia jurídica no sea el castigo para quien cometa un delito sino una justicia social que evite se cometa el delito. Y eso se logra creando un modelo socioeconómico que ponga fin al abultado nivel de injusticias y desigualdades sociales. Pero mientras eso no se conquiste y consolide hay que aplicar medidas de prevención que reduzcan el nivel de la delincuencia y que los crímenes que se cometan no queden impunes, vengan de donde vengan. Tal vez, por ello, a pesar del dolor y de la indignación que haya causado el asesinato de Mónica, su esposo y herida su hija y por la relevancia nacional e internacional que causó, su muerte no sea en vano.
Seguramente, de un lado y del otro, brotarán muchas críticas contra los esfuerzos mancomunados de fuerzas políticas contradictorias y enemigas en visiones de mundo y en objetivos de la lucha de clases para combatir la delincuencia, acusando, tanto al uno como al otro, de fundirse y dejar de lado los postulados y principios que pregonan. Incluso, algunos los tildarán de una conciliación definitiva de intereses supremos de la lucha de clases entre doctrinas incompatibles. No debo adelantarme en opiniones sobre ese posible zaperoco. Sin embargo, sólo puedo decir que no estamos viviendo en un país donde un lado tiene el 90% de la población a su favor y el otro sólo cuenta con el restante 10%. En el caso concreto de Venezuela, en este momento, cualquier intento que se haga por gobernar aisladamente o sin tomar en cuenta para nada la porción de población que no lo apoya –en lo nacional como en lo regional y lo municipal- sería lo mismo que pretender construir el socialismo en un solo país independiente del mundo capitalista desarrollado e imperialista que le rodea y controla las principales vías de entrada y salida de la economía de mercado. Si estoy errado que sean Marx, Engels, Lenin, Trotsky, Rosa Luxemburg y el proletariado marxista los que me hagan rectificar. Y eso no es menospreciar ni subestimar absolutamente a nadie de los vivientes en este planeta. Mis respetos, pero expongo –así lo creo- lo que entiendo es correcto de la gran doctrina del proletariado: el marxismo.
Nota de última hora: A los pocos minutos de haber concluido el artículo nos llamaron para informarnos que la hija de una familia amiga había sido asesinada por un delincuente perverso y sanguinario para tratar de robarle una vieja camioneta de trabajo al papá de la ahora difunta que deja una niña huérfana menor de dos años. Ojalá los cuerpos de seguridad den rápido con los malvados, pero el hecho no se produjo en una autopista sino en el caserío La Escalera del Municipio Andrés Eloy en el estado Lara, donde los sanguinarios cuentan con espesas montañas para esconderse.