Particularmente vengo diciendo que Venezuela debe ser uno de los primeros lugares en donde los términos y su sentido se deterioran al ritmo del uso que le dan los políticos de las cúpulas que son parte de una polarización impuesta a punta de maquinaria propagandística y del ventajismo que siempre te ofrece el hecho de administrar las estructuras del Estado por un lado y el manejo de enormes cantidades de recursos económicos por otro. Hace aproximadamente 10 años se escuchó por primera vez en el ámbito de protestas sociales la palabra “Guarimba”, que desde entonces fue parte del discurso oficialista para calificar las acciones opositoras “Mudistas” de calle, que incluían quema de instituciones, violencia personal, asesinatos, etcétera. Por supuesto etimológicamente la palabra “Guarimba” no tiene ningún significado pero se fue legitimando en la medida que la violencia llevada a cabo por sectores de la derecha clásica justificaba todo tipo de acción política para salir de la “dictadura” sin contrapropuestas reales de proyecto de país.
Ahora en pleno 2018, el PSUV-Gobierno trata de “Guarimba” a todo tipo de acción y a todo tipo de protesta que devele el malestar general como consecuencia de la descomunal crisis por la que estamos pasando. Y a ello también le agregan el uso del término “Terrorismo”, siendo que es fácil escuchar a Maduro, Cabello o a Jorge Rodríguez decir que los guarimberos y terroristas quieren tumbar al gobierno revolucionario, aunque el caso al que se refieran se trate del reclamo de una comunidad que tiene más de dos meses sin agua o sin poder conseguir el gas doméstico. El cogollo psuvista puede con toda tranquilidad tratar de “Gurimba” o terrorismo una huelga obrera, un piquete, un cierre de calle realizado por unos vecinos saturados por la basura o incluso una movilización de campesinos ante el asesinato de un dirigente. Así es como busca habilitarse para la aplicación de su política represiva quien ha sido el principal violador de los más elementales derechos de todos los venezolanos, que van desde la suspensión de la constitución de La República, pasando por la violación de derechos humanos y hasta condenando a millones de habitantes a la muerte con el hambre y la imposibilidad de adquirir medicamentos.
De esta manera es que se alimenta respuestas como las de Oscar Pérez y su grupo, que le allanan todavía más el terreno de la violencia a un Estado que ya perdió su esencia clásica y funciona más con lógica parapolicial al servicio de camarillas burocráticas, a lo que hace apología el señor Freddy Bernal rindiendo honores a un integrante de un “colectivo” abatido participando en el operativo donde también fallecieron Pérez y los otros. Pero así como es nuestro deber exigir las investigaciones correspondientes sobre el caso y que el país sepa lo que realmente sucedió, es nuestro deber también decir sobre lo equivocado del método escogido por el ex funcionario del CICPC y su grupo que inevitablemente conducen al fracaso. Son actos aislados que desprecian la posibilidad de organización de los distintos sectores que sufrimos los embates de una situación inaguantable, devaluando el papel de quienes podemos encarnar ese agrupamiento que nos lleve a construir un referente de lucha con métodos que nos reconozca e incluya a las mayorías explotadas y golpeadas por la política hambreadora de la burocracia autoritaria y corrupta. También se presta para que de manera distorsionada la gente se resigne a su impotencia y depositar falsas expectativas en un héroe vengador que cumplirá la misión de liberarnos.
El efecto causado por lanzar unas granadas desde un helicóptero a la sede de una institución oficial o asaltar una instalación militar en operación comando, logra como respuesta que la represión policial se acreciente, traduciéndose en resultados como el que ya sabemos, a la vez que la desilusión y la desmoralización se apoderen de aquello donde hubo esperanzas artificiales, además patentando la contundente demostración de que lógicamente el Estado es superior en medios de destrucción física y represión que los grupos armados “heroicos”, que han de desestimar el hecho de que las cuentas por arreglar con los responsables de la barbarie que estamos padeciendo es demasiada alta como para pretender cobrarla al presidente del TSJ, a un ministro cualquiera o incluso al jefe de determinado destacamento militar. Es a toda la cúpula autoritaria a quienes desde nuestra posición de pueblo debemos presentar nuestros ajustes y para ello hay que ver hacia todos los crímenes y todos los vejámenes que nos han hecho pasar. Es en esa dirección que debemos concentrar las energías.
Para esa tarea hace falta mirar hacia nuestros legítimos métodos de lucha. Hay que ir por la recomposición del movimiento obrero y sindical con autonomía de clase, que tire por la borda a las viejas direcciones sindicales burocratizadas, cooptadas por el gobierno y también mirar de frente un momento histórico que reclama la mayor amplitud para construir un programa emancipador que apunte a resolver los grandes problemas que padecemos. No necesitamos héroes, lo que necesitamos es juntarnos, articularnos y organizarnos los trabajadores, los sectores populares y quienes quieran hacerse parte del esfuerzo por levantar un nuevo referente político, con democracia, pluralidad y con limites bien definidos respecto al carácter entreguista al capital financiero mundial (que es la base de la política de Maduro y su combo), tanto del PSUV-Gobierno como de igual manera de quienes hasta hace poco se agrupaban en la entelequia conocida por sus siglas MUD.