Colombia y todo el mundo están siendo testigos del gran esfuerzo de gobierno venezolano por el retorno de rehenes víctimas de la violencia política. Regreso que pudiera ser posible por decisión unilateral de una de las partes en conflicto. Escuchamos con atención y emoción a sus familiares. Vibramos con el brillo húmedo de sus ojos. Ellos pueden hablar y pronto también escucharemos a los liberados, a pesar del obstruccionismo del Estado paramilitar neogranadino.
Hay muchos otros que no podrán hablar eternamente, y de sus familiares nadie se acuerda. Sus ojos miran opacos al vacío y la distancia de la soledad.
Jaime Pardo Leal creyó poder hacer la política de izquierda en su país por vías pacíficas. Fue asesinado por sicarios al servicio de la oligarquía derechista siendo candidato presidencial de la Unión Patriótica el 11 de octubre de 1986.
A Bernardo Jaramillo Ossa lo conocí en un club obrero de La Habana a comienzos de 1989. Brillante y jovial el muchacho de Manizales que valientemente sustituyó a Pardo Leal para correr su mismo destino. Lo asesinaron el 22 de marzo del año siguiente. La Unión Patriótica fue desaparecida del mapa político colombiano. Pasan de 4.000 sus dirigentes y militantes asesinados.
Carlos Pizarro renunció a la lucha armada del famoso M 19 que fundara Jaime Bateman y quiso construir un movimiento político llamado Alianza Democrática. No lo dejaron. Igual que a Pardo y Jaramillo lo mataron el 26 de abril de 1990 para que en Colombia nunca llegara la paz.
¿Verdad que se parecen estos casos a la historia del gran líder Jorge Eliécer Gaitán? Las balas siempre vinieron del mismo lugar.
¿Por qué el joven campesino de familia liberal Pedro Antonio Marín huye a los montes con algunos primos a preservar sus vidas? ¿Quién los persigue? Los siguen para cazarlos los chulavitas o “pájaros”, como llamaban por entonces a los sicarios. Eran las bandas armadas del conservadurismo colombiano que buscaban liquidar cualquier vestigio de oposición.
Esta Colombia dominada en forma despótica por una oligarquía rancia y servil del imperialismo, es el país más peligroso para dirigentes sindicales donde unos seiscientos han muerto en lo que va de siglo, entre ellos los profesores Miguel Ángel Vargas Zapata y Luís Mendoza, de la asociación de profesores de la Universidad Popular del Cesar, abaleados por matones a sueldo del paramilitarismo.
También los defensores de derechos humanos han sido blanco de puntería de los criminales que azotan esa sufrida patria. Incluso, la frontera venezolana ha sido perneada por esos flagelos llegándose a producir asesinatos de luchadores sociales colombianos en nuestro territorio, así como la captura de algunos de ellos para luego ser entregados allá a las autoridades.
Actualmente en Colombia se vive una ola represiva gigantesca. Detenciones masivas y allanamientos de hogares a granel mantienen en vilo la vida de decenas de miles de personas cuyo único delito es cuestionar el sistema paraco establecido por Uribe y la entrega descarada de la soberanía nacional al imperialismo. Son miles los procesados por rebelión militar cuando lo que han hecho es exponer sus ideas y contribuir a crear organizaciones populares reivindicativas o culturales.
Hay mucho por hacer aún para encontrar un camino de paz en Colombia. A nosotros nos toca fortificar y profundizar la Venezuela Bolivariana.
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