Colonia perteneció a lo que antes se conocía como Prusia y que ahora se conoce como Alemania. No estamos en 1852 sino en 2008, es decir, 156 años de diferencia. No se conocía en aquel tiempo ni el imperialismo ni el nazismo, pero sí el bonapartismo y el cesarismo que ultrajaban todas las buenas intenciones de los pueblos europeos y más allá de sus fronteras. Europa era el centro del capitalismo más desarrollado. Necesitaba expandir sus mercados y eso implicaba repartimiento y nuevas colonizaciones en el mundo. Estados Unidos no quería quedarse atrás y ya se había anexado, por la fuerza de las armas y no de la razón, a Texas, Nuevo México y California. Inglaterra, Francia, Alemania y Estados Unidos, eran las naciones que más querían mamar la teta geográfica del planeta Tierra sin importarles que podían calentarla tanto que lo que tragarían sería manteca.
El “Manifiesto Comunista” había salido a la luz pública en 1848, llamado el año loco por las grandes convulsiones revolucionarias producidas en Europa y que, lamentablemente por factores históricos reales que no dependen de las voluntades del proletariado, no cristalizaron a favor de la revolución socialista. El proletariado algo había aprendido. Recién comenzaba a tener ideología propia. Los comunistas se habían convertido, para el capitalismo, en duendes que martillaban día y noche la cabeza de los amos del capital, de los expropiadores de la riqueza ajena, de los explotadores del proletariado, de los opresores de la mayoría de la sociedad. Los nombres de Marx y Engels empezaban a penetrar –como fuego de Diablo- los oídos de la burguesía y –como voz de esperanza redentora- en la conciencia del proletariado europeo. Toda la filosofía de viejo y nuevo tiempo sentiría el resplandor y los aletazos de una dialéctica puesta a caminar con los pies hacia abajo y la cabeza hacia arriba. El incremento de las contradicciones de clases daba bofetadas a aquellos ideólogos que habían comenzado a soñar con la perpetuidad del capitalismo. Los proletarios, y de eso la burguesía no se había dado de cuenta todavía, no tienen fronteras ni nada que perder, salvo las cadenas que los oprime y, en cambio, tienen todo un mundo que ganar con su revolución porque nacen preñado de ese ideal.
“Una teoría que prende en la conciencia de las masas, se hace práctica social”, seguramente, era la pesadilla que no dejaba dormir a la burguesía que de tanto tiempo invertir en contar su riqueza, se asustó de perderla un día para que fuera a caer en manos de los productores verdaderos de la misma. “Los comunistas le están echando demasiado leña al fuego”, seguramente, era el Diablo en persona visto por los ojos de la burguesía, y ésta, atea en cosas de capital y mercancía invoca a su Dios-dinero para que le haga sus milagros con el uso de las armas de la muerte. De allí nació, creo y sin haberlo leído y sin que nadie me lo diga, la imperiosa necesidad de hacerle un juicio a los comunistas que se conoce en la historia como “El proceso de Colonia”, que se realizó entre el 4 de octubre y el 12 de noviembre de 1852 contra once militantes de la Liga de los Comunistas, acusados de alta traición sin más indicios o pruebas que unos falsos documentos y testimonios. ¿Para qué necesitan los fiscales y jueces de los tribunales, muro jurídico de defensa de los intereses del capitalismo, pruebas para juzgar y condenar comunistas que piensan y luchan por el socialismo? Siete fueron condenados a pagar cárcel de 3 a 6 años. La literatura comunista se había convertido en un fantasma peligroso que conspiraba o se insurreccionaba o se convulsionaba contra la creída eternidad del capitalismo y sus sagrados fetiches.
¿Cuáles fueron las pruebas? Engels lo dice: “Ni un solo nombre bautismal correspondía a la realidad, ni un apellido estaba correctamente escrito y ni una palabra de las atribuidas a una u otra persona tenía visos de haber sido pronunciadas por ella…”. Para el gobierno, en la Prusia de antes como en la Alemania después, ferviente creyente y predicador de que una mentira varias veces repetidas se convierte en una verdad evangélica, lo importante era ejemplarizar con el terror a los comunistas. El Tribunal tomaba con verdad procesal y hasta verdadera todo embuste de los testigos o documentos falsos. Por ejemplo: atribuían discursos en un determinado lugar y a la misma hora a unos camaradas que estaban lejísimos del escenario señalado cuando se sabe que la burguesía no cree en la invisibilidad de los fenómenos sociales; un obrero prácticamente analfabeto fue acusado de ser, nada más y nada menos, el secretario de actas de las reuniones de los “conspiradores” comunistas; y otras sandeces que para el carácter de bazofia del derecho burgués son suficientes para condenar a un comunista. Todo había sucedido, según el gobierno prusiano, en Londres, desde donde se quería a distancia derrocar al prusianismo bonapartista. Fueron tan burdas las maniobras, tan absurdas las mentiras que el mismo tribunal prusiano y los mismos testigos se vieron en la obligación de confesar que todo era falso, pero lo que es falso en un tribunal honesto en el de una Inquisición, resulta una prueba irrefutable para la condenación del acusado. Si lo pela el chingo debe agarrarlo el sin nariz. Incluso, hubo hasta falsificación de la letra de Marx, pero desenmascarada la ignominia fluían o flotaban de ese mar negrusco nuevos y falsos testimonios para que se condenara a los comunistas en Colonia. Cualquier equilibrado y buen argumento en defensa de los acusados era tenido como una “prueba” del complot contra el gobierno prusiano.
El tribunal inquisitorial estaba integrado -¡ojo con esto!- por seis miembros de la nobleza prusiana, cuatro magnates de la economía prusiana y dos funcionarios de la administración prusiana. ¡Imparcialidad!, a la vista. Ese tribunal sólo tenía en mente su mecanismo de venganza jurídica contra el enemigo que quería despojarlo de lo que le era más sagrado: la propiedad, la familia, la religión, el orden, el gobierno y la ley. No había pruebas para juzgar y condenar, pero juzgaron y condenaron a los comunistas. Pero para que no se viera el juicio o proceso de Colonia como la expresión más burda del derecho burgués, se condenó a siete y cuatro fueron absueltos.
En Colombia, 156 años después, se realiza un proceso o juicio como para recordar que Colonia prusiana existe también en la América Latina. Frente a un escándalo jurídico y social, denominado la parapolítica, que pone en peligro varios estamentos e instituciones de la sociedad colombiana y que promete dejar casi todas las bancas del congreso vacías por pruebas irrefutables de complicidades extremas con el paramilitarismo, el Estado colombiano se las ha ingeniado para hacer un juicio o proceso contra los comunistas en 2008 acusándolos de lazos políticos con el terrorismo de las FARC.
¿Cuáles son las pruebas?: sentimientos consanguíneos con las FARC, extralimitación en función de mediador en búsqueda de diálogo por la paz. Eso quiere decir que los comunistas favorecían a las FARC en contra del gobierno colombiano. Si hubiese sido lo contrario, no sería Partido Comunista sino oligárquico. Sólo un tribunal muy semejante al conformado en la Colonia prusiana puede dar crédito a semejantes sandeces para juzgar a los comunistas. Y, por respeto a la historia colombiana, no hay necesidad de ir a las greñas. Si lo que se pretende es comprometer a miembros del Partido Comunista Colombiano en la lucha armada que se viene realizando desde, por ejemplo, 1964 en adelante ¿para qué trasladarse a una función de extralimitación como mediador de un comunista en diálogo por la paz? No, eso es una perogrullada jurídica, es una infantilada política, que no refleja sino el oportunismo de un Estado que busca desesperadamente tapar un enorme hueco –creado por él mismo- con un puñito de arena diminuta que es imperceptible a los ojos de quienes circulan por la vía pública.
Existen centenares de libros, folletos, revistas, periódicos y documentos –muy valiosos por cierto- donde se encuentra destacado el papel del Partido Comunista en la lucha política no sólo de clase, sino en relación con las FARC. Se sabe, por ejemplo, que hace 44 años (1964) Jacobo Arenas (dirigente comunista) y Bernardo González (dirigente de la JUCO), fueron destinados a Marquetalia para incorporarse a la lucha de los campesinos (a cuya cabeza se encontraba Manuel Marulanda Vélez) contra el famoso y triste ataque organizado por el Estado, como “operación Colombia”, contra las supuestas “repúblicas independientes” y que, por un lado, fracasó rotundamente y, por el otro, estimuló y acrecentó el espíritu combativo de los rebeldes. Lean las correspondencias de Jacobo sobre “La paz, amigos y enemigos”; lean las biografías sobre Marulanda Vélez o Tirofijo; lean los textos que analizan la violencia en Colombia incluso escritos por unos cuantos connotados anticomunistas; lean los documentos que versan sobre los pasados diálogos regionales por la paz donde la participación de los comunistas fue de importancia capital; lean “Voz” de décadas atrás; lean el interesante trabajo periodístico-biográfico sobre el M-19 y, especialmente, sobre Jaime Bateman Cayón por Patricia Lara que mereció un premio nacional de periodismo en Colombia; expliquen ¿por qué se dictó orden del Estado colombiano de matar a tantos dirigentes y militantes comunistas y de la Unión Patriótica y quiénes están juzgados por esos delitos de lesa humanidad? ¿Expliquen por qué más de un gobierno buscó a los comunistas para hablar de guerra y hablar de paz?; ¿expliquen cuánto por la guerra y cuánto por la paz se ha escrito y publicado en el diario “El Tiempo”?; y expliquen bien: ¿cómo juzgarán a los comunistas, porque nunca salieron a decir públicamente que la violencia revolucionaria es una maldición del Diablo contra las buenas voluntades sagradas de la santa inquisición oligárquica de Colombia?... Pero primero deben aclarar: ¿por qué la Corte Suprema de Justicia declaró ilegal las CONVIVIR y por qué no se juzgó de crímenes de lesa humanidad a sus creadores?; ¿por qué el Estado permitió el desarrollo tan acelerado y con tanta impunidad del paramilistarismo?; ¿por qué aparecen tantos militares y políticos realmente comprometidos con horrendas masacres de colombianos y de colombianas que jamás han sido vinculadas al Partido Comunista pero sí al gobierno colombiano?
¿Será que el Estado y la oligarquía colombianos, como en Colonia lo quisieron hacer los prusianos, pretenden que con un juicio y una condena a unos cuantos comunistas se concluya o se le ponga fin (desarmado y desmovilizado- al movimiento insurgente colombiano? ¿Será que el Estado y la oligarquía colombianos, imitando a los prusianos de Colonia, pretenden recopilar material para publicar un libro negro que tenga por título: “Las conspiraciones de los comunistas colombianos durante la segunda mitad del siglo XX y los primeros años del siglo XXI”? ¡Sólo Dios, que en Colombia vive de puro milagro, lo sabrá! Sin embargo, los comunistas colombianos, una gran parte de la sociedad colombiana, no tienen duda que el juicio a comunistas por extralimitación de funciones como mediadores por el diálogo para la paz, no es más que un invento, una falsificación, una deformación, de la realidad para tapar crímenes que hace imposible vayan las almas de sus autores al Cielo.
¡Ojo!, en este tiempo en que las crisis del capitalismo lo conducen al atolladero sin salida y le auguran su sepultura, ponerse a juzgar y condenar comunistas para repetir la historia del libro negro de Colonia, es como colocar la parte más filosa de la espada en el cuello de los inquisidores.