Portada de El Nacional, sábado 4 de abril de 2009
Según la misma lógica geométrica de la que abusa El Nacional, los ocho funcionarios y jefes policiales de la Metropolitana sólo habrían podido quedar libres en tiempo presente, previo cumplimiento de condena, si el 11 de abril no hubiera acontecido en 2002, sino tan lejos como en 1796.
1796: el mismo año en que fuera asesinado José Leonardo Chirino, a siete años de iniciada la Revolución Francesa y apenas dos años después del Termidor, acontecimiento que marcaría el fin del gobierno revolucionario encabezado por Robespierre.
Curiosa lógica aritmética: tres esposas que se debaten entre el dolor y la rabia, tres inocentes con la cabeza gacha tras haber perdido la libertad, tres asesinos sueltos que celebran con la danza de la muerte, exhibiendo incluso el arma del delito.
Exactamente lo mismo hace El Nacional, en la referida editorial del 4 de abril: "Lo peor es que el Gobierno y el presidente Chávez ni siquiera tomaron en cuenta los testimonios de los periodistas que estaban en el lugar de los hechos. Mientras los chavistas estaban acurrucados de miedo en Miraflores y sus alrededores, los periodistas se jugaban la vida ante los disparos que se hacían desde el edificio La Nacional, sede alterna de la alcaldía de Libertador. Los muertos cayeron de espaldas (en ángulo norte-sur) en la avenida Baralt, y los disparos no eran precisamente de armas cortas. De eso hay cantidad de fotos para identificar a los asesinos".
¿De qué testimonios habla El Nacional? Reléase, por ejemplo, lo escrito por Rafael Luna Noguera, publicado el 12 de abril de 2002: "grupos armados del oficialismo, integrados incluso por francotiradores, acabaron a tiros la marcha pacífica que realizaron ayer miles de opositores al gobierno". Hay más: "Francotiradores apostados en varios edificios adyacentes a Miraflores, entre estos La Nacional, en la esquina de Capitolio, donde funcionan oficinas administrativas de la Alcaldía del Municipio Libertador, dispararon ráfagas de ametralladoras y otra armas de fuego contra las personas presentes en el perímetro". En su editorial del mismo 12 de abril, El Nacional acusaba a Chávez - a esa hora prisionero de los militares golpistas - "de ordenar a sus partidarios disparar contra gente indefensa, que marchaba en forma tranquila y pacífica por las calles de Caracas, y acribillarla sin compasión desde las azoteas cercanas a Miraflores, a manos de sus francotiradores bolivarianos muy bien entrenados en tierras extranjeras".
Es decir, siete años después, como si fuera ayer, El Nacional repite las mismas injurias y acusaciones. El problema, evidentemente, no es que el tribunal desestimara "los testimonios de los periodistas que estaban en el lugar de los hechos", sino que el fallo del tribunal es el opuesto absoluto de la sentencia que El Nacional y el resto de los medios privados, jueces y parte, dictaron el mismo 11 de abril de 2002.
Más importante aún: ¿y el testimonio de los que estuvimos allí? Según El Nacional, no vale de nada. Porque cuando no estábamos disparando "contra gente indefensa, que marchaba en forma tranquila y pacífica por las calles de Caracas", acribillándola "sin compasión", estábamos "acurrucados de miedo en Miraflores y sus alrededores". Y ya sabemos que la verdad, y hasta podría decirse que la misma humanidad, una humanidad digamos que digna, no es cosa de asesinos ni de cobardes.
¿Acaso no es una variante del mismo discurso lo que nos plantea Zapata en su caricatura del 4 de abril? De poco valen nuestros innumerables testimonios, nuestros muertos y heridos. En pocas palabras: nuestra experiencia. "Todos vimos los hechos por televisión...". Como si el documental de Ángel Palacios, Puente Llaguno. Claves de una masacre, no hubiera puesto al descubierto los propósitos de las mismas televisoras que defiende Zapata. Como si Globovisión, o cualquier otra planta televisiva privada, hubiera transmitido alguna vez ¡en siete años! la secuencia completa del video que demuestra que los "pistoleros de Llaguno" disparaban a los blindados de la Policía Metropolitana y no contra "gente indefensa, que marchaba en forma tranquila y pacífica por las calles de Caracas".
En otra parte
he intentado abordar el tema de los efectos de poder asociados al
discurso pretendidamente "antifascista" y "antitotalitario" de la
oposición venezolana - discurso que, dicho sea de paso, tiene absoluta
vigencia. Tal y como lo hiciera entonces, considero pertinente advertir
lo siguiente:
"La democracia venezolana correría poco riesgo si se tratara simplemente de que el discurso antitotalitario de la oposición pretende sustituir a la realidad, ofreciendo una versión interesada de los hechos y 'confundiendo' o 'manipulando' a su base social de apoyo (o a la 'comunidad internacional'). El problema es la materialidad del discurso. Para decirlo con Jean Pierre Faye: el problema es lo que este discurso antitotalitario de la oposición hace 'aceptable'.
"Contra los totalitarismos están legitimadas todas las violencias".
A propósito de la condena contra funcionarios y jefes policiales, han llovido, por supuesto, nuevas acusaciones contra el totalitarismo chavista y han vuelto a aparecer - realmente hace mucho que llegaron para quedarse - las correspondientes analogías con Hitler y el régimen nazi. De hecho, José Luis Tamayo, según registra El Universal, comparó a la jueza de marras "con jueces de la época de Hitler".
Sólo que, como empezamos a ver, ya no se trata nada más de 1933, Hitler o el totalitarismo, sino de un régimen asociado al horror o que practica el terror. Más aún: estaríamos entrando en una etapa de horror.
Volvemos así a 1796: dos años después del guillotinamiento de Robespierre, en plena contrarrevolución termidoriana.
Según una versión muy difundida, el Termidor vendría a demostrar que, contrario a la célebre frase de Marx, la humanidad se plantea siempre problemas que no puede resolver. El acontecimiento revolucionario, la posibilidad siempre abierta de la revolución sucumbiría inevitablemente ante las fuerzas que claman por una vuelta al orden; las esperanzas que trajeron consigo las consignas y los actos revolucionarios darían paso, sucesivamente, a las conquistas parciales, luego a los excesos, más tarde a la desesperanza y finalmente a la restauración.
La leyenda negra de la Revolución Francesa le ha asignado el título de "monstruo político" que terminó devorándose a sus más fervientes partidarios, de entre los cuales destaca quien fuera su figura más emblemática: Robespierre. El mismo Robespierre terminará siendo víctima no sólo de la guillotina, sino sobre todo de la versión dominante, abundante en infamias, que lo sepultará y representará como el máximo exponente del Terror.
Sin embargo, muy pocos reparan en un dato histórico que, por demás, tiene una enorme relevancia: tal y como lo señala la historiadora Florence Gauthier, incluso antes del 26 de agosto de 1789, cuando la Asamblea Constituyente proclama la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano,
los representantes del partido colonial esclavista serán los primeros
en emplear el término "terror" para referirse al texto de naturaleza
constitucional, incompatible con la sociedad colonial, esclavista y
segregacionista francesa. En efecto, el artículo 1 de la Declaración
proclamaba: "Los hombres nacen y permanecen libres e iguales en
derechos. Las distinciones sociales sólo pueden fundarse en la utilidad
común". Léase lo que relata la propia Gauthier:
"¡El partido
colonial denunció esta Declaración peligrosa y hasta la presentó como
'el Terror' de los colonos, esta palabra está en sus propios textos!
Muy inquietos con el giro de los acontecimientos, estos colonos
pusieron en marcha una campaña a favor de la conservación de la
esclavitud en las colonias y recibieron el apoyo del gran comercio de
los puertos atlánticos y, conjuntamente, hicieron presión sobre los
diputados corruptibles. Así es como el partido colonial consiguió
imponerse a la Asamblea que votó, por mayoría, la constitucionalización
de la esclavitud en las colonias, el 13 de mayo de 1791 y la
discriminación racial el 24 de septiembre".
El Terror fue, antes que nada, una creación contrarrevolucionaria, un producto de las clases y estamentos que juraron aplastar a sangre y fuego a la Revolución Francesa. Las mismas clases y estamentos que forzaron las condiciones que hicieron posible el Terror revolucionario. Tal y como escribió Mathiez: "La dictadura se impuso, en efecto, a estos hombres. Ni la deseaban ni la previeron. El Terror fue una «dictadura de necesidad», ha dicho Hipólito Carnot, y la frase encierra una profunda verdad". Pero no es éste el espacio ni el momento para el debate historiográfico.
Lo que deseo plantear aquí es lo siguiente, y va como un acto deliberado de provocación contra los historiadores burgueses: desde el pasado viernes 3 de abril es posible afirmar que si hay alguna analogía válida entre la Francia revolucionaria y la "revolución bolivariana" es ésta: en ambos casos, los voceros de las clases dominantes llamaron Terror a un acto de justicia.
Ahora voy con la más profunda de todas las diferencias, y va con todos, incluyendo el chavismo conservador y reaccionario: en Francia hubo Terror revolucionario: terror de verdad, terror de sans-culottes (descamisados) y enragés (rabiosos: lo que hoy sería la izquierda más radical). En Venezuela, ese Terror aún ni se ha asomado. A pesar de que la justicia ha tardado mucho en llegar. Y muchos piensan que ha tardado demasiado.
Mientras tanto, el antichavismo mediático insiste con su sistemática empresa de criminalización, que llega a los extremos de la deshumanización del enemigo. A este propósito sirve el discurso contra el "horror" chavista. Un "horror" contra el que estaría legitimado cualquier acto de violencia.
Pero cuidado y les sale el tiro por la culata.
reinaldo.iturriza@gmail.com