Mambrú Obama también se fue a la guerra ¡Qué dolor, qué pena!

La antigua y popular cancioncita infantil sirve como preámbulo y conclusión para esta realidad de nuestra época. La guerra contra Afganistán, primera desatada por George W. Bush en sus tristes y fallidas guerras infinitas contra el terrorismo, después de años de empantanamiento de las tropas invasoras de la OTAN, y en particular, de los Estados Unidos, cobra ahora nuevos alientos en la era de Obama. De tal modo que lo que pudo haber sido visto como una retirada obligada pero honrosa para el gobierno de Obama, se convertirá, sin duda alguna, en la prosecución de una nueva escalada de la guerra, con un involucramiento mayor en territorio pakistaní.

La decisión lamentable del nuevo presidente, que no debía ser otra que poner fin a todas las guerras para bien de los países ocupados y de los Estados Unidos y los otros países ocupantes, ha sido diametralmente diferente a lo previsto y servirá para incrementar el número de víctimas y los daños materiales en Afganistán y Pakistán. Así que a corto y largo plazo este nuevo giro de la contienda afgana será en el futuro la guerra perdida de Obama, si es que no decide, después de estos amagos, ponerle punto final, o si es que no libra otra durante su mandato.

Al prestigio y apoyo logrados por Obama en su elección presidencial, con reflejo tanto a nivel interno como externo, no le hacía falta una guerra para mejorar su imagen y, menos, una de las libradas por su desprestigiado antecesor. Por tanto, abrazar esta causa y lidiar con ella, sabrá Dios hasta cuándo, es francamente defraudante y una manera inconsciente de suicidio político en un asunto tan sensible como el de la paz mundial, que es hoy un clamor gigantesco de la comunidad internacional. Sólo los que actúen bajo la ceguera de la soberbia y prepotencia, serían incapaces de percibir los signos de un derrotero que no tiene, para ninguno de los contendientes, un final prometedor y feliz.

Las noticias diarias desde Afganistán y Pakistán se hacen eco de la violencia con la consiguiente destrucción, las decenas y cientos de seres humanos muertos y heridos, y miles de habitantes desplazados de sus asentamientos naturales. Con el incremento de las tropas y las acciones combativas, el desastre será cada día mayor. Aunque se lograra en algún momento un silencio o paz sepulcral, señal que parece necesaria para la retirada definitiva del ejército invasor, ello no asegurará que no pueda resurgir el germen que hoy se trata de extirpar con fuego amigo y enemigo, mientras crecen las amapolas en un inhóspito jardín gigantesco.

Así que ante la continuidad de las guerras en Irak y Afganistán, como de todas las guerras presentes y futuras que se desaten injustamente sólo cabe exclamar: “MAMBRÚ SE FUE A LA GUERRA. ¡QUÉ DOLOR, QUÉ PENA! MAMBRÚ SE FUE A LA GUERRA, NO SÉ CUANDO SALDRÁ”.

Nunca olvidar que, según demuestra la historia, los invasores nunca han tenido ni tendrán futuro.

wilkie@sierra.scu.sld.cu



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Wilkie Delgado Correa


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