La noche anterior, un grupo de compatriotas yukpas salieron de Perijá en un autobús rumbo a Caracas, a plantear una vez más, la problemática por el atraso en la demarcación y devolución de parte de sus tierras ancestrales, que es promesa incumplida de la Revolución y Ley Constitucional de la República Bolivariana. Todas las alcabalas de la Guardia Nacional en el camino los detuvieron con diversa excusas. En el Puente Rafael Urdaneta sobre el Lago de Maracaibo, en Yaracal, en Valencia. Hubo interrogatorios y acusaciones.
Todavía en la bajada de Tazón (zona de masacres) tuvieron que bajarse del cansado bus y seguir a pie su marcha utópica. Venían agotados, tensos, sedientos, con hambre.
Yo los hubiera recibido con una fiesta, un banquete criollo, con canciones de alegría, con abrazos fraternos. Pero sólo molestias insolentes les depararon. Paradojas y disparates de una Revolución que tiene sus peores enemigos adentro.
Mi alma estallaría si no digo estas verdades.
En los días de la Constituyente nos batimos en duelo con la derecha que allí rumiaba racismo. Vencimos.
La Constitución dejó órdenes muy claras. ¿Qué delito se les puede imputar a los burócratas que han burlado la voz popular? En 2002 tenía que estar resuelto el asunto de los hábitats indígenas. Una década perdida, como la de los 80s. Bolívar tiembla por la rabia de ver violada su instrucción de la Carta de Jamaica.
Salvador de La Plaza sigue denunciando el despojo violento del suelo perijanero a sus legítimos dueños.
El mártir Jesús Márquez Finol no ha sido reivindicado por errores administrativos de un funcionariado que ignora al “Motilón”. Los terratenientes prefieren a los yukpas pidiendo limosnas en Maracaibo, así los matan los carros y se ahorran plomos para otras presas de cacería.
Hace pocos días el vicepresidente del PSUV, candidato a la Gobernación del Zulia, Francisco Arias Cárdenas, me comisionó para asistir a una reunión en Fuerte Macoa, Machiques, con una comisión especial venida de Caracas, que trataría la situación yukpa a raíz del enfrentamiento en la hacienda Medellín.
Escuché con respeto y atención todas las intervenciones, porque llevaba varios años desligado de esas luchas que antes acompañé muy de cerca en mis tiempos de parlamentario estadal. Sólo habló una parte, la otra no estuvo presente.
En reunión aparte con los ganaderos, hubo muchas quejas y lamentos por los supuestos daños a la finca y la –terrible- muerte de cuatro vacas. Nadie se interesó en las dos mujeres yukpas, del sector que lidera el cacique Sabino Romero, que habían sido heridas de bala por la espalda, incluida su hija Zenaida.
Zenaida me contó por teléfono lo que habían vivido. Me sentí orgulloso de esa estirpe Caribe que sobrevivió la invasión europea genocida y continúa en pie de lucha por tener noches tranquilas en su Sierra, con lunas grandes y amorosas, que no les pedirán las cédulas para impedirles existir.